jueves, 26 de mayo de 2011

Capítulo 7

Emma: Qe harias en mi lugar?
Mel: Es complicado la verdad pero creo q lo mejor es q dejes pasar un tiempo.
Emma: A mi me gustaria que me lo contaran
y si luego se entera de que yo lo sabia?
Mel: Y xq iba a enterarse?
Emma: ivan tmb lo sabe...
Mel: Crees q se lo diria?
Emma: No lo se opina lo mismo qe tu
Mel: Entonces no tienes q preocuparte
no te rayes q bastante tenems con la practica
Emma: ........
qe practica?!!
Mel: La de romano
es para mñn
Emma: Qe me dices!! dios!
Mel: esta en la pag web
estas a tiempo
Emma: Vale te dejo!
un besazo mel muuuuaw!!

Me desconecto del Messenger y abro la página de la Universidad. Cuando la encuentro, algo me dice que dormiré poco esta noche.
Despierto con dolor de espalda y cuello. Bajo mis brazos, que servían de almohada, hay un montón de papeles con frases aburridas y sin sentido. Me fijo en la taza de café vacía reprochándole que no sirvió de nada.
Lozano me matará y con razón. Tampoco le pregunté a Mel si había que exponerlo delante de toda la clase. Tierra, trágame.
El portátil ha muerto en el intento de pasar la noche haciéndome compañía. No me acuerdo de las preguntas y necesito Internet como sea.
Bajo al salón en busca del ordenador de papá. No está. Miro la hora. Se lo habrá llevado ya al trabajo. Vuelvo a mirarla. ¡Mierda! No llego...
Me visto lo más rápido posible y salgo a la calle sin peinar, ni pintar. Debo dar un poco de miedo con éstas ojeras. Más de una vecina se me ha quedado mirando preocupada.
Me meto en el coche tirando el bolso y la carpeta en el asiento del copiloto. Giro el contacto. Nada. Hace el amago, pero no arranca. ¡Maldito trasto!, ¿por qué hoy?
Vuelvo corriendo a casa rezando que haya gasolina en el garaje.
Dentro, las herramientas de papá me vigilan desde el armario. Busco cualquier recipiente con la esperanza de que alguno contenga lo que necesito. No hay nada y empiezo a desesperarme.
Al fondo, reposando en la pared, la moto de mi hermano duerme tranquila. Recuerdo, sin querer, las veces que Nico le robó gasolina a papá. Absorbía con un tubo y vertía el líquido en un cubo.
Esa es mi única salvación ahora y no lo pienso.
El sabor no es que sea muy agradable. Quizá no debería haberle puesto tanto empeño.
Cuando el coche arranca por fin, me siento la persona más ingeniosa del mundo. Sólo por un momento. Después me centro en Lozano y conduzco más rápido de lo habitual. Hoy, respetar los semáforos en ámbar está de más.
Los pasillos de la facultad están desiertos. Llego un cuarto de hora tarde. Ésta vez, subo en ascensor.
Un pie veloz se cuela antes de que la puerta se cierre. La presencia más deseada me sonríe.
- Hola...
Me da un beso en la mejilla. Quiere ir despacio. - ¿Qué tienes ahora?
- Romano y una práctica sin hacer.
Ríe.
- Llegas tarde, ¿no?
- Lo sé, ¿y tú?
- Voy a la sala de lectura. A primera hora no hay nada interesante y pienso que pasar apuntes es más productivo.
- Tienes razón.
Nos quedamos callados. Me resulta algo incómodo.
- Ven conmigo. ¿Quién te da, Lozano?
Asiento. - No le gustará que le interrumpas.
- Me arriesgaré.
Le sonrío quitando dureza al asunto. Soy borde por naturaleza, peor no parece haberlo notado.
La puerta se abre y me deja salir. Camina detrás un rato y se coloca a mi lado posando ligeramente su mano en mi espalda. Ni muy arriba, versión "solo amigos", ni muy abajo, versión "quiero sólo sexo". Locuras mías de revistas Cosmopolita.
Frente al aula, me desea suerte y se despide veloz. Tan espontáneo y estiloso como siempre. Parece que lo conozco de toda la vida.

                                                      ***

Camina ligero, alegre. Tiene ganas de verla otra vez. Sabe que la encontrará en el mismo lugar donde se conocieron.
Recuerda su olor y suspira. Una manzana más y llegará a la tienda.
El mismo escaparate colorido, las mismas campanitas que tintinean al entrar, el mismo olor a plástico y tras el mostrador, la misma mirada.
Se inclina sobre él y le da un beso tierno y leve. Juega con sus rizos y se acerca a su oído.
- Te he echado de menos...
Ella sonríe.
- ¿Y tus clases?
- Nada es importante ahora.
- Debes ir...
- ¡Necesito vivir! Además, no me gusta lo que estudio y lo sabes.
- Vale, está bien.
Coge una caja del suelo bastante grande. - ¿Me ayudas?
Iván se acerca rápido y le roba el peso de los brazos.
Pasan la mañana colocando discos, recogiendo el almacén, cambiando posters y atendiendo clientes.
En seguida llega la hora de cerrar.
Se quedan solos gracias al cartel de la puerta. Él aprovecha y la abraza por detrás. Le besa el pelo y se mezcla con su olor a mandarina.
- No sabía que se te daba tan bien esto.
La mira.
- ¿Abrazarte?
- Jajaja, no bobo, bueno...eso también. Me refería a trabajar con "la música".
- Cualquier cosa es mejor que lo que estudio...
- ¿Y qué te gustaría hacer?
- Me encanta fotografiar, pero no tengo dinero para comprarme una cámara buena.
- Si me dejas, puedo ayudarte.
Se coloca tras el mostrador y recoge sus pertenencias.
- ¿Cómo?
- Trabaja conmigo. No sé...por unos meses. Así ganarás dinero y podrás estudiar lo que te gusta. Puedo comentárselo a mi padre, la tienda es nuestra y muchas veces me agobio con todo. Nos ayudaríamos mutuamente.
Iván se abalanza y la besa con fuerza.
- ¡Gracias!, ¡muchas gracias! Lo consultaré y mañana te digo. Ahora te invito a comer. ¡Dime que sí!
Le muestra una amplia sonrisa, pero no puede aceptar. Tiene mucho que hacer.

                                                ***

- Jamás aprobaré esta asignatura.
Mel baja las escaleras de la clase a mi espalda.
- Bueno, no creo que sea para tanto...
- ¿Pero tu viste la cara que se me quedó? No tenía ni idea de lo que me estaba preguntando y el primer día de clase se fue por nuestra culpa, ¿recuerdas?
- Como para olvidarlo...
Abajo, don Lorenzo borra los garabatos que intentaron explicar la práctica a los alumnos que se dignaron a atender. Nos mira de reojo. Una mirada tensa. Da miedo.
Cuando salimos del aula, tiro los apuntes al suelo y me dejo caer en uno de los bancos.
- ¡Me tiene cruzada!
- Tranquila, aprobarás el examen.
- Ni si quiera sé cuando es...
Se sienta a mi lado cuidadosa. Como si se fuera a romper. Como suele moverse siempre.
- Pues dentro de dos semanas exactamente.
Apoyo la cabeza sobre las manos.
- ¡Mátame!
- Saldrás adelante. ¡No es el fin del mundo!
- Maldita la hora en la que me metí en esto Mel.
- Si te gusta, lo sacarás.
Suspiro. Me da un codazo. Levanto la cabeza y lo veo. Espera a que la máquina de café le entregue su capuccino. Una chica, realzada por unos zapatos de tacón, toca su espalda y se saludan. No hablan mucho, en seguida se va. Tampoco me preocupa demasiado. Es guapa, al menos a esta distancia y parece tener la seguridad que yo tanto ansío pero, a pesar de todo, estoy segura de que él se girará y vendrá hacia mi.
Mel lleva un buen rato en silencio. Echo de menos un comentario, una risilla, un empujoncito...
Está concentrada con su móvil.
- ¿Mensajitos del novio?
Me mira con ojos exaltantes.
- ¿Cómo puedes saberlo?
Se sonroja.
- De una mentira he sacado una verdad...
Me río. - ¡Cuéntame!
- ¡Ay Emma! Es un chico monísimo, encantador, ¡me trata genial!
- ¿Cuándo lo conociste?
- Hace poco, en un centro comercial. Estaba mirando un casco para la moto de mi padre, pero no tenía ni idea. Yo no controlo esos temas y ¡Pum! apareció él con una estupenda sonrisa. Lo debió notar y me ayudó a escoger. ¡Mi padre está encantado! y yo...me gané una cita.
- ¡Genial!, ¡qué suerte!
- He quedado ahora. Vendrá a recogerme en su moto y bueno, ya te contaré.
Me guiña un ojo. - Lo siento, neni, pensaba decírtelo, pero...
Ambas nos fijamos en la figura que se acaba de plasmar frente a nosotras.
- Siento interrumpir.
Primero mira a Mel y después a mi. - Quería proponerte algo.
El pie de mi amiga choca sospechosamente contra el mio. Odio que haga esas cosas. Noto cómo me arden las mejillas. Debo estar lo siguiente a roja.
- Por mi no os preocupéis. Me iba ya.
Recoge sus libros fugaz y se va.
- Ahora no tienes excusa. Tu amiga te ha dejado sola.
Sonríe y me contagia.
La verdad es que no sé qué decir. Sus ojos me han embelesado.

                                                         ***

Un accidente en la M-30. Tres heridos y un fallecido. Y pensar que ahora conducimos a menos velocidad...Somos seres humanos, siempre tendremos fallos.
Moja su dedo índice en saliva y pasa página. La sección de deportes. Genial.
Se acomoda en el sofá. El Real Madrid acaba con su mala racha. Sonríe para sus adentros. Está orgulloso de su equipo.
- ¡Papá!
- Qué, hijo.
- ¿Por qué mi moto no tiene gasolina?
No aparta la vista del periódico.
- No lo sé.
- ¿Quieres mirarme?
- A ver, dime.
Asoma sus dos pequeños ojos tras unas gafas de lectura.
- Ayer llené el depósito, ¿cómo puede ser que ahora esté vacío?
Silencio. - ¿No piensas decir nada?
Se miran.
- No puedo hacerlo porque no tengo ninguna respuesta a tu pregunta. Habla con tu hermana, estará comiendo ya.
- ¿Y Emma qué va a saber?
- Lo mismo que yo y me estás cuestionando, ¿no?
- Empiezo a creer que hay mensajes subliminales en esos papeles.
El viejo sonríe y sigue a lo suyo.

"No puedo ir...lo siento"
Lo envía y vuelve al garaje en busca de alguna explicación

                                                     ***
En los pasillos no hay ni un alma. Resulta curioso que un acto necesario y natural como es comer, reúna a tantas personas en un mismo lugar. Seguramente, el comedor esté repleto.
La calle está vacía también. Empieza a tener frío y la hora de queda ya ha pasado hace rato. Para colmo, su móvil no tiene batería.
Intenta no pensar en la posibilidad de quedarse plantada. Podía ser muy probable, sólo se conocen de un día en un centro comercial.
Mira su reloj y después busca a su hombre. Siempre ha tenido mala suerte para éstas cosas. No se sorprende demasiado, pero está enfadada. Se ha hecho ilusiones. Como siempre.
A lo lejos, ve el coche de David. Emma estará con él. Por un momento, la envidia.
Las piernas le tiemblan y se rinde sobre uno de los escalones de la entrada principal. Esperar debería estar prohibido.

                                                 ***

Me he fijado en todos los letreros de la autopista. Parece que vamos al aeropuerto.
Lo miro de reojo. Está concentrado en la carretera. Conduce bien. Ni muy rápido, ni muy lento. Se siente seguro, o eso parece. No me extraña nada, él es así.
Me pregunto para qué vamos ahí y espero que no quiera salir del país en un acto de locura. Pienso que es inteligente para hacer una cosa así pero, las dudas me martillean la cabeza.
Noto que me mira, pero esta vez, soy yo quien parece concentrada. Al menos, eso intento. No puede notar que me dan miedo ciertas cosas.
Sin darme cuenta, ya estamos en el aparcamiento.
- Vamos. Tengo una idea.
Cosquillas en el estómago.
No entramos en el edificio. Vamos directos a la pista de aterrizaje.
- ¿Se puede estar aquí?
Coge mi mano y corre atravesándola. Creo que empiezo a tener ese miedo del que hablaba.
- Tienes que hacer exactamente lo que yo haga, ¿vale?
Asiento, pero mi mente dice lo contrario.
Me quedo pasmada al ver que se tumba en el suelo.
- Vamos, ven.
Da unas palmaditas junto a él para que me eche a su lado. Lo hago, aunque me siento rara.
- Esto me relaja cuando es época de exámenes. Mira ahí arriba, ¿no tiene un color increíble? El cielo es algo maravilloso. Cada uno lo ve de una manera. Creo que nadie tiene la misma sensación al observarlo. Tu puedes percibir rasgos que yo no y viceversa. ¿Cómo ves el cielo, Emma?
Aún estoy atónita y tardo en contestarle, pero no me apresura. Consigo calmarme.
- Yo lo veo...como algo inalcanzable. Incluso las cosas que aquí lo parecen, se quedan cortas a su lado.
- Jamás había pensado algo así.
- ¿Y tú que ves?
- No lo sé. Cuando esté ahí arriba, podré contestarte a eso. Lo mejor está por venir. Fíjate en ese avión, va a despegar.

De pequeña me gustaba imaginar que pilotaba uno. Hoy me cuesta creer que algo tan grande pueda sostenerse en el aire.
El avión coge velocidad hasta el punto en el que las ruedas no tocan el suelo.
Se eleva sobre nosotros impregnándonos en su sombra. Desde aquí parece un pájaro. El corazón me late fuerte de repente.
Coge altura y yo me voy con él. Es una sensación indefinible.
David me está mirando y sonríe. Él ya sabía que sentiría esto. Ya lo vivió antes.
Le sonrío agradeciéndoselo y como algo fugaz, algo inesperado, gira su cuerpo y acerca su cara a la mia. Ahora ya no veo el cielo, veo sus ojos y me doy cuenta de que tiene parte de él en sus ojos. Por instinto, cierro los ojos y me dejo llevar. Siento sus labios húmedos apoyados en los míos. Entonces me fundo en su boca. Eso es menos explicable aún.