viernes, 26 de noviembre de 2010

Capítulo 3.

En esa enorme casa no hay quien viva.
Mira la fachada desde el jardín. Aún hace calor. Son las últimas noches de verano y le apetece pasarlas en la tumbona, junto al agua tranquila de la piscina.
La mira con sus focos y el dibujo del barco en el suelo. Dios...cuántos recuerdos.
Las tardes agobiantes aquí, habían sido vitales como cada año. Recuerda a sus amigos gritando y riéndo, los bikinis tan coloridos y sugerentes que llevaban ellas...Sonríe.
Se echa del todo sobre la amaca. El cielo le muestra sus encantos sin nubes de por medio. Brilla tanto que se arrepiente de no haber bajado con él las gafas de sol.
Su madre grita en el salón, recorre la cocina, el ancho pasillo... allí donde decida dirigirse su marido.
Otra vez igual, y ésta, quien sabe por qué. Discuten, escupen odio y se dejan llevar por la rabia. Son tan impulsivos y testarudos que, a veces, le hacen pensar que es adoptado.
Se ilumina la habitación de sus padres manchando de luz parte del jardín.
Siempre acaban ahí y prefiere no imaginar qué hacen para reconciliarse. Le da un escalofrío.
Vuelve a centrarse en el verano y en lo corto que fue. Repasa mentalmente todos los buenos momentos, no quiere olvidarlos. Le da miedo sólo la idea.
Entonces Emma aparece en su cabeza cambiando su expresión. Siente una mezcla de angustia y preocupación.
Se para en aquel momento, justo antes de llegar a la playa, cuando cogió su mano. Las palabras retumban en su cabeza. ¿Y si tiene razón?, ¿y si ya se ha alejado de ellos con sólo haber pasado un día en ñla Universidad? Hoy estaba rarísima...
Se levanta ágil dispuesto a llamarla por teléfono.
- ¡Iván!, vete inmediatamente a dormir. No quiero verte por ahí fuera. Vamos, que es tarde.
En el balcón, su madre muestra unas piernas ya gastadas pero con el mismo brillo de hace décadas. Está guapa hoy.
Desecha la idea que tenía en mente. Claro, seguro que quieren intimidad y les molesta allí donde pueda interrumpir.
Sube las escaleras con restos de preocupación y, quedándose en ropa interior, se mete en la cama sin ver lo pronto que es todavía.
***
- No, no y no. Quiero saber por qué te fuiste así, tan de repente. ¿Te sentó mal lo que te dijimos en el baño?
Sostengo el teléfono firme, apretando demasiado, en ocasiones.
- Alex...no pasa nada. Simplemente tuve que irme, se hacía tarde. Además, me gusta que os sinceréis conmigo, que me digáis lo que pensáis, aunque en éste caso estéis equivocadas.
Suena convincente. Oigo agua corriendo al otro lado. Parece que se lava los dientes. Escupe.
- Vale tía, pero nosotras tambíen queremos que tú nos digas cómo te sientes.
Vuelvo a apretar el auricular.
- Me siento bien. En serio, todo está en orden.
No me gusta mentir, pero tengo que hacerlo. Si supieran que me preocupa tanto el tema, se sentirían mal y se enfriaría todo. Prefiero que siga así, como un juego.
- Bueno amor, para lo que quieras, estoy aquí, ¿eh?.
Sonrío. Ha colado.
Cuando cuelgo el teléfono, noto que me tiemblan las piernas. ¿Qué me está pasando? Una serie de sentimientos me responden en forma de dolor. Llevo la mano a mi estómago. Ésto no puede ser bueno.
Salgo a la terraza para que me dé el aire. Respiro exageradamente y me dan ganas de vomitar. No pensaba que fuera a afectarme tanto el cambio. Por otro lado, mis amigos piensan lo que no es y creo que quizás soy yo la culpable. Pienso que lo mejor sería distanciarme de Iván para que se acaben las sospechas de una vez, que vean que no hay nada realmente. Ag, pero me duele más aún el estómago imaginándolo. Es todo muy injusto.
- Dijo mamá que te hicieras la cena, ellos tardarán en volver.
Me asusto. Mi hermano sostiene la puerta con una toalla en la cintura a modo de falda. Muestra las maravillas que hace el gimnasio y que tanto gustan a mis amigas.
- ¿Me has oído?
Asiento. - Yo pedí una pizza. Te daría, pero me la comí enterita.
Sonríe victorioso.
Imbécil...
Tanto músculo y tan poco amor por su pariente.
- ¡Pírate!
Le tiro un cojín. - Quiero cambiarme.
Cierra la puerta utilizándola de escudo. Parece que ya no molesta.
Me pongo uno de los camisones de seda que tanto me gustan. Acaricio la puntilla blanca del pliegue.
Nunca olvidaré las navidades que pasé con Jorge, cuando me regaló el par que había encargado por internet.
Mi querido Jorge. No me arrepiento de haber pasado un año junto a él. Era tan bueno y tan comprensible... no sólo era bueno, también lo estaba. Todo un lujo de novio. Pero cuando la llama se apaga, no hay nada que hacer y lo mejor es devolver esa libertad que ambos teníamos.
Sonrío frente al espejo con la tela, casi transparente, sobre mi cuerpo. Intenta mostrar lo que escondo bajo ella, pero cubre lo suficiente para dar rienda suelta a la imaginación. Era por eso, quizá, por lo que mi ex quiso regalarmelos.
Bajo a la cocina arrastrando las zapatillas corcomidas que mi hermano odia a muerte. Dice que van dejando bolitas de espuma por toda la casa. No puedo evitar reírme de él cuando se pone tan maruja.
Abro la nevera moviendo algún imán que decora la puerta. Una jarra de cristal empañado por el frío, sostiene leche fresca, una sandía invade la mayor parte de una de las bandejas y todo lo demás son yogures dietéticos de mamá y verdura pasada. Cree que por tenerla eternamente en la nevera logrará adelgazar esos kilos que le sobran y que yo apenas veo.
Una rodaja de sandía y un vaso de leche se convierten en la cena de hoy.
Miro el reloj que hay sobre la ventana. Las once y media. Bostezo. Supongo que mañana será un día mejor, pero tampoco creo que hoy haya sido uno malo. Después de todo, me encontré con los ojos más bonitos del planeta.
Sonrío y sorbo el último trago de leche. La luz de la cocina se apaga a mi espalda. Espero poder dormir bien al menos.
***
Un pitido ensordecedor llena la pequeña habitación. Mel estira el brazo palpándo el despertador. Consigue acabar con el horrible ruido que se le metía por las entrañas. Se estira y suelta un rugido vago. Abre por fin los ojos y se queda embobada mirando al techo. Cuando le apetece, abre las cortinas. El sol le ciega y se cuela en el cuarto iluminando los muebles que aún duermen.
Otro día más pasando calor. Lo odia.
Se echa agua en la cara para despejarse y se mira en el pequeño espejo del baño. Prefiere no haberlo hecho. Sus pelos dan miedo, como todas las mañanas.
Vuelve hacia su armario buscando qué ponerse. Tras tirar sobre la cama varios pantalones con posibles camisetas a juego, opta por unos cortos y desgastados que nunca tirará y una camiseta de algodón fresca con distintos tonos azules.
Los cordones de las Victoria negras se le resisten.
- Melissa, ya está el desayuno.
Gritan desde la cocina. Se levanta con las manos enredadas en los pies. Tropieza con un pantalón suicida que cae de la cama directo al suelo.
- Mel vamos, ¡date prisa!, ¿quieres llegar tarde otra vez?
No dice nada, ella se limita a beber el vaso de café y negar con la cabeza.
Coge una galleta, se la mete en la boca y le da un beso lleno de migas a su madre.
- ¿Vendrás a comer hoy?
- No. He quedado con una amiga nueva de la facultad. Llegaré antes de las seis. Hasta luego.
La puerta es la última en hablar.
Hoy hace viento. El pelo se le mueve para todos lados. Se arrepiente de haber malgastado el tiempo peinándose.
Tiene ganas de llegar a clase.
El autobús está lleno de universitarios. Todos cargan carpetas y gruesos libros bajo sus brazos.
El conductor no da a basto con tanta gente. Las vacaciones fueron estupendas en Punta Cana, pero parece que le oxidaron los huesos.
Tres jóvenes se disponen a entrar después de haberse pegado una buena carrera. Completo.
Se quejan murmurando y no tienen más remedio que dignarse a esperar al siguiente.
Mel espía desde su asiento. Conoce a la chica del club de patinaje. Una prepotente más a la que evitar por desgracia.
Uno de los chicos le suena de vista. Quizá sea un estúpido que ha caído en sus garras, un amor pasajero de un fin de semana o un amigo con derecho a roce. Se besan delante del bus.
El otro chico, bosteza apoyando la mochila en uno de los postes de horarios.
Por fin se mueve dejándolos atrás. Introduce los cascos del móvil en los oídos y se relaja mientras el sueño se apodera de ella.
Antes de poder aprovechar una buena siesta, se encuentra parada frente al edificio de Derecho.
Se hace respetar adelantando a otra chica que pensaba salir, y que se sienta de nuevo fastidiada.
Emma ya está allí. Fuma tranquila en el holl mirando a los que vienen y van. Un chico alto se le acerca. Ella extiende la mano con un mechero, después, se despiden con una sonrisa.
Cuando ya están juntas, deciden subir las escaleras en vez de esperar al ascensor, hay ya demasiada gente vaga intentando colarse para entrar en él.
Tienen muchas cosas que contarse de camino a clase. Es lo bueno de empezar una amistad de cero, luego uno se cansa y ya no tiene apenas conversación.
Se sientan en un par de las sillas de hierro amarillo que perfilan los pasillos.
La gente camina nerviosa. Unos en una dirección, otros en otra. Se esquivan, algunos chocan sin querer o intencionadamente y otros se reconocen con un saludo.
Mel le explica lo básico de la Universidad. Es bueno tener a alguien con experiencia el primer año. Sería mejor todavía si le estuviera prestando atención.
Se queda embobada mirando a un único punto.
- ¡Eh tía!, ¿te has enterado de algo?
Emma no contesta, es como si hubieran presionado al botón "puse". Apenas se nota que respira y parece que de un momento a otro, se le saldrán los ojos de las órbitas.
Su amiga se aventura a mirar en la misma dirección. Hay un chico rubio con tez blanca frente a ella. Lee un libro mientras se apoya contra la pared. A primera vista, es atractivo y viste bien. Vuelve la vista a Emma y le da un empujoncito que hace que despierte de nuevo.
- ¿Te gusta ese chico?
Sonríe.
- ¡Oh! perdón Mel, me he distraído...
- Lo he notado. Es guapo...
- Creo que lo he visto en otra ocasión...es eso.
Se sonroja.
- Sé quién es, va a mi clase. ¿Quieres que te lo presente?
Su sonrisa se ensancha.
Levanta la mano llamando su atención. Él se acerca despacio, pero seguro de sí mismo y muestra su dentadura perfectamente diseñada.
- ¡No, no, no!, ¡Mel!.
Antes de poder decir nada más, el guaperas ya está frente a ellas.
- Hola Mel, ¿cómo te va?.
- Bien, bien...pero eso no importa ahora. Ésta es Emma.
Mira de reojo.
Le extiende la mano de inmediato.
- Encantado. Creo que te ví ayer.
- Sí...sí, era yo.
Siente que le arde la cara y la boca comienza a secarse.
- Bueno chicos, os voy a dejar. Tengo que hacer algunas cosas...
El guiño de ojo demuestra que es mentira, es una encerrona y a Emma le tiemblan las manos cada vez más.
- ¿Y tú eres?...
- ¡Ah sí! perdona.
Ríe. - Me llamo David.
David...
Un nombre común que, sin saber por qué, empieza a gustarle.
¿Qué hay en él que no lo haga? Es perfecto en todos los sentidos.
Con el tiempo la conversación se vuelve interesante. Emma está tranquila y es capaz de hablarle sin perderse en ese azul tan intenso. Sonríe sin que le tiemblen los labios y las manos ya no sudan. Se siente a gusto.
Tienen el mismo gusto musical y ambos están en Derecho por motivos parecidos.
- ¿Tu padre tambíen es abogado?
Se burlan de la situación, pero el silencio se abre paso en escena.
A él le gusta su risa. Se fija en su pelo. Es liso y brillante. Nunca se pararía en una rubia, pero ha hecho la excepción. Sus ojos tienen una forma bonita, perfilados por unas pestañas largas, un tono mas oscuro que su cabello. Y esos labios tan carnosos y mojados le hacen imaginar cosas que no debe. Mira su escote sin que se dé cuenta. No es prominente, pero tampoco busca una muñeca hinchable. Las piernas son mas bonitas. Largas y esbeltas, bañadas en un dorado de verano. Asoman tímidas entre los pliegues de una fina falda de raso.
Está callada, con la mirada clavada en el suelo. Él no le quita un ojo de encima, se muere por besarla.
- Sé que no debería decirte ésto, pero ¿te apetece venir a dar un paseo conmigo?
- Pero, y ¿las clases?
- Se nota que eres una novata.
Ríe. - ¿Qué me dices? Intentaré ser lo más ameno posible.
Le late el corazón a mil por hora. Se bloquea otra vez y apenas puede asentir.
Antes de recapacitar, ya está en el asiento copiloto de su coche.
El sol pega fuerte, no se nota que esté a punto de llegar el otoño. Hace calor, o al menos eso cree. Baja la ventanilla dejando volar su melena y cierra los ojos.
De repente siente que pierden velocidad, está frenando. Se miran. Él muestra, una vez más, su sonrisa impactante.
- Seguramente hayas estado mil veces donde pretendo llevarte, por eso, haremos esto un poco más interesante.
Abre la guantera y saca una tela amarilla. Parece una camiseta. La enrosca y la coloca sobre los ojos de Emma, atándola con un nudo.
- ¿Qué haces?
Le pilla desprevenida.
- Le estoy poniendo un poco de intriga. ¿Confías en mí?
Apenas se conocen y en unas horas no suele surgir la confianza, pero Emma se adelanta a las consecuencias y se deja llevar.
Durante el viaje suenan canciones que le hacen suspirar, temblar y sonreír. No deja de repetirse que es perfecto.
Ahí está, en el coche de un chico guapo, mirando la oscuridad y con una única escena en mente: Sus labios unidos por el mejor de los besos que haya experimentado nunca.

jueves, 4 de noviembre de 2010

Capítulo 2.

Sara López
Álvaro Luán
Francisco Lucas
Vanessa Martín
Jorge Martínez
El siguiente es el mío. Que no sea en el A, que no sea en ese aula...
Cierro los ojos y apunto con el dedo.
Emma Méndez: Aula B (211)
- ¡Sí!
Grito sin pensar en la gente que busca aún su nombre desesperada, respirando en mi nuca.
Me abro camino entre ellos algo tímida, pero con una inmensa alegría. Lo poco que conozco de la facultad es que el peor tutor de todo el edificio se encarga del grupo A y en estos momentos, lo que más feliz puede hacerme, es no pertenecer a él.
Repaso los dinteles de las puertas en busca de mi número. Por un instante, siento que estoy en la carnicería esperando cola, o peor aún; en el matadero.
Veo varios alumnos en la entrada de mi clase. Todos tienen cara de preocupación, algunos de cansancio y otros parecen nerviosos.
Exactamente lo que pensaba. Esto es el matadero.
Me cuelo como puedo entre ellos para adentrarme en aquel horno.
Echo un vistazo a las caras desconocidas para elegir asiento. Ni muy cerca de los empollones de la primera fila, ni muy atrás junto a los macarras.
Una chica se retoca el pelo frente a un diminuto espejo con piedrecitas brillantes. Lleva una chaqueta de cachemir con la inscripción en el lado derecho de cualquier marca prestigiosa. Puedo oler su perfume desde aquí. Quizá algo cargado.
Un chico musculoso, con gorra, mal puesta a propósito, bosteza mirando su reloj plateado.
El grupillo de los molones del fondo, le ríe la gracia a uno de sus pertenecientes que estira el cuello para ver si alguien percata su superioridad. Cruzamos las miradas y eso debe enorgullocerle más, viendo que surge efecto. Yo, sin embargo, me río de él en silencio.
No encuentro el sitio que quería, ni la compañía que concuerde conmigo, así que, prefiero sentarme sola en mitad del aula, cercana al pasillo. Siempre me gustó sentirme libre, en el extremo para echar a correr y salir de allí si hace falta.
Un hombre mayor, con un traje elegante, cierra la puerta a su espalda, observando el panorama que le toca éste año. No parece que ponga cara de sufrimiento. Buena señal.
Me da la sensación de que, aún así, no viene de buen humor.
- Señores...
Tarda un buen rato en continuar la frase. Me pone más nerviosa de lo que estaba.
- Soy su profesor de Derecho Romano, asignatura que tendrán en éste nuevo curso. El señor Lozano para ustedes.
Se entretiene con unos papeles que mueve varias veces sobre la mesa. Mira nuestras caras después de leer. Imagino que serán las listas y dejo de respirar cuando se para en mi. Intento adivinar lo que piensa traduciendo su expresión, pero es tan invariable que me hace comprender que todos le caemos igual de mal.
Tres golpes secos interrumpen mis cálculos y parece que los del señor Lozano también, cosa que no le agrada en absoluto por su gesto de cansancio.
Una chica risueña entra intentando hacer el menor ruido posible, en vano. Todos los ojos se clavan en ella, incluídos los míos que se mueren de curiosidad.
Lleva una carpeta gastada por el tiempo, pero cuidada con cariño. Apenas puede cerrar la puerta y el profesor tiene que ayudarle. Yo, en su lugar, ya hubiese tropezado y lanzado la carpeta por los aires. Me río para mis adentros dibujándo sólo media sonrisa al exterior.
- ¿Puede decirme su nombre, señorita?
La voz retumba en el silencio de las cuatro paredes. Intenta adivinarlo antes de que se lo diga ojeando el papel de nuevo.
- Melissa Díaz.
- Díaz.... Sí, aquí está. Espero que no se vuelva a repetir. Siéntese.
Baja la cabeza como si se tratara de una delincuente. Cuando vuelve a levantarla, toma la decisión de ocupar el asiento vacante que hay a mi lado.
Ahora puedo ver más de cerca su carpeta. Hay pegatinas por todos lados con dibujos graciosos y alguna que otra foto de una chica pelirroja, muy parecida a la dueña.
Carraspea y mira al profesor. Parece incómoda, quiere hablarme.
Tiene que ser un bochorno llegar tarde el primer día de clase. Una buena manera para coger fama antes que nadie. Sus mejillas siguen encendidas del mal trago que ha pasado. Me da lástima cuando veo que su bolígrafo le traiciona dejando de escribir y ella se vuelve loca haciendo cículos, cada vez más grandes, sobre su libreta pequeña.
- Mierda...
Musita. Acto seguido, se sorprende cuando mi mano se acerca a su brazo con la salvación. Acepta mi boli sonrojándose de nuevo y mirándome, se presenta.
- Muchas gracias, no tenía mas... Soy Mel, ¿y tú?
Sonrío. Lo había intuído, pero no digo nada.
- Me llamo Emma.
- ¿Eres nueva?
Se acerca a mi. - No le tengas miedo, Lozano parece un ogro, pero infla las notas que no veas...
Ríe risueña. Es una buenísima persona, se le ve en los ojos.
Me pica la curiosidad.
- ¿Tú no?, ¿estás repitiento o algo?
- Nada...se me atragantó esta asignatura el año pasado, pero aprobé todas las demás. Voy a segundo.
Está orgullosa de ello. Su amplia sonrisa lo demuestra.
Le hago un poco la pelota para que sonría más.
- Ojalá saque tan buenas notas como tú.
Sé que me lo iba a agradecer, pero la voz del "ogro" nos hace pegar un salto sobre los asientos.
- ¡Díaz! No sólo llega tarde, sino que también se aburre en mi clase por lo que veo.
Hace una pausa intentando contenerse hasta que se ve lo suficientemente calmado.
- Empieza usted estupendamente el curso. Que no tenga que llamarle más la atención, por su bien.
Todos nos miran desde cada punto del aula. Intento aguantar la risa, pero no puedo evitarlo cuando Mel utiliza la frase, "perro ladrador, poco mordedor".
El profesor me mira desafiante desde su mesa. Me hace callar y noto cómo mis ojos se abren de par en par. Esto se pone feo.
- No obligo a nadie a venir a mis clases. Estamos en la Universidad, señores. No pienso tolerar ni una interrupción más de éste tipo. Si quieren hacer el payaso, lo hacen en la cafetería o en sus casas. Aquí no.
Y dicho esto, recoge los papeles que ocupaban toda la mesa y los mete despacio en su maletín de piel, cuidando que no se arruguen.
Me preocupa que haga eso. No ha pasado ni media hora y... ¿ya está guardando todo? Aclara mis dudas antes de lo que pensaba.
- Mi clase de hoy ha terminado. Agradézcanselo a aquellas dos señoritas de allí.
Mel y yo nos miramos asustadas. Algunos se ríen, otros nos miran con cara de muy pocos amigos.
Genial. Mi primera impresión ha sido espantosa para mis compañeros. Me pregunto cómo me las arreglaré ahora para conseguir los apuntes del curso.
***
Media hora después, en el Summum del barrio de Sabugo, cuatro chicos ríen a carcajada limpia sin importarles que el único señor que les acompaña, les mire con desprecio desde la barra del bar, donde sorbe café con periódico en mano.
- Me ha tocado en un grupo de torreones. Me siento enanísima. No sé cuánto podré durar en esa clase. Un día se estos se sientan encima de mi y no se dan cuenta.
Alex bebe un poco de Biosolán después de hacer su comentario y recibe burlas por parte de los chicos respecto a su estatura, aunque a ella no le da ninguna importancia y les imita.
Ana aprovecha para contar su versión.
- En informática son todos unos frikis. No sé a quien elegir para que me haga los trabajos, tengo variedad.
Ríen tranquilos.
La joven camarera, que tanto les gusta a Iván y a Rodri, les regala un cuenco pequeño de patatas fritas con sabor a ajo. Las que siempre ponen y que tanta sed dan después. No son listos ni nada...
Iván se pierde en sus curvas y no puede resistir perseguirlas con la mirada hasta que la barra le impide ver sus piernas.
Alex se da cuenta y se ríe de él.
- ¡Se te están cayendo las babas en la coca cola!
Vuelven a reírse molestando de nuevo al señor del café.
- Con estas patatitas no tenemos ni para un diente.
Rodri coge la más pequeña para exagerar sus palabras y a la vez demostrar que tiene razón.
Se quedan en silencio sonriendo, pero todos saben que la tiene. Comen las patatas acabándolas rápido, como ya esperaban.
Casi no saben de qué hablar. Recorrieron el tema principal del día: El inicio de las clases y las primeras experiencias. Pasaron por los planes de esa noche, aún sin decidir y las ideas se van agotando.
Ana se da cuenta de algo.
- ¿Dónde se mete Emma?. Habíamos quedado a y media y ni rastro de ella.
- ¿Queréis que le llame al móvil? Igual ha pasado algo...
Iván busca el número en la agenda. Las chicas se miran curiosas. Tienen muchas cosas que interrogarle, aunque será más fácil con ella.
- No hace falta, está ahí.
Mira a sus amigos desde la entrada, coge una silla de una de las mesas de al lado y se sienta con ellos.
La camarera vuelve a la mesa dispuesta a atenderla. Se miran.
- Un café con leche y hielo, por favor.
El señor de la esquina no ha dejado de observarla desde que entró. Sonríe pícaro cuando se entera de que a ambos les gusta el café con hielo. Ya tienen algo en común. Desea, por un momento, no tener tantos años y poder ser el chico que está a su lado.
Es guapa y tiene unas piernas preciosas. No pide más, no se para a pensar en cómo será su personalidad. Para él, es un detalle sin importancia.
Se da cuenta de que necesita sexo. Luego cambia de perspectiva y se encapricha con el escote de la camarera. El periódico ya queda en un segundo plano.
- ¿Dónde estabas?
Sigue sofocada de la caminata que se acaba de pegar.
El café llega antes de lo esperado. Quizá la camarera huya de las miradas indiscretas del cliente mañanero.
Emma coge la tacita y la vuelca en el vaso con hielo.
- Me entretuve en la cafetería de la facultad. He conocido a una chica muy simpática y bueno, nos contamos nuestras vidas.
Se lleva el vaso a los labios mientras le llueven preguntas de todo tipo. No llega a beber.
- No, Rodri. ¿Para qué le voy a preguntar si tiene novio?
Ríe. - ¿Estás interesado en ser su candidato?
- Jo, rubita, nunca se sabe... Hay que estar preparado para cualquier ocasión. Igual es el amor de mi vida, y yo aquí...malgastando mi futuro con una cerveza.
- ¡Ey tío! gracias por lo que nos toca...
Iván le da un golpecito en el hombro.
- Lo siento. Pero bueno, Emma, ya me entiendes.
Por fin bebe un poco de café.
- Vale, creo que sí te entiendo. No sé, la verdad que Mel es estupenda. Deberíamos quedar algún día con ella, así os la presento. Podemos hacer una cena como la de ayer. Estuvo genial.
- ¡Por cierto!
Ana despierta de sus pensamientos.
- Emma, ¿puedes venir al baño un momento?
- ¿Para qué?...
- Vamos, ¡ven!
Tira de su brazo haciendo que se levante.
- ¿Vais a dejarme aquí con éstos cafres?
Los chicos hacen como que no han oído nada, ya están acostumbrados. Siempre tuvieron que aguantar a tres pesadas que, en el fondo, son tan adorables que es inevitable hacerlo.
Prefieren que se marchen a cotillear. Está claro que se van a eso. Pero mejor, así pueden comentar las vistas que tienen y decir cosas obscenas sin recibir collejas.
Por otro lado, a apenas unos metros de la mesa, un viejo baño encierra los secretos de una historia muy interesante.
Alex aprovecha para mear mientras las otras cuchichean frente a los espejos.
- No me puedes decir que no pasó nada...
Su amiga se retoca el pelo sin darle demasiada importancia.
- Dios...¡Ana! Por cuarta vez, no pasó nada. No pasó ni va a pasar, ¿vale?
Se echa agua en los rizos para moldearlos. Ya habían perdido la forma con el paso de las horas.
- Pero, ¿por qué?
Se miran serias.
- Porque no hay nada entre nosotros. Absolutamente nada. Os habéis creado una película y eso os pasa por cotillear más de la cuenta.
- Emma, yo estoy de acuerdo con Ana.
La cisterna se convierte en la protagonista y hasta que no pasa un rato, tienen que hablar en un tono de voz más alto de lo normal.
- Somos tus amigas, tía. Lo lógico es que nos cuentes lo que sientes y lo que pasó mientras nos bañábamos.
Parpadea sorprendida.
- ¡¿Qué?!
- Sí, cuando Ana, Rodri y yo nos fuimos al agua y os quedásteis solos.
- Así que lo hicisteis a propósito...
Se cruza de brazos.
- ¡Pues sí! Era para ver si os lanzábais, ¿qué pasa?
- Alex...
Su compinche le lanza una mirada para que no hable demasiado. - Lo que Alex quiere decir, es que nos gustáis como pareja y pensamos que podía ser lo que queríais en ese momento...
Se para. - Quedaros solos. Es que, vale, sí. Nos montamos una paranoia los tres, pero entiende que lo parecía...
Se quedan en silencio esperando la respuesta de la interrogada.
- Cuando nos quedamos solos en las toallas, estuvimos hablando de nuestras cosas. Ya está.
Se mira al espejo por última vez maldiciendo para sus adentros sus pelos de loca. Después se vuelve a sus amigas.
- Espero que os haya quedado claro. Repito, entre Iván y yo, no hay nada.
Sale del baño algo afectada, dejando atrás a las otras dos.
Se pregunta si todo ésto le está afectando de verdad o si en realidad, lo que le molesta es que quieran manejar su vida.
- Bueno chicos...
Bebe lo que le queda del café. - Creo que me voy a ir.
Tira las monedas sobre la mesa que soniquean entre los vasos de cristal. - Pagad lo mio con eso.
Ivan le coge del brazo.
- Espera, no hemos decidido qué hacer ésta noche.
Se queda pensativa mirando el suelo. Pobres ajenos a la situación...
- No, no creo que salga. Bueno, nos vemos.
Ni siquiera les da un beso cuando se va. Ellos se miran hablándose con los ojos. No están nada equivocados en lo que dicen.
* * *
La gente camina. Unos hacia un lado, otros hacia el otro...
Muchos miran el suelo cuando lo hacen. Por no tropezar o por vergüenza.
Un grupo de adolescentes critican a otro con el que se acaban de cruzar. Una pareja agarrada de la mano, se ríe al quedarse enganchada frente a una farola, solo por no haberse soltado antes. Un anciano solitario me mira desde un banco oxidado por el tiempo. Dos viejos amigos, sosteniéndose el uno al otro.
Miro mis pies. Dos viejas converse se mueven simultáneamente. Recorren el camino a casa como todos los días. Se lo deben saber de memoria.
Me acuerdo de la existencia de mi Ipod y cuando lo encuentro, doy al play relajándome con la primera canción lenta que suena.
Estoy cansada y se nota en mis pasos. Miro el aparato de nuevo buscando alguna de Leona Lewis, pero un hombro mueve el mío impidiendo que toque bien el botón.
Levanto la cabeza como acto reflejo y me cruzo con los ojos azules más profundos e intensos que nunca he tenido el placer de ver.
- ¡Perdón!, ¿te he hecho daño?
Su voz también es bonita.
Me doy cuenta de que llevo más tiempo callada de lo normal. Sigo perdida en sus ojos, pero vuelvo a tierra en segundos.
- Eh...no, no, descuida.
Sonrío avergonzada. - Estoy perfectamente.
No me deja acabar y se va despidiéndose con un gesto de mano.
Le miro por detrás. Sus pasos, su pantalón caído, su espalda, su pelo...
¡Mierda! El hombre del banco debe estar flipando. Le echo un vistazo. Me sigue mirando.
Opto por irme de allí y llegar a casa lo más pronto posible. Ya anochece, pero sus ojos siguen en mi mente como dos luces enormes que iluminan toda la calle.