viernes, 26 de noviembre de 2010

Capítulo 3.

En esa enorme casa no hay quien viva.
Mira la fachada desde el jardín. Aún hace calor. Son las últimas noches de verano y le apetece pasarlas en la tumbona, junto al agua tranquila de la piscina.
La mira con sus focos y el dibujo del barco en el suelo. Dios...cuántos recuerdos.
Las tardes agobiantes aquí, habían sido vitales como cada año. Recuerda a sus amigos gritando y riéndo, los bikinis tan coloridos y sugerentes que llevaban ellas...Sonríe.
Se echa del todo sobre la amaca. El cielo le muestra sus encantos sin nubes de por medio. Brilla tanto que se arrepiente de no haber bajado con él las gafas de sol.
Su madre grita en el salón, recorre la cocina, el ancho pasillo... allí donde decida dirigirse su marido.
Otra vez igual, y ésta, quien sabe por qué. Discuten, escupen odio y se dejan llevar por la rabia. Son tan impulsivos y testarudos que, a veces, le hacen pensar que es adoptado.
Se ilumina la habitación de sus padres manchando de luz parte del jardín.
Siempre acaban ahí y prefiere no imaginar qué hacen para reconciliarse. Le da un escalofrío.
Vuelve a centrarse en el verano y en lo corto que fue. Repasa mentalmente todos los buenos momentos, no quiere olvidarlos. Le da miedo sólo la idea.
Entonces Emma aparece en su cabeza cambiando su expresión. Siente una mezcla de angustia y preocupación.
Se para en aquel momento, justo antes de llegar a la playa, cuando cogió su mano. Las palabras retumban en su cabeza. ¿Y si tiene razón?, ¿y si ya se ha alejado de ellos con sólo haber pasado un día en ñla Universidad? Hoy estaba rarísima...
Se levanta ágil dispuesto a llamarla por teléfono.
- ¡Iván!, vete inmediatamente a dormir. No quiero verte por ahí fuera. Vamos, que es tarde.
En el balcón, su madre muestra unas piernas ya gastadas pero con el mismo brillo de hace décadas. Está guapa hoy.
Desecha la idea que tenía en mente. Claro, seguro que quieren intimidad y les molesta allí donde pueda interrumpir.
Sube las escaleras con restos de preocupación y, quedándose en ropa interior, se mete en la cama sin ver lo pronto que es todavía.
***
- No, no y no. Quiero saber por qué te fuiste así, tan de repente. ¿Te sentó mal lo que te dijimos en el baño?
Sostengo el teléfono firme, apretando demasiado, en ocasiones.
- Alex...no pasa nada. Simplemente tuve que irme, se hacía tarde. Además, me gusta que os sinceréis conmigo, que me digáis lo que pensáis, aunque en éste caso estéis equivocadas.
Suena convincente. Oigo agua corriendo al otro lado. Parece que se lava los dientes. Escupe.
- Vale tía, pero nosotras tambíen queremos que tú nos digas cómo te sientes.
Vuelvo a apretar el auricular.
- Me siento bien. En serio, todo está en orden.
No me gusta mentir, pero tengo que hacerlo. Si supieran que me preocupa tanto el tema, se sentirían mal y se enfriaría todo. Prefiero que siga así, como un juego.
- Bueno amor, para lo que quieras, estoy aquí, ¿eh?.
Sonrío. Ha colado.
Cuando cuelgo el teléfono, noto que me tiemblan las piernas. ¿Qué me está pasando? Una serie de sentimientos me responden en forma de dolor. Llevo la mano a mi estómago. Ésto no puede ser bueno.
Salgo a la terraza para que me dé el aire. Respiro exageradamente y me dan ganas de vomitar. No pensaba que fuera a afectarme tanto el cambio. Por otro lado, mis amigos piensan lo que no es y creo que quizás soy yo la culpable. Pienso que lo mejor sería distanciarme de Iván para que se acaben las sospechas de una vez, que vean que no hay nada realmente. Ag, pero me duele más aún el estómago imaginándolo. Es todo muy injusto.
- Dijo mamá que te hicieras la cena, ellos tardarán en volver.
Me asusto. Mi hermano sostiene la puerta con una toalla en la cintura a modo de falda. Muestra las maravillas que hace el gimnasio y que tanto gustan a mis amigas.
- ¿Me has oído?
Asiento. - Yo pedí una pizza. Te daría, pero me la comí enterita.
Sonríe victorioso.
Imbécil...
Tanto músculo y tan poco amor por su pariente.
- ¡Pírate!
Le tiro un cojín. - Quiero cambiarme.
Cierra la puerta utilizándola de escudo. Parece que ya no molesta.
Me pongo uno de los camisones de seda que tanto me gustan. Acaricio la puntilla blanca del pliegue.
Nunca olvidaré las navidades que pasé con Jorge, cuando me regaló el par que había encargado por internet.
Mi querido Jorge. No me arrepiento de haber pasado un año junto a él. Era tan bueno y tan comprensible... no sólo era bueno, también lo estaba. Todo un lujo de novio. Pero cuando la llama se apaga, no hay nada que hacer y lo mejor es devolver esa libertad que ambos teníamos.
Sonrío frente al espejo con la tela, casi transparente, sobre mi cuerpo. Intenta mostrar lo que escondo bajo ella, pero cubre lo suficiente para dar rienda suelta a la imaginación. Era por eso, quizá, por lo que mi ex quiso regalarmelos.
Bajo a la cocina arrastrando las zapatillas corcomidas que mi hermano odia a muerte. Dice que van dejando bolitas de espuma por toda la casa. No puedo evitar reírme de él cuando se pone tan maruja.
Abro la nevera moviendo algún imán que decora la puerta. Una jarra de cristal empañado por el frío, sostiene leche fresca, una sandía invade la mayor parte de una de las bandejas y todo lo demás son yogures dietéticos de mamá y verdura pasada. Cree que por tenerla eternamente en la nevera logrará adelgazar esos kilos que le sobran y que yo apenas veo.
Una rodaja de sandía y un vaso de leche se convierten en la cena de hoy.
Miro el reloj que hay sobre la ventana. Las once y media. Bostezo. Supongo que mañana será un día mejor, pero tampoco creo que hoy haya sido uno malo. Después de todo, me encontré con los ojos más bonitos del planeta.
Sonrío y sorbo el último trago de leche. La luz de la cocina se apaga a mi espalda. Espero poder dormir bien al menos.
***
Un pitido ensordecedor llena la pequeña habitación. Mel estira el brazo palpándo el despertador. Consigue acabar con el horrible ruido que se le metía por las entrañas. Se estira y suelta un rugido vago. Abre por fin los ojos y se queda embobada mirando al techo. Cuando le apetece, abre las cortinas. El sol le ciega y se cuela en el cuarto iluminando los muebles que aún duermen.
Otro día más pasando calor. Lo odia.
Se echa agua en la cara para despejarse y se mira en el pequeño espejo del baño. Prefiere no haberlo hecho. Sus pelos dan miedo, como todas las mañanas.
Vuelve hacia su armario buscando qué ponerse. Tras tirar sobre la cama varios pantalones con posibles camisetas a juego, opta por unos cortos y desgastados que nunca tirará y una camiseta de algodón fresca con distintos tonos azules.
Los cordones de las Victoria negras se le resisten.
- Melissa, ya está el desayuno.
Gritan desde la cocina. Se levanta con las manos enredadas en los pies. Tropieza con un pantalón suicida que cae de la cama directo al suelo.
- Mel vamos, ¡date prisa!, ¿quieres llegar tarde otra vez?
No dice nada, ella se limita a beber el vaso de café y negar con la cabeza.
Coge una galleta, se la mete en la boca y le da un beso lleno de migas a su madre.
- ¿Vendrás a comer hoy?
- No. He quedado con una amiga nueva de la facultad. Llegaré antes de las seis. Hasta luego.
La puerta es la última en hablar.
Hoy hace viento. El pelo se le mueve para todos lados. Se arrepiente de haber malgastado el tiempo peinándose.
Tiene ganas de llegar a clase.
El autobús está lleno de universitarios. Todos cargan carpetas y gruesos libros bajo sus brazos.
El conductor no da a basto con tanta gente. Las vacaciones fueron estupendas en Punta Cana, pero parece que le oxidaron los huesos.
Tres jóvenes se disponen a entrar después de haberse pegado una buena carrera. Completo.
Se quejan murmurando y no tienen más remedio que dignarse a esperar al siguiente.
Mel espía desde su asiento. Conoce a la chica del club de patinaje. Una prepotente más a la que evitar por desgracia.
Uno de los chicos le suena de vista. Quizá sea un estúpido que ha caído en sus garras, un amor pasajero de un fin de semana o un amigo con derecho a roce. Se besan delante del bus.
El otro chico, bosteza apoyando la mochila en uno de los postes de horarios.
Por fin se mueve dejándolos atrás. Introduce los cascos del móvil en los oídos y se relaja mientras el sueño se apodera de ella.
Antes de poder aprovechar una buena siesta, se encuentra parada frente al edificio de Derecho.
Se hace respetar adelantando a otra chica que pensaba salir, y que se sienta de nuevo fastidiada.
Emma ya está allí. Fuma tranquila en el holl mirando a los que vienen y van. Un chico alto se le acerca. Ella extiende la mano con un mechero, después, se despiden con una sonrisa.
Cuando ya están juntas, deciden subir las escaleras en vez de esperar al ascensor, hay ya demasiada gente vaga intentando colarse para entrar en él.
Tienen muchas cosas que contarse de camino a clase. Es lo bueno de empezar una amistad de cero, luego uno se cansa y ya no tiene apenas conversación.
Se sientan en un par de las sillas de hierro amarillo que perfilan los pasillos.
La gente camina nerviosa. Unos en una dirección, otros en otra. Se esquivan, algunos chocan sin querer o intencionadamente y otros se reconocen con un saludo.
Mel le explica lo básico de la Universidad. Es bueno tener a alguien con experiencia el primer año. Sería mejor todavía si le estuviera prestando atención.
Se queda embobada mirando a un único punto.
- ¡Eh tía!, ¿te has enterado de algo?
Emma no contesta, es como si hubieran presionado al botón "puse". Apenas se nota que respira y parece que de un momento a otro, se le saldrán los ojos de las órbitas.
Su amiga se aventura a mirar en la misma dirección. Hay un chico rubio con tez blanca frente a ella. Lee un libro mientras se apoya contra la pared. A primera vista, es atractivo y viste bien. Vuelve la vista a Emma y le da un empujoncito que hace que despierte de nuevo.
- ¿Te gusta ese chico?
Sonríe.
- ¡Oh! perdón Mel, me he distraído...
- Lo he notado. Es guapo...
- Creo que lo he visto en otra ocasión...es eso.
Se sonroja.
- Sé quién es, va a mi clase. ¿Quieres que te lo presente?
Su sonrisa se ensancha.
Levanta la mano llamando su atención. Él se acerca despacio, pero seguro de sí mismo y muestra su dentadura perfectamente diseñada.
- ¡No, no, no!, ¡Mel!.
Antes de poder decir nada más, el guaperas ya está frente a ellas.
- Hola Mel, ¿cómo te va?.
- Bien, bien...pero eso no importa ahora. Ésta es Emma.
Mira de reojo.
Le extiende la mano de inmediato.
- Encantado. Creo que te ví ayer.
- Sí...sí, era yo.
Siente que le arde la cara y la boca comienza a secarse.
- Bueno chicos, os voy a dejar. Tengo que hacer algunas cosas...
El guiño de ojo demuestra que es mentira, es una encerrona y a Emma le tiemblan las manos cada vez más.
- ¿Y tú eres?...
- ¡Ah sí! perdona.
Ríe. - Me llamo David.
David...
Un nombre común que, sin saber por qué, empieza a gustarle.
¿Qué hay en él que no lo haga? Es perfecto en todos los sentidos.
Con el tiempo la conversación se vuelve interesante. Emma está tranquila y es capaz de hablarle sin perderse en ese azul tan intenso. Sonríe sin que le tiemblen los labios y las manos ya no sudan. Se siente a gusto.
Tienen el mismo gusto musical y ambos están en Derecho por motivos parecidos.
- ¿Tu padre tambíen es abogado?
Se burlan de la situación, pero el silencio se abre paso en escena.
A él le gusta su risa. Se fija en su pelo. Es liso y brillante. Nunca se pararía en una rubia, pero ha hecho la excepción. Sus ojos tienen una forma bonita, perfilados por unas pestañas largas, un tono mas oscuro que su cabello. Y esos labios tan carnosos y mojados le hacen imaginar cosas que no debe. Mira su escote sin que se dé cuenta. No es prominente, pero tampoco busca una muñeca hinchable. Las piernas son mas bonitas. Largas y esbeltas, bañadas en un dorado de verano. Asoman tímidas entre los pliegues de una fina falda de raso.
Está callada, con la mirada clavada en el suelo. Él no le quita un ojo de encima, se muere por besarla.
- Sé que no debería decirte ésto, pero ¿te apetece venir a dar un paseo conmigo?
- Pero, y ¿las clases?
- Se nota que eres una novata.
Ríe. - ¿Qué me dices? Intentaré ser lo más ameno posible.
Le late el corazón a mil por hora. Se bloquea otra vez y apenas puede asentir.
Antes de recapacitar, ya está en el asiento copiloto de su coche.
El sol pega fuerte, no se nota que esté a punto de llegar el otoño. Hace calor, o al menos eso cree. Baja la ventanilla dejando volar su melena y cierra los ojos.
De repente siente que pierden velocidad, está frenando. Se miran. Él muestra, una vez más, su sonrisa impactante.
- Seguramente hayas estado mil veces donde pretendo llevarte, por eso, haremos esto un poco más interesante.
Abre la guantera y saca una tela amarilla. Parece una camiseta. La enrosca y la coloca sobre los ojos de Emma, atándola con un nudo.
- ¿Qué haces?
Le pilla desprevenida.
- Le estoy poniendo un poco de intriga. ¿Confías en mí?
Apenas se conocen y en unas horas no suele surgir la confianza, pero Emma se adelanta a las consecuencias y se deja llevar.
Durante el viaje suenan canciones que le hacen suspirar, temblar y sonreír. No deja de repetirse que es perfecto.
Ahí está, en el coche de un chico guapo, mirando la oscuridad y con una única escena en mente: Sus labios unidos por el mejor de los besos que haya experimentado nunca.

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