jueves, 26 de mayo de 2011

Capítulo 7

Emma: Qe harias en mi lugar?
Mel: Es complicado la verdad pero creo q lo mejor es q dejes pasar un tiempo.
Emma: A mi me gustaria que me lo contaran
y si luego se entera de que yo lo sabia?
Mel: Y xq iba a enterarse?
Emma: ivan tmb lo sabe...
Mel: Crees q se lo diria?
Emma: No lo se opina lo mismo qe tu
Mel: Entonces no tienes q preocuparte
no te rayes q bastante tenems con la practica
Emma: ........
qe practica?!!
Mel: La de romano
es para mñn
Emma: Qe me dices!! dios!
Mel: esta en la pag web
estas a tiempo
Emma: Vale te dejo!
un besazo mel muuuuaw!!

Me desconecto del Messenger y abro la página de la Universidad. Cuando la encuentro, algo me dice que dormiré poco esta noche.
Despierto con dolor de espalda y cuello. Bajo mis brazos, que servían de almohada, hay un montón de papeles con frases aburridas y sin sentido. Me fijo en la taza de café vacía reprochándole que no sirvió de nada.
Lozano me matará y con razón. Tampoco le pregunté a Mel si había que exponerlo delante de toda la clase. Tierra, trágame.
El portátil ha muerto en el intento de pasar la noche haciéndome compañía. No me acuerdo de las preguntas y necesito Internet como sea.
Bajo al salón en busca del ordenador de papá. No está. Miro la hora. Se lo habrá llevado ya al trabajo. Vuelvo a mirarla. ¡Mierda! No llego...
Me visto lo más rápido posible y salgo a la calle sin peinar, ni pintar. Debo dar un poco de miedo con éstas ojeras. Más de una vecina se me ha quedado mirando preocupada.
Me meto en el coche tirando el bolso y la carpeta en el asiento del copiloto. Giro el contacto. Nada. Hace el amago, pero no arranca. ¡Maldito trasto!, ¿por qué hoy?
Vuelvo corriendo a casa rezando que haya gasolina en el garaje.
Dentro, las herramientas de papá me vigilan desde el armario. Busco cualquier recipiente con la esperanza de que alguno contenga lo que necesito. No hay nada y empiezo a desesperarme.
Al fondo, reposando en la pared, la moto de mi hermano duerme tranquila. Recuerdo, sin querer, las veces que Nico le robó gasolina a papá. Absorbía con un tubo y vertía el líquido en un cubo.
Esa es mi única salvación ahora y no lo pienso.
El sabor no es que sea muy agradable. Quizá no debería haberle puesto tanto empeño.
Cuando el coche arranca por fin, me siento la persona más ingeniosa del mundo. Sólo por un momento. Después me centro en Lozano y conduzco más rápido de lo habitual. Hoy, respetar los semáforos en ámbar está de más.
Los pasillos de la facultad están desiertos. Llego un cuarto de hora tarde. Ésta vez, subo en ascensor.
Un pie veloz se cuela antes de que la puerta se cierre. La presencia más deseada me sonríe.
- Hola...
Me da un beso en la mejilla. Quiere ir despacio. - ¿Qué tienes ahora?
- Romano y una práctica sin hacer.
Ríe.
- Llegas tarde, ¿no?
- Lo sé, ¿y tú?
- Voy a la sala de lectura. A primera hora no hay nada interesante y pienso que pasar apuntes es más productivo.
- Tienes razón.
Nos quedamos callados. Me resulta algo incómodo.
- Ven conmigo. ¿Quién te da, Lozano?
Asiento. - No le gustará que le interrumpas.
- Me arriesgaré.
Le sonrío quitando dureza al asunto. Soy borde por naturaleza, peor no parece haberlo notado.
La puerta se abre y me deja salir. Camina detrás un rato y se coloca a mi lado posando ligeramente su mano en mi espalda. Ni muy arriba, versión "solo amigos", ni muy abajo, versión "quiero sólo sexo". Locuras mías de revistas Cosmopolita.
Frente al aula, me desea suerte y se despide veloz. Tan espontáneo y estiloso como siempre. Parece que lo conozco de toda la vida.

                                                      ***

Camina ligero, alegre. Tiene ganas de verla otra vez. Sabe que la encontrará en el mismo lugar donde se conocieron.
Recuerda su olor y suspira. Una manzana más y llegará a la tienda.
El mismo escaparate colorido, las mismas campanitas que tintinean al entrar, el mismo olor a plástico y tras el mostrador, la misma mirada.
Se inclina sobre él y le da un beso tierno y leve. Juega con sus rizos y se acerca a su oído.
- Te he echado de menos...
Ella sonríe.
- ¿Y tus clases?
- Nada es importante ahora.
- Debes ir...
- ¡Necesito vivir! Además, no me gusta lo que estudio y lo sabes.
- Vale, está bien.
Coge una caja del suelo bastante grande. - ¿Me ayudas?
Iván se acerca rápido y le roba el peso de los brazos.
Pasan la mañana colocando discos, recogiendo el almacén, cambiando posters y atendiendo clientes.
En seguida llega la hora de cerrar.
Se quedan solos gracias al cartel de la puerta. Él aprovecha y la abraza por detrás. Le besa el pelo y se mezcla con su olor a mandarina.
- No sabía que se te daba tan bien esto.
La mira.
- ¿Abrazarte?
- Jajaja, no bobo, bueno...eso también. Me refería a trabajar con "la música".
- Cualquier cosa es mejor que lo que estudio...
- ¿Y qué te gustaría hacer?
- Me encanta fotografiar, pero no tengo dinero para comprarme una cámara buena.
- Si me dejas, puedo ayudarte.
Se coloca tras el mostrador y recoge sus pertenencias.
- ¿Cómo?
- Trabaja conmigo. No sé...por unos meses. Así ganarás dinero y podrás estudiar lo que te gusta. Puedo comentárselo a mi padre, la tienda es nuestra y muchas veces me agobio con todo. Nos ayudaríamos mutuamente.
Iván se abalanza y la besa con fuerza.
- ¡Gracias!, ¡muchas gracias! Lo consultaré y mañana te digo. Ahora te invito a comer. ¡Dime que sí!
Le muestra una amplia sonrisa, pero no puede aceptar. Tiene mucho que hacer.

                                                ***

- Jamás aprobaré esta asignatura.
Mel baja las escaleras de la clase a mi espalda.
- Bueno, no creo que sea para tanto...
- ¿Pero tu viste la cara que se me quedó? No tenía ni idea de lo que me estaba preguntando y el primer día de clase se fue por nuestra culpa, ¿recuerdas?
- Como para olvidarlo...
Abajo, don Lorenzo borra los garabatos que intentaron explicar la práctica a los alumnos que se dignaron a atender. Nos mira de reojo. Una mirada tensa. Da miedo.
Cuando salimos del aula, tiro los apuntes al suelo y me dejo caer en uno de los bancos.
- ¡Me tiene cruzada!
- Tranquila, aprobarás el examen.
- Ni si quiera sé cuando es...
Se sienta a mi lado cuidadosa. Como si se fuera a romper. Como suele moverse siempre.
- Pues dentro de dos semanas exactamente.
Apoyo la cabeza sobre las manos.
- ¡Mátame!
- Saldrás adelante. ¡No es el fin del mundo!
- Maldita la hora en la que me metí en esto Mel.
- Si te gusta, lo sacarás.
Suspiro. Me da un codazo. Levanto la cabeza y lo veo. Espera a que la máquina de café le entregue su capuccino. Una chica, realzada por unos zapatos de tacón, toca su espalda y se saludan. No hablan mucho, en seguida se va. Tampoco me preocupa demasiado. Es guapa, al menos a esta distancia y parece tener la seguridad que yo tanto ansío pero, a pesar de todo, estoy segura de que él se girará y vendrá hacia mi.
Mel lleva un buen rato en silencio. Echo de menos un comentario, una risilla, un empujoncito...
Está concentrada con su móvil.
- ¿Mensajitos del novio?
Me mira con ojos exaltantes.
- ¿Cómo puedes saberlo?
Se sonroja.
- De una mentira he sacado una verdad...
Me río. - ¡Cuéntame!
- ¡Ay Emma! Es un chico monísimo, encantador, ¡me trata genial!
- ¿Cuándo lo conociste?
- Hace poco, en un centro comercial. Estaba mirando un casco para la moto de mi padre, pero no tenía ni idea. Yo no controlo esos temas y ¡Pum! apareció él con una estupenda sonrisa. Lo debió notar y me ayudó a escoger. ¡Mi padre está encantado! y yo...me gané una cita.
- ¡Genial!, ¡qué suerte!
- He quedado ahora. Vendrá a recogerme en su moto y bueno, ya te contaré.
Me guiña un ojo. - Lo siento, neni, pensaba decírtelo, pero...
Ambas nos fijamos en la figura que se acaba de plasmar frente a nosotras.
- Siento interrumpir.
Primero mira a Mel y después a mi. - Quería proponerte algo.
El pie de mi amiga choca sospechosamente contra el mio. Odio que haga esas cosas. Noto cómo me arden las mejillas. Debo estar lo siguiente a roja.
- Por mi no os preocupéis. Me iba ya.
Recoge sus libros fugaz y se va.
- Ahora no tienes excusa. Tu amiga te ha dejado sola.
Sonríe y me contagia.
La verdad es que no sé qué decir. Sus ojos me han embelesado.

                                                         ***

Un accidente en la M-30. Tres heridos y un fallecido. Y pensar que ahora conducimos a menos velocidad...Somos seres humanos, siempre tendremos fallos.
Moja su dedo índice en saliva y pasa página. La sección de deportes. Genial.
Se acomoda en el sofá. El Real Madrid acaba con su mala racha. Sonríe para sus adentros. Está orgulloso de su equipo.
- ¡Papá!
- Qué, hijo.
- ¿Por qué mi moto no tiene gasolina?
No aparta la vista del periódico.
- No lo sé.
- ¿Quieres mirarme?
- A ver, dime.
Asoma sus dos pequeños ojos tras unas gafas de lectura.
- Ayer llené el depósito, ¿cómo puede ser que ahora esté vacío?
Silencio. - ¿No piensas decir nada?
Se miran.
- No puedo hacerlo porque no tengo ninguna respuesta a tu pregunta. Habla con tu hermana, estará comiendo ya.
- ¿Y Emma qué va a saber?
- Lo mismo que yo y me estás cuestionando, ¿no?
- Empiezo a creer que hay mensajes subliminales en esos papeles.
El viejo sonríe y sigue a lo suyo.

"No puedo ir...lo siento"
Lo envía y vuelve al garaje en busca de alguna explicación

                                                     ***
En los pasillos no hay ni un alma. Resulta curioso que un acto necesario y natural como es comer, reúna a tantas personas en un mismo lugar. Seguramente, el comedor esté repleto.
La calle está vacía también. Empieza a tener frío y la hora de queda ya ha pasado hace rato. Para colmo, su móvil no tiene batería.
Intenta no pensar en la posibilidad de quedarse plantada. Podía ser muy probable, sólo se conocen de un día en un centro comercial.
Mira su reloj y después busca a su hombre. Siempre ha tenido mala suerte para éstas cosas. No se sorprende demasiado, pero está enfadada. Se ha hecho ilusiones. Como siempre.
A lo lejos, ve el coche de David. Emma estará con él. Por un momento, la envidia.
Las piernas le tiemblan y se rinde sobre uno de los escalones de la entrada principal. Esperar debería estar prohibido.

                                                 ***

Me he fijado en todos los letreros de la autopista. Parece que vamos al aeropuerto.
Lo miro de reojo. Está concentrado en la carretera. Conduce bien. Ni muy rápido, ni muy lento. Se siente seguro, o eso parece. No me extraña nada, él es así.
Me pregunto para qué vamos ahí y espero que no quiera salir del país en un acto de locura. Pienso que es inteligente para hacer una cosa así pero, las dudas me martillean la cabeza.
Noto que me mira, pero esta vez, soy yo quien parece concentrada. Al menos, eso intento. No puede notar que me dan miedo ciertas cosas.
Sin darme cuenta, ya estamos en el aparcamiento.
- Vamos. Tengo una idea.
Cosquillas en el estómago.
No entramos en el edificio. Vamos directos a la pista de aterrizaje.
- ¿Se puede estar aquí?
Coge mi mano y corre atravesándola. Creo que empiezo a tener ese miedo del que hablaba.
- Tienes que hacer exactamente lo que yo haga, ¿vale?
Asiento, pero mi mente dice lo contrario.
Me quedo pasmada al ver que se tumba en el suelo.
- Vamos, ven.
Da unas palmaditas junto a él para que me eche a su lado. Lo hago, aunque me siento rara.
- Esto me relaja cuando es época de exámenes. Mira ahí arriba, ¿no tiene un color increíble? El cielo es algo maravilloso. Cada uno lo ve de una manera. Creo que nadie tiene la misma sensación al observarlo. Tu puedes percibir rasgos que yo no y viceversa. ¿Cómo ves el cielo, Emma?
Aún estoy atónita y tardo en contestarle, pero no me apresura. Consigo calmarme.
- Yo lo veo...como algo inalcanzable. Incluso las cosas que aquí lo parecen, se quedan cortas a su lado.
- Jamás había pensado algo así.
- ¿Y tú que ves?
- No lo sé. Cuando esté ahí arriba, podré contestarte a eso. Lo mejor está por venir. Fíjate en ese avión, va a despegar.

De pequeña me gustaba imaginar que pilotaba uno. Hoy me cuesta creer que algo tan grande pueda sostenerse en el aire.
El avión coge velocidad hasta el punto en el que las ruedas no tocan el suelo.
Se eleva sobre nosotros impregnándonos en su sombra. Desde aquí parece un pájaro. El corazón me late fuerte de repente.
Coge altura y yo me voy con él. Es una sensación indefinible.
David me está mirando y sonríe. Él ya sabía que sentiría esto. Ya lo vivió antes.
Le sonrío agradeciéndoselo y como algo fugaz, algo inesperado, gira su cuerpo y acerca su cara a la mia. Ahora ya no veo el cielo, veo sus ojos y me doy cuenta de que tiene parte de él en sus ojos. Por instinto, cierro los ojos y me dejo llevar. Siento sus labios húmedos apoyados en los míos. Entonces me fundo en su boca. Eso es menos explicable aún.

sábado, 5 de febrero de 2011

Capítulo 6

Las cuatro y media de la mañana.
Pido la séptima copa de Moscato. Veo borroso y estoy mareada, pero me gusta la sensación. Apenas oigo la música y no porque la hayan bajado.
Rodri se ha quedado completamente dormido sobre la mesa. En estos momentos, tampoco me preocupa.
Vuelvo a mirarlos. Siguen allí, en la otra punta del bar, charlando de quién sabe qué.
No puedo evitarlo y cuanto más miro, más necesito beber. Cojo la copa que me acaban de traer y le doy un trago abundante.
Me siento totalmente gilipollas.
Las camareras me miran y cuchichean desde la barra, pero me trae sin cuidado.
Por su culpa, casi me pierdo lo que llevaba esperando toda la noche. Bueno, no lo esperaba. Intuía que pasaría y ahí lo tengo. Delante de mis narices.
Se están besando. Lento. Mucho. Se acarician, se abrazan y yo río. Sí, estoy riendo, pero me apetece gritar y llorar.
Entonces me levanto y voy hacia ellos como puedo.
Dejan de besarse y me miran en silencio. Yo tampoco sé qué decir.
Me quedo de pie, perdiendo el equilibrio ligeramanete de vez en cuando.
- ¿Pasa algo?
Sonrío.
¿Pasa algo, Iván?, ¿tú qué crees?,¡Yo pienso que sí! Y que eres un imbécil, un maldito mentiroso...
"Voy a estar siempre contigo".
¡Ya lo veo!
No es justo. Apareces de repente, con una desconocida a la que besas en mi cara sin pensar lo que yo piense o sienta. Eso no es estar conmigo. Debemos conocer significados diferentes de la palabra "contigo".
¡Dios! ¿y David?...
Agacho la cabeza y abro la boca para hablar por primera vez, después de tres horas haciéndolo solo para beber.
- Me voy...a casa.
Balbuceo.
Él se levanta preocupado.
- Has bebido mucho, Emma. ¿Quieres que te lleve?
Niego con la cabeza y señalo a Rodri que aún duerme.
- Bueno, os llevo a los dos.
- Iván...
Ella, la tal Nadia, le coge de la mano. Esa mano grande y suave que arropó la mía en el paseo de la playa. - Yo vivo cerca de aquí. Puedes irte con ellos. No pasa nada.
Se hacen un gesto bonito que duele por dentro.
La miro y río a carcajadas.
¡Claro que no pasa nada!
Iván se altera y me coge cuidadosamente, llevándome hasta Rodri. Lo despierta y nos acompaña hasta su coche, sujetándonos como puede.
Durante el viaje, paramos dos veces por mi culpa.
Demasiado alcohol en mi estómago.
Se me hace eterno, pero llegamos cuando ya me estoy quedando dormida.
Me bajo del coche a trompicones y me despido de Iván avergonzada. Rodri vuelve a estar en sus mundos.
Esa noche, duermo con el móvil en la mano y un mensaje a medias de acabar. A medias de empezar.


***


Despierto con un sabor de boca amargo. Hago una mueca de desagrado.
Aún estoy mareada y me pesa la cabeza. La levanto buscando el reloj. Las cinco y diez de la tarde.
No quiero imaginar lo que me espera abajo. Con suerte, mi hermano puede estar también durmiendo. Compartiríamos la bronca.
Cuando me levanto por fin de la cama, mi móvil cae al suelo. Lo cojo. Pulso una tecla y leo una serie de barbaridades mal escritas. Qué vergüenza...
Rezo a lo que quiera que exista suplicando no haberlo enviado. ¡Bien!, no está en la bandeja de salida. ¿Cómo puedo ser tan patética?
Intento recordar las últimas horas de la noche sentada en la cama. Nada. Sólo el vació y más vacío después. ¡No tendría que haber bebido!
Me quedo embobada mirando el móvil y por fin se me ocurre llamar a Rodri.
- Rubita...no me acuerdo de nada. No sé ni cómo llegué a casa, ni gracias a quién por lo que oigo...
- ¡Joder! ¿Qué pudimos haber hecho? Sólo sé que bebí muchos Moscatos.
Cojo el bolso que, seguramente, tiré sin pensar anoche. Encuentro la cartera y reconozco el mismo billete de veinte euros que llevaba. - ¡Y encima creo que no pagué nada!, ¿lo hiciste tú?
- Pero si yo me quedé dormido en el bar y desperté en casa...
-Quizá te robara. Vaya, Rodri, ¡lo siento! Te lo devolveré.
-No te preocupes. Bueno, me voy a la ducha que apesto a tabaco.
Y cuelga dejándome como estaba.
En ese momento, en otro punto de la ciudad, Ana marca su número por décima vez. Cuando vea las llamadas perdidas se enfadará más.
Necesita arreglar las cosas con Marcos. Lleva sin comer un día y medio y ha pasado toda la noche llorando.
Corre al baño y vomita, otra vez. No tiene prácticamente nada en el estómago y queda rendida sobre el inodoro.
Su madre le prepara una tila y envuelve su cuerpo con una manta. No sabe qué hacer ya. Está muy preocupada por su situación.
Ana siempre ha sido muy fuerte para éstas cosas. Jamás ha llorado en público y mucho menos, llegado a éste extremo.
Ha perdido peso en muy poco tiempo. Necesitará la ayuda de un profesional. Esto se le va de las manos.


***


Después de comer y aguantar las tensas miradas de mis padres, decido salir a tomar el aire.
Hoy hace más frío que otros días, pero al menos, ha dejado de llover.
Aún me duele la cabeza y tengo la boca muy seca.
En la comida, acabé la botella de agua mineral sin ayuda de nadie, lo que demostró que tenía una resaca de caballo.
Bah... los caballos no pueden tener resaca.
Frente a mis pensamientos estúpidos, aparece una cara conocida.
Iván sonríe con las manos en los bolsillos. Camina hacia mi ligero.
- ¿Qué tal has amanecido?
Su amplia sonrisa no desaparece en ningún momento.
- Pues...no muy bien, la verdad, ¿tú?
- Seguramente mejor.
Ríe notando mi típica cara de estar perdida. - ¿Quieres tomar algo calentito? Hace mucho frío, ¿verdad? Mira.
Señala a mi espalda. - Allí hay una churrería buenísima, ¿qué me dices?
¿Qué voy a decir ante tal énfasis?
- ¡Claro que sí!
Me quemo con el primer churro que me llevo a la boca. No tengo hambre, pero pienso que le haría un feo si no tomara nada.
- Ayer, Rodri y tú...
- ¿Qué?
- Bebisteis demasiado.
Mastico.
- Supongo. De ahí a que tenga semejantes lagunas.
Revuelve el chocolate despacio. Mira la taza y después a mi.
- ¿Por qué?
- ¿Por qué, qué?
Nos miramos fijamente.
- ¿Por qué lo hiciste?
Recuerdo la chaqueta gris que llevaba. La de hoy es más gorda y oscura.
Recuerdo esos rizos y las pecas sobre la nariz...
- No lo sé...
Y de repente, un silencio incómodo. Parece que lea mis pensamientos.
- ¿Te molestó que estuviera con Nadia?
Lo miro perpleja. No puedo estar oyendo lo que estoy oyendo.
- ¿Perdón?
No le dejo hablar. - ¿Qué te hace pensar esa tontería?
- Me dio esa impresión.
- ¡Pues qué estupidez! No me lo puedes estar diciendo en serio...¿eres idiota?
- Bueno, Emma, no te pongas así. Tampoco es...
- ¿Tampoco es qué? ¡Me pongo como me da la gana!
Sin quererlo, quizá hable un demasiado alto. - Como si no me conocieras de sobra, ¡estoy flipando!
Me levanto enfadada poniéndome el abrigo como puedo. Cojo la bufanda y el bolso, y le clavo los ojos de nuevo. - ¡A mi me importa una mierda con quién salgas!
Camino torpe hacia la puerta.
- ¡Me debes dinero!
La gente nos mira.
Saco mi cartera del bolso y se la lanzo al pecho.
- Todo tuyo.
Me marcho corriendo antes de que pueda devolvérmela.
Llego a un callejón y enciendo un cigarro. Entre calada y calada, se me escapan algunas lágrimas.
No puedo seguir con esto.


***


Otra vez le vibra el móvil. Lo tiene en silencio para no molestar a los demás. Eso es lo que se dice a sí mismo, pero en realidad le da vergüenza que suene y  vean que no contesta.
Siguiente parada: Parque del Muelle.
Es la suya. Coge la bolsa de deporte y la cuelga de un hombro. Se pone frente a la puerta del bus.
Llega tarde y lo sabe, pero al bajar, se encuentra con ella. Espera sentada en un banco cercano a la parada del bus.
- ¿Se puede saber dónde estabas? Llevo esperando más de media hora.
- Lo sé, lo sé. Lo siento, Lidia.
- ¿Qué ha pasado? Tienes mala cara.
- Nada, estoy bien.
Se acerca a ella y le da un beso breve en los labios.
- ¿Es tu novia otra vez?
- Ya no es mi novia...
- ¿Has roto con Ana?
No puede dejar de sonreír.
Al otro lado de la carretera, en el parque, Emma se esconde tras la estatua principal. Pedro Menéndez observa desde lo alto la situación, rodeado de cuatro guerreros medievales que lo escoltan. Parece no importarle demasiado el siglo actual, mientras una paloma se posa en su hombro.
- Cada día me sorprendes más.
Ríe a carcajadas.
Emma tira de su brazo y le obliga a que se agache junto a ella.
- ¡Shhh! Mira.
Iván hace caso y comprende lo que pasa.
- Se dieron un beso. Pienso que Ana debería saberlo.
- ¿Y que sufra más?
Se miran.
- ¿Me tomas el pelo? Yo no voy a permitir que llore por ese idiota.
- Eres muy generosa ayudando a los demás cuando tú tienes problemas mayores. Toma.
Le da su cartera. - No he cogido nada.
Se va tranquilamente, sin pararse en que puedan verle.
Emma se queda quieta con la cartera entre las manos. Mira cómo se aleja.
Vuelve a su espionaje cambiando de tema antes de que pueda volverla loca, pero ya no están...

viernes, 21 de enero de 2011

Capítulo 5


Mañana de un sábado lluvioso.
Llevaba haciendo buen tiempo toda la semana y tiene que estropearse ahora.
Suelta las cortinas oscureciendo de nuevo el dormitorio. Se deja caer sobre la cama. Permanece boca abajo un buen rato hasta que empieza a incomodarle respirar. Al girarse y liberar su cara, nota un pequeño mareo. Se incorpora despacio y esa sensación se profundiza. No parece que le asuste y se levanta, pero entonces pierde el equilibrio y vuelve a caer sobre las sábanas.
Su madre aparece en la habitación rápida, esparciendo su prisa por cada rincón, volviendo loco a cualquiera. Sostiene en brazos al pequeño Javi, que llora a pleno pulmón.
Alex se pone nerviosa.
- ¡Mamá!, ¿qué quieres?
- ¿No es hora ya de levantarse?
Tiene que gritar aún más que Javi para que se le escuche.
Es de locos.
- Ésta noche pretenderás salir y ya me sé de memoria las horas de llegada. No creas que vas a estar así todo el año, ¿eh?
- Tranquila, dudo que salga hoy.
Se para por primera vez, mirando a su hija. toma asiento a su lado con el bebé sobre sus piernas. Le toma la temperatura colocando una mano sobre su frente.
Javi ya no llora. Se entretiene con un mechón de pelo de su madre.
- Creo que tienes fiebre, pequeña.
Alex se encoge y grita sobre la almohada. - ¡No me llames así!
La supuesta aludida parece ignorarlo. Coge un montón de ropa sucia y lo sostiene bajo el brazo que tiene libre. Antes de salir de la jaula de virus, se vuelve hacia su "pequeña".
- Cuando tengas hambre me avisas, ¿vale? Llamaré al médico para que venga a verte.
Recibe un gruñido como contestación.
Cuando se queda sola por fin, intenta levantarse otra vez, pero el cuerpo le pesa demasiado hoy. Apenas puede con la manta.
¿Por qué un sábado?, ¿¡Por qué!?
Escucha voces familiares en el jardín y se acerca a la ventana como puede. Se apoya contra el cristal liberando todo su peso de las piernas.
Los gemelos ayudan a su padre a cambiar las piedras decorativas de la fuente al pequeño camino de la entrada. Los tres llevan un chubasquero verde y es difícil reconocerlos. Papá se distingue por las dimensiones, pero Matías y Juan son idénticos. Ya cuesta diferenciarlos de cerca y con ropa diferente, como para hacerlo ahora, que quizá delire.
Sigue lloviendo y no parece que quiera parar. Por lo menos no se pierde un buen fin de semana. Tiene suerte hasta para eso.
El teléfono suena desde la mesita de noche, interrumpiendo sus pensamientos. Tarda mucho en llegar hasta él y dejan de llamar.
Mierda...
Musita. Con las prisas, se ha hecho daño en la rodilla. Una de las patas de la cama se interpuso en su camino.
Vuelven a llamar, pero ésta vez, está preparada.
- ¿Sí?
Una voz ronca, aún pegada a la garganta, contesta al otro lado.
- Hola pequeñaja.
Alex hace una mueca aunque no le pueda ver. Nunca cambiará. Por mucho que le diga que odia ese apodo, no va a servir de nada.
- Hola...Rodri, ¿qué tal?
- Recién levantado.
Bosteza exageradamente, dejando sorda a su amiga que se aparta veloz del auricular.
- Ya veo...
- ¿Hay planes para hoy?
- Yo si tengo, tú...no sé.
- ¿Piensas hacer algo sin contar conmigo?, o hmmm...¡Tienes una cita!
Alex ríe a carcajadas.
- Sí, tengo una cita con el médico.
- Me he perdido...
No puede parar, ríe más.
- ¡Joder!, se nota que estás dormido. Estoy enferma y no preguntes de qué porque no lo sé.
- Vaya...Jolín, pequeña, el mal humor no se te quita ni con cuarenta de fiebre.
Ríen.
- Pues eso, que me pierdo salir hoy. Llama a Ana, es la chica de los planes.
- He llamado a su casa y no contesta nadie. Luego insistiré. Bueno enana, ponte bien pronto. Un beso.
- Gracias, un beso.
***
Un clinex, dos, tres...
El sofá verde que sus padres habían comprado hace años a juego con el resto de la decoración, está repleto de pañuelos.
Pañuelos empapados de tristeza, de llanto y emociones frustradas. No precisamente por ninguna película de amor.
Ana nunca había llorado por ese sentimiento hasta hoy y lo que le parece una película ahora, es su vida.
Llevaba dos estupendos años con Marcos, su novio. Como en toda relación, habían tenido sus diferencias, discusiones sin importancia y algún que otro mes depresivo. Pero se ha acabado todo, por el mismo tema de siempre: Los celos.
Él ya desconfiaba desde hace un tiempo y ésta mañana se decidió a comentárselo escribiéndole un mensaje privado en el Facebook. ¿Qué clase de novio es ese?
No se lo puede creer, se siente traicionada sin motivos. Nunca le había puesto los cuernos, ni se le había pasado por la cabeza hacerlo.
Lo que más le duele es su cobardía para afrontar las cosas.
No para de llorar. Siente los ojos hinchados, le duelen las mejillas y ya casi no respira por la nariz, pero es imposible evitarlo.
Ha escuchado el teléfono sonar varias veces. Simplemente lo ha mirado sin moverse del sitio. Desea que sea él para que sufra insistiendo. Prefiere tener esa intriga con la esperanza de que pueda seguir sintiendo algo por ella al llamarla. Si no fuera él, se derrumbaría más y tendría que dar explicaciones. Está mejor en ese rincón del sofá sorbiendo lágrimas.
Se martiriza pensando cuánto tiempo estará así, si algún día volverá a llevar una vida normal, o si podrá volver a amar después de todo esto. Tiene la absurda sensación de que es el fin del mundo. Sin Marcos no es nada. Todos los planes que tenían se han roto, igual que su relación y en estos momentos, no tiene ganas de crear otros. Lo único que se le ocurre es encerrarse en su habitación hasta que pase la tormenta y nunca mejor pensado, ya que el mal tiempo le acompaña con su lluvia a modo de sinfonía ambiental, chocando contra los cristales de las ventanas.
Por lo menos, hay algo que le alegra. No hay nadie en casa y está tranquila, pero sabe que en cuanto aparezca su madre por la puerta, se tirará a sus brazos. Es el único apoyo que tiene. Siempre le había hablado de él. Es la única persona que lo entendería.
Sigue recordando las palabras del mensaje. Cada una es un puñal que se le clava y conlleva a otra lágrima.
¡Es un imbécil! Oh...¡Cómo desearía gritárselo a la cara! Esto no puede quedar así.
Coge el móvil que reposa sobre la mesa de cristal y escribe:
"Quiero hablar contigo en persona. Eres un cobarde..."
- Y pensar que llegaríamos a este punto.
Se habla a sí misma, sofocada entre sollozos. Se da pena y aprieta la cara contra un cojín, sumergida en otro mar de lágrimas.
***
Rodrigo camina decidido bajo los árboles ligeramente teñidos de un ocre alarmante. Llega el Otoño.
Lleva la gabardina azul marino que tanto había usado el año pasado. Está gastada, le falta un botón y dentro de uno de los bolsillos habita un agujero por el que se cuelan las monedas, pero le gusta. Fue un regalo de su abuela, antes de que se fuera para siempre. Siente un cariño especial.
Por un momento, le llueven un montón de recuerdos. Los batidos que le preparaba para merendar, el olor del viejo sofá donde reposaba. Lo huele como si lo tuviera delante y se le empañan los ojos, pero así, de la nada, aparece la cara de Emma y varias posibilidades de lo que pueda encontrarse.
Mira el reloj. Las once y media de la mañana.
Conociéndola, quizá duerma. No importa. Existe la suficiente confianza entre ellos como para sacarla de la cama a tirones.
El paraguas marca los pasos al tocar el suelo. Lo lleva en la mano a modo de bastón. Ha parado de llover, pero quién sabe cuando tendrá que abrirlo. El cielo no pinta nada bien.
Odia el mal tiempo y lo que lleva cargar con el paraguas. No se lleva nada bien con ese utensilio. Si no lo pierde, lo rompe y si no, le estorba. Lo compara con un grano en el culo y ríe en silencio ante tal estupidez.
Caminar solo hace pensar demasiadas tonterías. Por suerte, ya está cerca de su destino. La fachada blanca se asoma entre las copas de los árbolas y con un poco de esfuerzo, llega a la puerta de hierro.
Entre los barrotes se ve un jardín cuidado, pero hoy está empapado. Se fija en el caminito de piedras que lleva a la entrada de la casa y espera lo peor. ¿Cuántas veces habrá patinado por ese pasillo del mal? Maldita la hora en la que el padre de Emma eligió esas piedras como decorativo.
Llama al interfono. Tardan demasiado en contestar. Una voz masculina pregunta por su identidad.
- ¿Quién es?
Titubea. - Soy Rodrigo, ¿está Emma?
- Claro, pasa.
La puerta se parte en dos, escondiendo sus mitades en los muros en los que se sujetaba.
Camina nervioso, sin el paso firme que llevaba antes y piensa: Si voy con miedo, me caigo.
Por lo menos logra llegar a la puerta principal sin probar el suelo.
Está abierta y cuando entra, no hay nadie esperando.
Es una ayuda conocer la casa. Desde el salón, Nicolás le grita.
- Está en su habitación.
Siempre admiró la capacidad que tiene para hacer las cosas. Juega a la Play, tirado en un sofá, semidesnudo. No le importa quien sea el que viene a visitarlo. Como si es una chica guapísima. Le da igual. Siempre actuará de forma natural.
Por un momento siente envidia y de su físico también.
Se mira el brazo. Nunca tendrá unos músculos parecidos.
Sube rápido las escaleras y en seguida encuentra la habitación de Emma. Primera planta, a la derecha.
Golpea educadamente antes de entrar, pero no recibe contestación.
Aún así, se cuela sin hacer demasiado ruido.
Lo que se temía. Está dormida. Se sienta en el borde de la cama e intenta despertarla con suavidad. No hay manera. Ni siquiera se ha movido.
prueba a zarandearle el hombro con cuidado, pero lo único que hace son ruidos roncos con la garganta. ¿Emma ronca? Se ríe.
Entonces utiliza la táctica que nunca falla. Retira las mantas y comienza a hacerle cosquillas. Parece que ha surgido efecto. Ha logrado despertarla, pero no está de muy buen humor.
- Pero, ¿qué coño haces aquí?
Bosteza y se estira.
Le hace gracia su manera de dar los buenos días.
- Despertarte. Es hora ya, no te quejes.
- La próxima vez, recuérdame que no gaste dinero en un despertador.
- Vamos, rubita, vístete.
Tira de sus brazos moviendola como un muñeco.
- ¿Encima exigiendo?
Bosteza de nuevo. - Está bien, para. ¿Por qué tanta prisa? y ¿a dónde vamos?
- Demasiadas preguntas.
Se levanta. - Yo te espero en la cocina. ¿Tienes algo rico de comer?
- Ya conoces el armario. Busca lo que quieras.
Rodrigo hace amago de salir del cuarto, pero antes se para.
- Y ni se te ocurra volver a dormir, ¿eh?
***
Llaman a la puerta.
Cree que es su madre por la hora que marca el reloj y corre a abrir.
Cuando ve de quien se trata, se queda muda.
Marcos le enseña el móvil.
- He recibido tu mensaje y he venido cuanto antes. Como haría cualquier cobarde...
Se aparta de la entrada, sin decir nada, dejando que pase.
Él va hacia el salón y al ver la situación, se para en medio de la estancia.
- ¿Has estado llorando?
Se gira.
Acto seguido, Ana vuelve a explotar. Llora con muchas mas ganas que antes. Ve lo que ya no es suyo. Frente a ella. Sorprendido de que esas lágrimas le pertenezcan. Entonces se abrazan. Se consuelan el uno al otro con el calor que siempre han compartido. Se miran a los ojos rogándose perdón. Se dejan llevar y se aproximan. Cerca, muy cerca, cada vez más. Pero Marcos tiene las cosas claras y se deshace de sus brazos.
Ana no entiende nada. Vuelve a tener ganas de llorar.
- Hemos terminado, ya te lo he dicho.
Llaman otra vez. ¿Será su madre? Por favor, esta vez no...
Se aleja de él sin ganas, con miedo a que se vuelva a ir para siempre.
Emma y Rodri sonríen sobre el felpudo. Él más feliz que ella, o eso parece.
- Hola chicos...
Se les borra la sonrisa.
La cara de Ana es un poema. Tiene chorretones de rimel por las mejillas, los ojos como los de una rana y la nariz roja y pelada de tanto sonarse.
Apenas se atreven a preguntar.
- ¿Qué...ha pasado?
- Nada, ¿queréis algo?
- Te hemos estado llamando...
Se para y mira a Emma en busca de ayuda. - Pensábamos que te había pasado algo.
- Estoy bien.
A Marcos le apetece ver con quien está entretenida y se acerca a la puerta también.
Viene acompañado del silencio. Nadie dice nada.
De repente, enloquece. Agarra a su ex del brazo.
- ¿Me estás tomando el pelo?
Ana no puede hablar y sus dos amigos dan un paso hacia atrás ante tal reacción.
- ¿Quién es ahora la cobarde?, ¿eh? ¡Dime! Así que me mandas un mensaje diciendo que quieres hablar conmigo y me traes visita...
Los mira con indiferencia.
- ¡Eres muy valiente!
Aplaude con ironía. Parece un psicópata.
Emma se pone nerviosa.
- Bueno, es mejor que nos vayamos.
- ¡No!
Intenta contener su enfado y fuerza una sonrisa. - Tranquilos, ya me voy yo.
Ana rompe el asombro de sus amigos.
- ¿Podríais dejarme sola?, por favor.
Y cierra la puerta sin mas explicación.
Marcos ya está lejos y con el genio que tenía, sería un reto intentar hablar con él.
***
- Respira hondo.
Alex hace caso al doctor, exagerando al inhalar y exhalar . El fonendoscopio reposa fríamente sobre su espalda.
Silencio. Luego saca el maldito palo de madera con un boli a modo de linterna. Le da una arcada. Es inevitable.
Su madre; preocupada espectadora desde la otra esquina.
- Tiene todos los síntomas de una gripe común. Nada grave.
Recoge sus pertenencias guardándolas en un maletín de cuero marrón. - No obstante, recetaré un medicamento por eso que me dijo de la alergia.
La mujer afirma, (ahora más tranquila).
Se va acompañando al médico y dejando descansar a su hija.
Ella se aburre sola. Parece que se encuentra mejor y le apetece salir a la calle.
- Alex, tienes visita.
Emma y Rodri entran despacio, temerosos.
- ¡No os hacéis una idea de lo que me aburro!
Hace una pausa y analiza sus rostros. - ¿Qué os pasa? La enferma soy yo...¿ Y esas caras tan mustias?
- Ana y Marcos lo han dejado.
- ¿¡Qué!?, pero, ¿por qué? ¡si estaban genial!
- Estaban...
Emma le da un codazo a su amigo que hace que se doble.
- Rubita, te has pasado...
- Perdón. A ver, el caso es que han debido discutir y parece que ya no tiene arreglo.
- Sea lo que sea...nosotros no lo sabemos.
Se miran.
- Exacto.
Alex está anonadada.
- ¿Y ella cómo está?
- Imagina...
Emma se sienta en el borde de la cama. - Necesitará tiempo, así que habrá que dárselo. Bueno, ¿y tú cómo estás?
- Mejor. Acaba de irse el médico y me ha dicho que tengo gripe. Supongo que tendré que hacer reposo y todo eso.
- Cuídate pequeñaja.
- Rodri...
Le lanza un cojín.
- Mala puntería.
Y le saca la lengua. - Ya te contaremos cómo nos fue ésta noche.
- ¿Pensáis salir?
- ¡Por supuesto!
Lo dicen a la vez, sin pensarlo. Empiezan a darse miedo.
***
Las doce en punto de la noche. El sonido del reloj retumba entre las calles doce veces.
Hace frío y la plaza del Ayuntamiento está prácticamente vacía.
Acabamos en el bar de siempre. A esas horas hay más puretas que jóvenes, pero la idea no nos echa para atrás.
Supongo que tomaremos una copa y nos iremos a casa.
Miro a Rodri. Él estará pensando lo mismo que yo.
Éste sábado no tenemos un planazo para nuestra desgracia.
Sólo queda libre una mesita redonda y alta con dos taburetes. Ideal para nosotros.
Hoy nos atiende otra camarera, pero es igual o más guapa que la otra. Quizá para atraer, de algún modo, el interés de los consumidores varones.
Pido Moscato. A mi amigo también le gusta la idea y añade otro. Es el único vino blanco, bueno y barato que conocemos.
En seguida nos los trae en dos inmensas copas que nos hacen sentir importantes.
Dos señoras, más mayores que nuestras madres a primera vista, nos miran con interés desde sus asientos. Una de ellas se mueve al ritmo de la música. Don't stop me now de Queen, suena más alto que la canción anterior.
Algunos ya se han puesto a bailar en medio de la pista recordando viejos tiempos. Suelen ser los más atrevidos. Lo hacen de forma graciosa. Pasada de moda. Sonrío.
Miro a Rodri una vez más. El pobre parece aburrirse. Quiero invitarle a bailar, pero algo me detiene. Noto la mirada sorprendida de mi amigo, sin apartar la mía de la barra.
De espaldas a mí, reconozco la cazadora gris de Iván y su pelo rubio asomando entre las cabezas de los demás.
Me da una alegría tremenda verlo ahí, aunque no nos avisara. No se lo tengo en cuenta en estos momentos.
Me abrazo a él por detrás notando cómo se asusta. Le sonrío cuando se vuelve para mirarme y él me devuelve otra. Algo más tensa quizás. Me sorprende.
Con su brazo derecho, rodea la cintura de la desconocida que parece acompañarlo.
- ¡Emma! No esperaba que salieras hoy.
Sonríe algo más tranquilo ahora.
Comprendo la situación.
- Estoy allí con Rodri.
Me giro señalando. Rodrigo saluda desde su sitio y bebe un poco de Moscato. Me quedo callada un rato. - Bueno, ¿no me vas a presentar a tu amiga?
Esta vez, la que fuerza la sonrisa, soy yo.
- ¡Claro!, ella es Nadia. Nadia, Emma.
Le doy dos besos y suelto un "encantada" algo bajito. No me oye con la música. Mejor.
Es mona y natural. Viste normal y sin embargo, llama la atención. Serán esas pequitas de la nariz.
Analizo la situación. Puede que sea su prima...
Vale, puede que no. Me siento tonta. David me revuelve los pensamientos, los desordena de repente y bajo a tierra.
- Yo...vuelvo con Rodri. No me gustaría que me abandonara por alguna mujerona.
Reímos.
Me cuesta irme. Miro los ojos de Iván. ¿Suplica que me vaya?, ¿o que me quede?. Sonrío por última vez, ésta dedicada a Nadia.
Sí. Ella desea que me vaya.