viernes, 21 de enero de 2011

Capítulo 5


Mañana de un sábado lluvioso.
Llevaba haciendo buen tiempo toda la semana y tiene que estropearse ahora.
Suelta las cortinas oscureciendo de nuevo el dormitorio. Se deja caer sobre la cama. Permanece boca abajo un buen rato hasta que empieza a incomodarle respirar. Al girarse y liberar su cara, nota un pequeño mareo. Se incorpora despacio y esa sensación se profundiza. No parece que le asuste y se levanta, pero entonces pierde el equilibrio y vuelve a caer sobre las sábanas.
Su madre aparece en la habitación rápida, esparciendo su prisa por cada rincón, volviendo loco a cualquiera. Sostiene en brazos al pequeño Javi, que llora a pleno pulmón.
Alex se pone nerviosa.
- ¡Mamá!, ¿qué quieres?
- ¿No es hora ya de levantarse?
Tiene que gritar aún más que Javi para que se le escuche.
Es de locos.
- Ésta noche pretenderás salir y ya me sé de memoria las horas de llegada. No creas que vas a estar así todo el año, ¿eh?
- Tranquila, dudo que salga hoy.
Se para por primera vez, mirando a su hija. toma asiento a su lado con el bebé sobre sus piernas. Le toma la temperatura colocando una mano sobre su frente.
Javi ya no llora. Se entretiene con un mechón de pelo de su madre.
- Creo que tienes fiebre, pequeña.
Alex se encoge y grita sobre la almohada. - ¡No me llames así!
La supuesta aludida parece ignorarlo. Coge un montón de ropa sucia y lo sostiene bajo el brazo que tiene libre. Antes de salir de la jaula de virus, se vuelve hacia su "pequeña".
- Cuando tengas hambre me avisas, ¿vale? Llamaré al médico para que venga a verte.
Recibe un gruñido como contestación.
Cuando se queda sola por fin, intenta levantarse otra vez, pero el cuerpo le pesa demasiado hoy. Apenas puede con la manta.
¿Por qué un sábado?, ¿¡Por qué!?
Escucha voces familiares en el jardín y se acerca a la ventana como puede. Se apoya contra el cristal liberando todo su peso de las piernas.
Los gemelos ayudan a su padre a cambiar las piedras decorativas de la fuente al pequeño camino de la entrada. Los tres llevan un chubasquero verde y es difícil reconocerlos. Papá se distingue por las dimensiones, pero Matías y Juan son idénticos. Ya cuesta diferenciarlos de cerca y con ropa diferente, como para hacerlo ahora, que quizá delire.
Sigue lloviendo y no parece que quiera parar. Por lo menos no se pierde un buen fin de semana. Tiene suerte hasta para eso.
El teléfono suena desde la mesita de noche, interrumpiendo sus pensamientos. Tarda mucho en llegar hasta él y dejan de llamar.
Mierda...
Musita. Con las prisas, se ha hecho daño en la rodilla. Una de las patas de la cama se interpuso en su camino.
Vuelven a llamar, pero ésta vez, está preparada.
- ¿Sí?
Una voz ronca, aún pegada a la garganta, contesta al otro lado.
- Hola pequeñaja.
Alex hace una mueca aunque no le pueda ver. Nunca cambiará. Por mucho que le diga que odia ese apodo, no va a servir de nada.
- Hola...Rodri, ¿qué tal?
- Recién levantado.
Bosteza exageradamente, dejando sorda a su amiga que se aparta veloz del auricular.
- Ya veo...
- ¿Hay planes para hoy?
- Yo si tengo, tú...no sé.
- ¿Piensas hacer algo sin contar conmigo?, o hmmm...¡Tienes una cita!
Alex ríe a carcajadas.
- Sí, tengo una cita con el médico.
- Me he perdido...
No puede parar, ríe más.
- ¡Joder!, se nota que estás dormido. Estoy enferma y no preguntes de qué porque no lo sé.
- Vaya...Jolín, pequeña, el mal humor no se te quita ni con cuarenta de fiebre.
Ríen.
- Pues eso, que me pierdo salir hoy. Llama a Ana, es la chica de los planes.
- He llamado a su casa y no contesta nadie. Luego insistiré. Bueno enana, ponte bien pronto. Un beso.
- Gracias, un beso.
***
Un clinex, dos, tres...
El sofá verde que sus padres habían comprado hace años a juego con el resto de la decoración, está repleto de pañuelos.
Pañuelos empapados de tristeza, de llanto y emociones frustradas. No precisamente por ninguna película de amor.
Ana nunca había llorado por ese sentimiento hasta hoy y lo que le parece una película ahora, es su vida.
Llevaba dos estupendos años con Marcos, su novio. Como en toda relación, habían tenido sus diferencias, discusiones sin importancia y algún que otro mes depresivo. Pero se ha acabado todo, por el mismo tema de siempre: Los celos.
Él ya desconfiaba desde hace un tiempo y ésta mañana se decidió a comentárselo escribiéndole un mensaje privado en el Facebook. ¿Qué clase de novio es ese?
No se lo puede creer, se siente traicionada sin motivos. Nunca le había puesto los cuernos, ni se le había pasado por la cabeza hacerlo.
Lo que más le duele es su cobardía para afrontar las cosas.
No para de llorar. Siente los ojos hinchados, le duelen las mejillas y ya casi no respira por la nariz, pero es imposible evitarlo.
Ha escuchado el teléfono sonar varias veces. Simplemente lo ha mirado sin moverse del sitio. Desea que sea él para que sufra insistiendo. Prefiere tener esa intriga con la esperanza de que pueda seguir sintiendo algo por ella al llamarla. Si no fuera él, se derrumbaría más y tendría que dar explicaciones. Está mejor en ese rincón del sofá sorbiendo lágrimas.
Se martiriza pensando cuánto tiempo estará así, si algún día volverá a llevar una vida normal, o si podrá volver a amar después de todo esto. Tiene la absurda sensación de que es el fin del mundo. Sin Marcos no es nada. Todos los planes que tenían se han roto, igual que su relación y en estos momentos, no tiene ganas de crear otros. Lo único que se le ocurre es encerrarse en su habitación hasta que pase la tormenta y nunca mejor pensado, ya que el mal tiempo le acompaña con su lluvia a modo de sinfonía ambiental, chocando contra los cristales de las ventanas.
Por lo menos, hay algo que le alegra. No hay nadie en casa y está tranquila, pero sabe que en cuanto aparezca su madre por la puerta, se tirará a sus brazos. Es el único apoyo que tiene. Siempre le había hablado de él. Es la única persona que lo entendería.
Sigue recordando las palabras del mensaje. Cada una es un puñal que se le clava y conlleva a otra lágrima.
¡Es un imbécil! Oh...¡Cómo desearía gritárselo a la cara! Esto no puede quedar así.
Coge el móvil que reposa sobre la mesa de cristal y escribe:
"Quiero hablar contigo en persona. Eres un cobarde..."
- Y pensar que llegaríamos a este punto.
Se habla a sí misma, sofocada entre sollozos. Se da pena y aprieta la cara contra un cojín, sumergida en otro mar de lágrimas.
***
Rodrigo camina decidido bajo los árboles ligeramente teñidos de un ocre alarmante. Llega el Otoño.
Lleva la gabardina azul marino que tanto había usado el año pasado. Está gastada, le falta un botón y dentro de uno de los bolsillos habita un agujero por el que se cuelan las monedas, pero le gusta. Fue un regalo de su abuela, antes de que se fuera para siempre. Siente un cariño especial.
Por un momento, le llueven un montón de recuerdos. Los batidos que le preparaba para merendar, el olor del viejo sofá donde reposaba. Lo huele como si lo tuviera delante y se le empañan los ojos, pero así, de la nada, aparece la cara de Emma y varias posibilidades de lo que pueda encontrarse.
Mira el reloj. Las once y media de la mañana.
Conociéndola, quizá duerma. No importa. Existe la suficiente confianza entre ellos como para sacarla de la cama a tirones.
El paraguas marca los pasos al tocar el suelo. Lo lleva en la mano a modo de bastón. Ha parado de llover, pero quién sabe cuando tendrá que abrirlo. El cielo no pinta nada bien.
Odia el mal tiempo y lo que lleva cargar con el paraguas. No se lleva nada bien con ese utensilio. Si no lo pierde, lo rompe y si no, le estorba. Lo compara con un grano en el culo y ríe en silencio ante tal estupidez.
Caminar solo hace pensar demasiadas tonterías. Por suerte, ya está cerca de su destino. La fachada blanca se asoma entre las copas de los árbolas y con un poco de esfuerzo, llega a la puerta de hierro.
Entre los barrotes se ve un jardín cuidado, pero hoy está empapado. Se fija en el caminito de piedras que lleva a la entrada de la casa y espera lo peor. ¿Cuántas veces habrá patinado por ese pasillo del mal? Maldita la hora en la que el padre de Emma eligió esas piedras como decorativo.
Llama al interfono. Tardan demasiado en contestar. Una voz masculina pregunta por su identidad.
- ¿Quién es?
Titubea. - Soy Rodrigo, ¿está Emma?
- Claro, pasa.
La puerta se parte en dos, escondiendo sus mitades en los muros en los que se sujetaba.
Camina nervioso, sin el paso firme que llevaba antes y piensa: Si voy con miedo, me caigo.
Por lo menos logra llegar a la puerta principal sin probar el suelo.
Está abierta y cuando entra, no hay nadie esperando.
Es una ayuda conocer la casa. Desde el salón, Nicolás le grita.
- Está en su habitación.
Siempre admiró la capacidad que tiene para hacer las cosas. Juega a la Play, tirado en un sofá, semidesnudo. No le importa quien sea el que viene a visitarlo. Como si es una chica guapísima. Le da igual. Siempre actuará de forma natural.
Por un momento siente envidia y de su físico también.
Se mira el brazo. Nunca tendrá unos músculos parecidos.
Sube rápido las escaleras y en seguida encuentra la habitación de Emma. Primera planta, a la derecha.
Golpea educadamente antes de entrar, pero no recibe contestación.
Aún así, se cuela sin hacer demasiado ruido.
Lo que se temía. Está dormida. Se sienta en el borde de la cama e intenta despertarla con suavidad. No hay manera. Ni siquiera se ha movido.
prueba a zarandearle el hombro con cuidado, pero lo único que hace son ruidos roncos con la garganta. ¿Emma ronca? Se ríe.
Entonces utiliza la táctica que nunca falla. Retira las mantas y comienza a hacerle cosquillas. Parece que ha surgido efecto. Ha logrado despertarla, pero no está de muy buen humor.
- Pero, ¿qué coño haces aquí?
Bosteza y se estira.
Le hace gracia su manera de dar los buenos días.
- Despertarte. Es hora ya, no te quejes.
- La próxima vez, recuérdame que no gaste dinero en un despertador.
- Vamos, rubita, vístete.
Tira de sus brazos moviendola como un muñeco.
- ¿Encima exigiendo?
Bosteza de nuevo. - Está bien, para. ¿Por qué tanta prisa? y ¿a dónde vamos?
- Demasiadas preguntas.
Se levanta. - Yo te espero en la cocina. ¿Tienes algo rico de comer?
- Ya conoces el armario. Busca lo que quieras.
Rodrigo hace amago de salir del cuarto, pero antes se para.
- Y ni se te ocurra volver a dormir, ¿eh?
***
Llaman a la puerta.
Cree que es su madre por la hora que marca el reloj y corre a abrir.
Cuando ve de quien se trata, se queda muda.
Marcos le enseña el móvil.
- He recibido tu mensaje y he venido cuanto antes. Como haría cualquier cobarde...
Se aparta de la entrada, sin decir nada, dejando que pase.
Él va hacia el salón y al ver la situación, se para en medio de la estancia.
- ¿Has estado llorando?
Se gira.
Acto seguido, Ana vuelve a explotar. Llora con muchas mas ganas que antes. Ve lo que ya no es suyo. Frente a ella. Sorprendido de que esas lágrimas le pertenezcan. Entonces se abrazan. Se consuelan el uno al otro con el calor que siempre han compartido. Se miran a los ojos rogándose perdón. Se dejan llevar y se aproximan. Cerca, muy cerca, cada vez más. Pero Marcos tiene las cosas claras y se deshace de sus brazos.
Ana no entiende nada. Vuelve a tener ganas de llorar.
- Hemos terminado, ya te lo he dicho.
Llaman otra vez. ¿Será su madre? Por favor, esta vez no...
Se aleja de él sin ganas, con miedo a que se vuelva a ir para siempre.
Emma y Rodri sonríen sobre el felpudo. Él más feliz que ella, o eso parece.
- Hola chicos...
Se les borra la sonrisa.
La cara de Ana es un poema. Tiene chorretones de rimel por las mejillas, los ojos como los de una rana y la nariz roja y pelada de tanto sonarse.
Apenas se atreven a preguntar.
- ¿Qué...ha pasado?
- Nada, ¿queréis algo?
- Te hemos estado llamando...
Se para y mira a Emma en busca de ayuda. - Pensábamos que te había pasado algo.
- Estoy bien.
A Marcos le apetece ver con quien está entretenida y se acerca a la puerta también.
Viene acompañado del silencio. Nadie dice nada.
De repente, enloquece. Agarra a su ex del brazo.
- ¿Me estás tomando el pelo?
Ana no puede hablar y sus dos amigos dan un paso hacia atrás ante tal reacción.
- ¿Quién es ahora la cobarde?, ¿eh? ¡Dime! Así que me mandas un mensaje diciendo que quieres hablar conmigo y me traes visita...
Los mira con indiferencia.
- ¡Eres muy valiente!
Aplaude con ironía. Parece un psicópata.
Emma se pone nerviosa.
- Bueno, es mejor que nos vayamos.
- ¡No!
Intenta contener su enfado y fuerza una sonrisa. - Tranquilos, ya me voy yo.
Ana rompe el asombro de sus amigos.
- ¿Podríais dejarme sola?, por favor.
Y cierra la puerta sin mas explicación.
Marcos ya está lejos y con el genio que tenía, sería un reto intentar hablar con él.
***
- Respira hondo.
Alex hace caso al doctor, exagerando al inhalar y exhalar . El fonendoscopio reposa fríamente sobre su espalda.
Silencio. Luego saca el maldito palo de madera con un boli a modo de linterna. Le da una arcada. Es inevitable.
Su madre; preocupada espectadora desde la otra esquina.
- Tiene todos los síntomas de una gripe común. Nada grave.
Recoge sus pertenencias guardándolas en un maletín de cuero marrón. - No obstante, recetaré un medicamento por eso que me dijo de la alergia.
La mujer afirma, (ahora más tranquila).
Se va acompañando al médico y dejando descansar a su hija.
Ella se aburre sola. Parece que se encuentra mejor y le apetece salir a la calle.
- Alex, tienes visita.
Emma y Rodri entran despacio, temerosos.
- ¡No os hacéis una idea de lo que me aburro!
Hace una pausa y analiza sus rostros. - ¿Qué os pasa? La enferma soy yo...¿ Y esas caras tan mustias?
- Ana y Marcos lo han dejado.
- ¿¡Qué!?, pero, ¿por qué? ¡si estaban genial!
- Estaban...
Emma le da un codazo a su amigo que hace que se doble.
- Rubita, te has pasado...
- Perdón. A ver, el caso es que han debido discutir y parece que ya no tiene arreglo.
- Sea lo que sea...nosotros no lo sabemos.
Se miran.
- Exacto.
Alex está anonadada.
- ¿Y ella cómo está?
- Imagina...
Emma se sienta en el borde de la cama. - Necesitará tiempo, así que habrá que dárselo. Bueno, ¿y tú cómo estás?
- Mejor. Acaba de irse el médico y me ha dicho que tengo gripe. Supongo que tendré que hacer reposo y todo eso.
- Cuídate pequeñaja.
- Rodri...
Le lanza un cojín.
- Mala puntería.
Y le saca la lengua. - Ya te contaremos cómo nos fue ésta noche.
- ¿Pensáis salir?
- ¡Por supuesto!
Lo dicen a la vez, sin pensarlo. Empiezan a darse miedo.
***
Las doce en punto de la noche. El sonido del reloj retumba entre las calles doce veces.
Hace frío y la plaza del Ayuntamiento está prácticamente vacía.
Acabamos en el bar de siempre. A esas horas hay más puretas que jóvenes, pero la idea no nos echa para atrás.
Supongo que tomaremos una copa y nos iremos a casa.
Miro a Rodri. Él estará pensando lo mismo que yo.
Éste sábado no tenemos un planazo para nuestra desgracia.
Sólo queda libre una mesita redonda y alta con dos taburetes. Ideal para nosotros.
Hoy nos atiende otra camarera, pero es igual o más guapa que la otra. Quizá para atraer, de algún modo, el interés de los consumidores varones.
Pido Moscato. A mi amigo también le gusta la idea y añade otro. Es el único vino blanco, bueno y barato que conocemos.
En seguida nos los trae en dos inmensas copas que nos hacen sentir importantes.
Dos señoras, más mayores que nuestras madres a primera vista, nos miran con interés desde sus asientos. Una de ellas se mueve al ritmo de la música. Don't stop me now de Queen, suena más alto que la canción anterior.
Algunos ya se han puesto a bailar en medio de la pista recordando viejos tiempos. Suelen ser los más atrevidos. Lo hacen de forma graciosa. Pasada de moda. Sonrío.
Miro a Rodri una vez más. El pobre parece aburrirse. Quiero invitarle a bailar, pero algo me detiene. Noto la mirada sorprendida de mi amigo, sin apartar la mía de la barra.
De espaldas a mí, reconozco la cazadora gris de Iván y su pelo rubio asomando entre las cabezas de los demás.
Me da una alegría tremenda verlo ahí, aunque no nos avisara. No se lo tengo en cuenta en estos momentos.
Me abrazo a él por detrás notando cómo se asusta. Le sonrío cuando se vuelve para mirarme y él me devuelve otra. Algo más tensa quizás. Me sorprende.
Con su brazo derecho, rodea la cintura de la desconocida que parece acompañarlo.
- ¡Emma! No esperaba que salieras hoy.
Sonríe algo más tranquilo ahora.
Comprendo la situación.
- Estoy allí con Rodri.
Me giro señalando. Rodrigo saluda desde su sitio y bebe un poco de Moscato. Me quedo callada un rato. - Bueno, ¿no me vas a presentar a tu amiga?
Esta vez, la que fuerza la sonrisa, soy yo.
- ¡Claro!, ella es Nadia. Nadia, Emma.
Le doy dos besos y suelto un "encantada" algo bajito. No me oye con la música. Mejor.
Es mona y natural. Viste normal y sin embargo, llama la atención. Serán esas pequitas de la nariz.
Analizo la situación. Puede que sea su prima...
Vale, puede que no. Me siento tonta. David me revuelve los pensamientos, los desordena de repente y bajo a tierra.
- Yo...vuelvo con Rodri. No me gustaría que me abandonara por alguna mujerona.
Reímos.
Me cuesta irme. Miro los ojos de Iván. ¿Suplica que me vaya?, ¿o que me quede?. Sonrío por última vez, ésta dedicada a Nadia.
Sí. Ella desea que me vaya.

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