jueves, 26 de mayo de 2011

Capítulo 7

Emma: Qe harias en mi lugar?
Mel: Es complicado la verdad pero creo q lo mejor es q dejes pasar un tiempo.
Emma: A mi me gustaria que me lo contaran
y si luego se entera de que yo lo sabia?
Mel: Y xq iba a enterarse?
Emma: ivan tmb lo sabe...
Mel: Crees q se lo diria?
Emma: No lo se opina lo mismo qe tu
Mel: Entonces no tienes q preocuparte
no te rayes q bastante tenems con la practica
Emma: ........
qe practica?!!
Mel: La de romano
es para mñn
Emma: Qe me dices!! dios!
Mel: esta en la pag web
estas a tiempo
Emma: Vale te dejo!
un besazo mel muuuuaw!!

Me desconecto del Messenger y abro la página de la Universidad. Cuando la encuentro, algo me dice que dormiré poco esta noche.
Despierto con dolor de espalda y cuello. Bajo mis brazos, que servían de almohada, hay un montón de papeles con frases aburridas y sin sentido. Me fijo en la taza de café vacía reprochándole que no sirvió de nada.
Lozano me matará y con razón. Tampoco le pregunté a Mel si había que exponerlo delante de toda la clase. Tierra, trágame.
El portátil ha muerto en el intento de pasar la noche haciéndome compañía. No me acuerdo de las preguntas y necesito Internet como sea.
Bajo al salón en busca del ordenador de papá. No está. Miro la hora. Se lo habrá llevado ya al trabajo. Vuelvo a mirarla. ¡Mierda! No llego...
Me visto lo más rápido posible y salgo a la calle sin peinar, ni pintar. Debo dar un poco de miedo con éstas ojeras. Más de una vecina se me ha quedado mirando preocupada.
Me meto en el coche tirando el bolso y la carpeta en el asiento del copiloto. Giro el contacto. Nada. Hace el amago, pero no arranca. ¡Maldito trasto!, ¿por qué hoy?
Vuelvo corriendo a casa rezando que haya gasolina en el garaje.
Dentro, las herramientas de papá me vigilan desde el armario. Busco cualquier recipiente con la esperanza de que alguno contenga lo que necesito. No hay nada y empiezo a desesperarme.
Al fondo, reposando en la pared, la moto de mi hermano duerme tranquila. Recuerdo, sin querer, las veces que Nico le robó gasolina a papá. Absorbía con un tubo y vertía el líquido en un cubo.
Esa es mi única salvación ahora y no lo pienso.
El sabor no es que sea muy agradable. Quizá no debería haberle puesto tanto empeño.
Cuando el coche arranca por fin, me siento la persona más ingeniosa del mundo. Sólo por un momento. Después me centro en Lozano y conduzco más rápido de lo habitual. Hoy, respetar los semáforos en ámbar está de más.
Los pasillos de la facultad están desiertos. Llego un cuarto de hora tarde. Ésta vez, subo en ascensor.
Un pie veloz se cuela antes de que la puerta se cierre. La presencia más deseada me sonríe.
- Hola...
Me da un beso en la mejilla. Quiere ir despacio. - ¿Qué tienes ahora?
- Romano y una práctica sin hacer.
Ríe.
- Llegas tarde, ¿no?
- Lo sé, ¿y tú?
- Voy a la sala de lectura. A primera hora no hay nada interesante y pienso que pasar apuntes es más productivo.
- Tienes razón.
Nos quedamos callados. Me resulta algo incómodo.
- Ven conmigo. ¿Quién te da, Lozano?
Asiento. - No le gustará que le interrumpas.
- Me arriesgaré.
Le sonrío quitando dureza al asunto. Soy borde por naturaleza, peor no parece haberlo notado.
La puerta se abre y me deja salir. Camina detrás un rato y se coloca a mi lado posando ligeramente su mano en mi espalda. Ni muy arriba, versión "solo amigos", ni muy abajo, versión "quiero sólo sexo". Locuras mías de revistas Cosmopolita.
Frente al aula, me desea suerte y se despide veloz. Tan espontáneo y estiloso como siempre. Parece que lo conozco de toda la vida.

                                                      ***

Camina ligero, alegre. Tiene ganas de verla otra vez. Sabe que la encontrará en el mismo lugar donde se conocieron.
Recuerda su olor y suspira. Una manzana más y llegará a la tienda.
El mismo escaparate colorido, las mismas campanitas que tintinean al entrar, el mismo olor a plástico y tras el mostrador, la misma mirada.
Se inclina sobre él y le da un beso tierno y leve. Juega con sus rizos y se acerca a su oído.
- Te he echado de menos...
Ella sonríe.
- ¿Y tus clases?
- Nada es importante ahora.
- Debes ir...
- ¡Necesito vivir! Además, no me gusta lo que estudio y lo sabes.
- Vale, está bien.
Coge una caja del suelo bastante grande. - ¿Me ayudas?
Iván se acerca rápido y le roba el peso de los brazos.
Pasan la mañana colocando discos, recogiendo el almacén, cambiando posters y atendiendo clientes.
En seguida llega la hora de cerrar.
Se quedan solos gracias al cartel de la puerta. Él aprovecha y la abraza por detrás. Le besa el pelo y se mezcla con su olor a mandarina.
- No sabía que se te daba tan bien esto.
La mira.
- ¿Abrazarte?
- Jajaja, no bobo, bueno...eso también. Me refería a trabajar con "la música".
- Cualquier cosa es mejor que lo que estudio...
- ¿Y qué te gustaría hacer?
- Me encanta fotografiar, pero no tengo dinero para comprarme una cámara buena.
- Si me dejas, puedo ayudarte.
Se coloca tras el mostrador y recoge sus pertenencias.
- ¿Cómo?
- Trabaja conmigo. No sé...por unos meses. Así ganarás dinero y podrás estudiar lo que te gusta. Puedo comentárselo a mi padre, la tienda es nuestra y muchas veces me agobio con todo. Nos ayudaríamos mutuamente.
Iván se abalanza y la besa con fuerza.
- ¡Gracias!, ¡muchas gracias! Lo consultaré y mañana te digo. Ahora te invito a comer. ¡Dime que sí!
Le muestra una amplia sonrisa, pero no puede aceptar. Tiene mucho que hacer.

                                                ***

- Jamás aprobaré esta asignatura.
Mel baja las escaleras de la clase a mi espalda.
- Bueno, no creo que sea para tanto...
- ¿Pero tu viste la cara que se me quedó? No tenía ni idea de lo que me estaba preguntando y el primer día de clase se fue por nuestra culpa, ¿recuerdas?
- Como para olvidarlo...
Abajo, don Lorenzo borra los garabatos que intentaron explicar la práctica a los alumnos que se dignaron a atender. Nos mira de reojo. Una mirada tensa. Da miedo.
Cuando salimos del aula, tiro los apuntes al suelo y me dejo caer en uno de los bancos.
- ¡Me tiene cruzada!
- Tranquila, aprobarás el examen.
- Ni si quiera sé cuando es...
Se sienta a mi lado cuidadosa. Como si se fuera a romper. Como suele moverse siempre.
- Pues dentro de dos semanas exactamente.
Apoyo la cabeza sobre las manos.
- ¡Mátame!
- Saldrás adelante. ¡No es el fin del mundo!
- Maldita la hora en la que me metí en esto Mel.
- Si te gusta, lo sacarás.
Suspiro. Me da un codazo. Levanto la cabeza y lo veo. Espera a que la máquina de café le entregue su capuccino. Una chica, realzada por unos zapatos de tacón, toca su espalda y se saludan. No hablan mucho, en seguida se va. Tampoco me preocupa demasiado. Es guapa, al menos a esta distancia y parece tener la seguridad que yo tanto ansío pero, a pesar de todo, estoy segura de que él se girará y vendrá hacia mi.
Mel lleva un buen rato en silencio. Echo de menos un comentario, una risilla, un empujoncito...
Está concentrada con su móvil.
- ¿Mensajitos del novio?
Me mira con ojos exaltantes.
- ¿Cómo puedes saberlo?
Se sonroja.
- De una mentira he sacado una verdad...
Me río. - ¡Cuéntame!
- ¡Ay Emma! Es un chico monísimo, encantador, ¡me trata genial!
- ¿Cuándo lo conociste?
- Hace poco, en un centro comercial. Estaba mirando un casco para la moto de mi padre, pero no tenía ni idea. Yo no controlo esos temas y ¡Pum! apareció él con una estupenda sonrisa. Lo debió notar y me ayudó a escoger. ¡Mi padre está encantado! y yo...me gané una cita.
- ¡Genial!, ¡qué suerte!
- He quedado ahora. Vendrá a recogerme en su moto y bueno, ya te contaré.
Me guiña un ojo. - Lo siento, neni, pensaba decírtelo, pero...
Ambas nos fijamos en la figura que se acaba de plasmar frente a nosotras.
- Siento interrumpir.
Primero mira a Mel y después a mi. - Quería proponerte algo.
El pie de mi amiga choca sospechosamente contra el mio. Odio que haga esas cosas. Noto cómo me arden las mejillas. Debo estar lo siguiente a roja.
- Por mi no os preocupéis. Me iba ya.
Recoge sus libros fugaz y se va.
- Ahora no tienes excusa. Tu amiga te ha dejado sola.
Sonríe y me contagia.
La verdad es que no sé qué decir. Sus ojos me han embelesado.

                                                         ***

Un accidente en la M-30. Tres heridos y un fallecido. Y pensar que ahora conducimos a menos velocidad...Somos seres humanos, siempre tendremos fallos.
Moja su dedo índice en saliva y pasa página. La sección de deportes. Genial.
Se acomoda en el sofá. El Real Madrid acaba con su mala racha. Sonríe para sus adentros. Está orgulloso de su equipo.
- ¡Papá!
- Qué, hijo.
- ¿Por qué mi moto no tiene gasolina?
No aparta la vista del periódico.
- No lo sé.
- ¿Quieres mirarme?
- A ver, dime.
Asoma sus dos pequeños ojos tras unas gafas de lectura.
- Ayer llené el depósito, ¿cómo puede ser que ahora esté vacío?
Silencio. - ¿No piensas decir nada?
Se miran.
- No puedo hacerlo porque no tengo ninguna respuesta a tu pregunta. Habla con tu hermana, estará comiendo ya.
- ¿Y Emma qué va a saber?
- Lo mismo que yo y me estás cuestionando, ¿no?
- Empiezo a creer que hay mensajes subliminales en esos papeles.
El viejo sonríe y sigue a lo suyo.

"No puedo ir...lo siento"
Lo envía y vuelve al garaje en busca de alguna explicación

                                                     ***
En los pasillos no hay ni un alma. Resulta curioso que un acto necesario y natural como es comer, reúna a tantas personas en un mismo lugar. Seguramente, el comedor esté repleto.
La calle está vacía también. Empieza a tener frío y la hora de queda ya ha pasado hace rato. Para colmo, su móvil no tiene batería.
Intenta no pensar en la posibilidad de quedarse plantada. Podía ser muy probable, sólo se conocen de un día en un centro comercial.
Mira su reloj y después busca a su hombre. Siempre ha tenido mala suerte para éstas cosas. No se sorprende demasiado, pero está enfadada. Se ha hecho ilusiones. Como siempre.
A lo lejos, ve el coche de David. Emma estará con él. Por un momento, la envidia.
Las piernas le tiemblan y se rinde sobre uno de los escalones de la entrada principal. Esperar debería estar prohibido.

                                                 ***

Me he fijado en todos los letreros de la autopista. Parece que vamos al aeropuerto.
Lo miro de reojo. Está concentrado en la carretera. Conduce bien. Ni muy rápido, ni muy lento. Se siente seguro, o eso parece. No me extraña nada, él es así.
Me pregunto para qué vamos ahí y espero que no quiera salir del país en un acto de locura. Pienso que es inteligente para hacer una cosa así pero, las dudas me martillean la cabeza.
Noto que me mira, pero esta vez, soy yo quien parece concentrada. Al menos, eso intento. No puede notar que me dan miedo ciertas cosas.
Sin darme cuenta, ya estamos en el aparcamiento.
- Vamos. Tengo una idea.
Cosquillas en el estómago.
No entramos en el edificio. Vamos directos a la pista de aterrizaje.
- ¿Se puede estar aquí?
Coge mi mano y corre atravesándola. Creo que empiezo a tener ese miedo del que hablaba.
- Tienes que hacer exactamente lo que yo haga, ¿vale?
Asiento, pero mi mente dice lo contrario.
Me quedo pasmada al ver que se tumba en el suelo.
- Vamos, ven.
Da unas palmaditas junto a él para que me eche a su lado. Lo hago, aunque me siento rara.
- Esto me relaja cuando es época de exámenes. Mira ahí arriba, ¿no tiene un color increíble? El cielo es algo maravilloso. Cada uno lo ve de una manera. Creo que nadie tiene la misma sensación al observarlo. Tu puedes percibir rasgos que yo no y viceversa. ¿Cómo ves el cielo, Emma?
Aún estoy atónita y tardo en contestarle, pero no me apresura. Consigo calmarme.
- Yo lo veo...como algo inalcanzable. Incluso las cosas que aquí lo parecen, se quedan cortas a su lado.
- Jamás había pensado algo así.
- ¿Y tú que ves?
- No lo sé. Cuando esté ahí arriba, podré contestarte a eso. Lo mejor está por venir. Fíjate en ese avión, va a despegar.

De pequeña me gustaba imaginar que pilotaba uno. Hoy me cuesta creer que algo tan grande pueda sostenerse en el aire.
El avión coge velocidad hasta el punto en el que las ruedas no tocan el suelo.
Se eleva sobre nosotros impregnándonos en su sombra. Desde aquí parece un pájaro. El corazón me late fuerte de repente.
Coge altura y yo me voy con él. Es una sensación indefinible.
David me está mirando y sonríe. Él ya sabía que sentiría esto. Ya lo vivió antes.
Le sonrío agradeciéndoselo y como algo fugaz, algo inesperado, gira su cuerpo y acerca su cara a la mia. Ahora ya no veo el cielo, veo sus ojos y me doy cuenta de que tiene parte de él en sus ojos. Por instinto, cierro los ojos y me dejo llevar. Siento sus labios húmedos apoyados en los míos. Entonces me fundo en su boca. Eso es menos explicable aún.

sábado, 5 de febrero de 2011

Capítulo 6

Las cuatro y media de la mañana.
Pido la séptima copa de Moscato. Veo borroso y estoy mareada, pero me gusta la sensación. Apenas oigo la música y no porque la hayan bajado.
Rodri se ha quedado completamente dormido sobre la mesa. En estos momentos, tampoco me preocupa.
Vuelvo a mirarlos. Siguen allí, en la otra punta del bar, charlando de quién sabe qué.
No puedo evitarlo y cuanto más miro, más necesito beber. Cojo la copa que me acaban de traer y le doy un trago abundante.
Me siento totalmente gilipollas.
Las camareras me miran y cuchichean desde la barra, pero me trae sin cuidado.
Por su culpa, casi me pierdo lo que llevaba esperando toda la noche. Bueno, no lo esperaba. Intuía que pasaría y ahí lo tengo. Delante de mis narices.
Se están besando. Lento. Mucho. Se acarician, se abrazan y yo río. Sí, estoy riendo, pero me apetece gritar y llorar.
Entonces me levanto y voy hacia ellos como puedo.
Dejan de besarse y me miran en silencio. Yo tampoco sé qué decir.
Me quedo de pie, perdiendo el equilibrio ligeramanete de vez en cuando.
- ¿Pasa algo?
Sonrío.
¿Pasa algo, Iván?, ¿tú qué crees?,¡Yo pienso que sí! Y que eres un imbécil, un maldito mentiroso...
"Voy a estar siempre contigo".
¡Ya lo veo!
No es justo. Apareces de repente, con una desconocida a la que besas en mi cara sin pensar lo que yo piense o sienta. Eso no es estar conmigo. Debemos conocer significados diferentes de la palabra "contigo".
¡Dios! ¿y David?...
Agacho la cabeza y abro la boca para hablar por primera vez, después de tres horas haciéndolo solo para beber.
- Me voy...a casa.
Balbuceo.
Él se levanta preocupado.
- Has bebido mucho, Emma. ¿Quieres que te lleve?
Niego con la cabeza y señalo a Rodri que aún duerme.
- Bueno, os llevo a los dos.
- Iván...
Ella, la tal Nadia, le coge de la mano. Esa mano grande y suave que arropó la mía en el paseo de la playa. - Yo vivo cerca de aquí. Puedes irte con ellos. No pasa nada.
Se hacen un gesto bonito que duele por dentro.
La miro y río a carcajadas.
¡Claro que no pasa nada!
Iván se altera y me coge cuidadosamente, llevándome hasta Rodri. Lo despierta y nos acompaña hasta su coche, sujetándonos como puede.
Durante el viaje, paramos dos veces por mi culpa.
Demasiado alcohol en mi estómago.
Se me hace eterno, pero llegamos cuando ya me estoy quedando dormida.
Me bajo del coche a trompicones y me despido de Iván avergonzada. Rodri vuelve a estar en sus mundos.
Esa noche, duermo con el móvil en la mano y un mensaje a medias de acabar. A medias de empezar.


***


Despierto con un sabor de boca amargo. Hago una mueca de desagrado.
Aún estoy mareada y me pesa la cabeza. La levanto buscando el reloj. Las cinco y diez de la tarde.
No quiero imaginar lo que me espera abajo. Con suerte, mi hermano puede estar también durmiendo. Compartiríamos la bronca.
Cuando me levanto por fin de la cama, mi móvil cae al suelo. Lo cojo. Pulso una tecla y leo una serie de barbaridades mal escritas. Qué vergüenza...
Rezo a lo que quiera que exista suplicando no haberlo enviado. ¡Bien!, no está en la bandeja de salida. ¿Cómo puedo ser tan patética?
Intento recordar las últimas horas de la noche sentada en la cama. Nada. Sólo el vació y más vacío después. ¡No tendría que haber bebido!
Me quedo embobada mirando el móvil y por fin se me ocurre llamar a Rodri.
- Rubita...no me acuerdo de nada. No sé ni cómo llegué a casa, ni gracias a quién por lo que oigo...
- ¡Joder! ¿Qué pudimos haber hecho? Sólo sé que bebí muchos Moscatos.
Cojo el bolso que, seguramente, tiré sin pensar anoche. Encuentro la cartera y reconozco el mismo billete de veinte euros que llevaba. - ¡Y encima creo que no pagué nada!, ¿lo hiciste tú?
- Pero si yo me quedé dormido en el bar y desperté en casa...
-Quizá te robara. Vaya, Rodri, ¡lo siento! Te lo devolveré.
-No te preocupes. Bueno, me voy a la ducha que apesto a tabaco.
Y cuelga dejándome como estaba.
En ese momento, en otro punto de la ciudad, Ana marca su número por décima vez. Cuando vea las llamadas perdidas se enfadará más.
Necesita arreglar las cosas con Marcos. Lleva sin comer un día y medio y ha pasado toda la noche llorando.
Corre al baño y vomita, otra vez. No tiene prácticamente nada en el estómago y queda rendida sobre el inodoro.
Su madre le prepara una tila y envuelve su cuerpo con una manta. No sabe qué hacer ya. Está muy preocupada por su situación.
Ana siempre ha sido muy fuerte para éstas cosas. Jamás ha llorado en público y mucho menos, llegado a éste extremo.
Ha perdido peso en muy poco tiempo. Necesitará la ayuda de un profesional. Esto se le va de las manos.


***


Después de comer y aguantar las tensas miradas de mis padres, decido salir a tomar el aire.
Hoy hace más frío que otros días, pero al menos, ha dejado de llover.
Aún me duele la cabeza y tengo la boca muy seca.
En la comida, acabé la botella de agua mineral sin ayuda de nadie, lo que demostró que tenía una resaca de caballo.
Bah... los caballos no pueden tener resaca.
Frente a mis pensamientos estúpidos, aparece una cara conocida.
Iván sonríe con las manos en los bolsillos. Camina hacia mi ligero.
- ¿Qué tal has amanecido?
Su amplia sonrisa no desaparece en ningún momento.
- Pues...no muy bien, la verdad, ¿tú?
- Seguramente mejor.
Ríe notando mi típica cara de estar perdida. - ¿Quieres tomar algo calentito? Hace mucho frío, ¿verdad? Mira.
Señala a mi espalda. - Allí hay una churrería buenísima, ¿qué me dices?
¿Qué voy a decir ante tal énfasis?
- ¡Claro que sí!
Me quemo con el primer churro que me llevo a la boca. No tengo hambre, pero pienso que le haría un feo si no tomara nada.
- Ayer, Rodri y tú...
- ¿Qué?
- Bebisteis demasiado.
Mastico.
- Supongo. De ahí a que tenga semejantes lagunas.
Revuelve el chocolate despacio. Mira la taza y después a mi.
- ¿Por qué?
- ¿Por qué, qué?
Nos miramos fijamente.
- ¿Por qué lo hiciste?
Recuerdo la chaqueta gris que llevaba. La de hoy es más gorda y oscura.
Recuerdo esos rizos y las pecas sobre la nariz...
- No lo sé...
Y de repente, un silencio incómodo. Parece que lea mis pensamientos.
- ¿Te molestó que estuviera con Nadia?
Lo miro perpleja. No puedo estar oyendo lo que estoy oyendo.
- ¿Perdón?
No le dejo hablar. - ¿Qué te hace pensar esa tontería?
- Me dio esa impresión.
- ¡Pues qué estupidez! No me lo puedes estar diciendo en serio...¿eres idiota?
- Bueno, Emma, no te pongas así. Tampoco es...
- ¿Tampoco es qué? ¡Me pongo como me da la gana!
Sin quererlo, quizá hable un demasiado alto. - Como si no me conocieras de sobra, ¡estoy flipando!
Me levanto enfadada poniéndome el abrigo como puedo. Cojo la bufanda y el bolso, y le clavo los ojos de nuevo. - ¡A mi me importa una mierda con quién salgas!
Camino torpe hacia la puerta.
- ¡Me debes dinero!
La gente nos mira.
Saco mi cartera del bolso y se la lanzo al pecho.
- Todo tuyo.
Me marcho corriendo antes de que pueda devolvérmela.
Llego a un callejón y enciendo un cigarro. Entre calada y calada, se me escapan algunas lágrimas.
No puedo seguir con esto.


***


Otra vez le vibra el móvil. Lo tiene en silencio para no molestar a los demás. Eso es lo que se dice a sí mismo, pero en realidad le da vergüenza que suene y  vean que no contesta.
Siguiente parada: Parque del Muelle.
Es la suya. Coge la bolsa de deporte y la cuelga de un hombro. Se pone frente a la puerta del bus.
Llega tarde y lo sabe, pero al bajar, se encuentra con ella. Espera sentada en un banco cercano a la parada del bus.
- ¿Se puede saber dónde estabas? Llevo esperando más de media hora.
- Lo sé, lo sé. Lo siento, Lidia.
- ¿Qué ha pasado? Tienes mala cara.
- Nada, estoy bien.
Se acerca a ella y le da un beso breve en los labios.
- ¿Es tu novia otra vez?
- Ya no es mi novia...
- ¿Has roto con Ana?
No puede dejar de sonreír.
Al otro lado de la carretera, en el parque, Emma se esconde tras la estatua principal. Pedro Menéndez observa desde lo alto la situación, rodeado de cuatro guerreros medievales que lo escoltan. Parece no importarle demasiado el siglo actual, mientras una paloma se posa en su hombro.
- Cada día me sorprendes más.
Ríe a carcajadas.
Emma tira de su brazo y le obliga a que se agache junto a ella.
- ¡Shhh! Mira.
Iván hace caso y comprende lo que pasa.
- Se dieron un beso. Pienso que Ana debería saberlo.
- ¿Y que sufra más?
Se miran.
- ¿Me tomas el pelo? Yo no voy a permitir que llore por ese idiota.
- Eres muy generosa ayudando a los demás cuando tú tienes problemas mayores. Toma.
Le da su cartera. - No he cogido nada.
Se va tranquilamente, sin pararse en que puedan verle.
Emma se queda quieta con la cartera entre las manos. Mira cómo se aleja.
Vuelve a su espionaje cambiando de tema antes de que pueda volverla loca, pero ya no están...

viernes, 21 de enero de 2011

Capítulo 5


Mañana de un sábado lluvioso.
Llevaba haciendo buen tiempo toda la semana y tiene que estropearse ahora.
Suelta las cortinas oscureciendo de nuevo el dormitorio. Se deja caer sobre la cama. Permanece boca abajo un buen rato hasta que empieza a incomodarle respirar. Al girarse y liberar su cara, nota un pequeño mareo. Se incorpora despacio y esa sensación se profundiza. No parece que le asuste y se levanta, pero entonces pierde el equilibrio y vuelve a caer sobre las sábanas.
Su madre aparece en la habitación rápida, esparciendo su prisa por cada rincón, volviendo loco a cualquiera. Sostiene en brazos al pequeño Javi, que llora a pleno pulmón.
Alex se pone nerviosa.
- ¡Mamá!, ¿qué quieres?
- ¿No es hora ya de levantarse?
Tiene que gritar aún más que Javi para que se le escuche.
Es de locos.
- Ésta noche pretenderás salir y ya me sé de memoria las horas de llegada. No creas que vas a estar así todo el año, ¿eh?
- Tranquila, dudo que salga hoy.
Se para por primera vez, mirando a su hija. toma asiento a su lado con el bebé sobre sus piernas. Le toma la temperatura colocando una mano sobre su frente.
Javi ya no llora. Se entretiene con un mechón de pelo de su madre.
- Creo que tienes fiebre, pequeña.
Alex se encoge y grita sobre la almohada. - ¡No me llames así!
La supuesta aludida parece ignorarlo. Coge un montón de ropa sucia y lo sostiene bajo el brazo que tiene libre. Antes de salir de la jaula de virus, se vuelve hacia su "pequeña".
- Cuando tengas hambre me avisas, ¿vale? Llamaré al médico para que venga a verte.
Recibe un gruñido como contestación.
Cuando se queda sola por fin, intenta levantarse otra vez, pero el cuerpo le pesa demasiado hoy. Apenas puede con la manta.
¿Por qué un sábado?, ¿¡Por qué!?
Escucha voces familiares en el jardín y se acerca a la ventana como puede. Se apoya contra el cristal liberando todo su peso de las piernas.
Los gemelos ayudan a su padre a cambiar las piedras decorativas de la fuente al pequeño camino de la entrada. Los tres llevan un chubasquero verde y es difícil reconocerlos. Papá se distingue por las dimensiones, pero Matías y Juan son idénticos. Ya cuesta diferenciarlos de cerca y con ropa diferente, como para hacerlo ahora, que quizá delire.
Sigue lloviendo y no parece que quiera parar. Por lo menos no se pierde un buen fin de semana. Tiene suerte hasta para eso.
El teléfono suena desde la mesita de noche, interrumpiendo sus pensamientos. Tarda mucho en llegar hasta él y dejan de llamar.
Mierda...
Musita. Con las prisas, se ha hecho daño en la rodilla. Una de las patas de la cama se interpuso en su camino.
Vuelven a llamar, pero ésta vez, está preparada.
- ¿Sí?
Una voz ronca, aún pegada a la garganta, contesta al otro lado.
- Hola pequeñaja.
Alex hace una mueca aunque no le pueda ver. Nunca cambiará. Por mucho que le diga que odia ese apodo, no va a servir de nada.
- Hola...Rodri, ¿qué tal?
- Recién levantado.
Bosteza exageradamente, dejando sorda a su amiga que se aparta veloz del auricular.
- Ya veo...
- ¿Hay planes para hoy?
- Yo si tengo, tú...no sé.
- ¿Piensas hacer algo sin contar conmigo?, o hmmm...¡Tienes una cita!
Alex ríe a carcajadas.
- Sí, tengo una cita con el médico.
- Me he perdido...
No puede parar, ríe más.
- ¡Joder!, se nota que estás dormido. Estoy enferma y no preguntes de qué porque no lo sé.
- Vaya...Jolín, pequeña, el mal humor no se te quita ni con cuarenta de fiebre.
Ríen.
- Pues eso, que me pierdo salir hoy. Llama a Ana, es la chica de los planes.
- He llamado a su casa y no contesta nadie. Luego insistiré. Bueno enana, ponte bien pronto. Un beso.
- Gracias, un beso.
***
Un clinex, dos, tres...
El sofá verde que sus padres habían comprado hace años a juego con el resto de la decoración, está repleto de pañuelos.
Pañuelos empapados de tristeza, de llanto y emociones frustradas. No precisamente por ninguna película de amor.
Ana nunca había llorado por ese sentimiento hasta hoy y lo que le parece una película ahora, es su vida.
Llevaba dos estupendos años con Marcos, su novio. Como en toda relación, habían tenido sus diferencias, discusiones sin importancia y algún que otro mes depresivo. Pero se ha acabado todo, por el mismo tema de siempre: Los celos.
Él ya desconfiaba desde hace un tiempo y ésta mañana se decidió a comentárselo escribiéndole un mensaje privado en el Facebook. ¿Qué clase de novio es ese?
No se lo puede creer, se siente traicionada sin motivos. Nunca le había puesto los cuernos, ni se le había pasado por la cabeza hacerlo.
Lo que más le duele es su cobardía para afrontar las cosas.
No para de llorar. Siente los ojos hinchados, le duelen las mejillas y ya casi no respira por la nariz, pero es imposible evitarlo.
Ha escuchado el teléfono sonar varias veces. Simplemente lo ha mirado sin moverse del sitio. Desea que sea él para que sufra insistiendo. Prefiere tener esa intriga con la esperanza de que pueda seguir sintiendo algo por ella al llamarla. Si no fuera él, se derrumbaría más y tendría que dar explicaciones. Está mejor en ese rincón del sofá sorbiendo lágrimas.
Se martiriza pensando cuánto tiempo estará así, si algún día volverá a llevar una vida normal, o si podrá volver a amar después de todo esto. Tiene la absurda sensación de que es el fin del mundo. Sin Marcos no es nada. Todos los planes que tenían se han roto, igual que su relación y en estos momentos, no tiene ganas de crear otros. Lo único que se le ocurre es encerrarse en su habitación hasta que pase la tormenta y nunca mejor pensado, ya que el mal tiempo le acompaña con su lluvia a modo de sinfonía ambiental, chocando contra los cristales de las ventanas.
Por lo menos, hay algo que le alegra. No hay nadie en casa y está tranquila, pero sabe que en cuanto aparezca su madre por la puerta, se tirará a sus brazos. Es el único apoyo que tiene. Siempre le había hablado de él. Es la única persona que lo entendería.
Sigue recordando las palabras del mensaje. Cada una es un puñal que se le clava y conlleva a otra lágrima.
¡Es un imbécil! Oh...¡Cómo desearía gritárselo a la cara! Esto no puede quedar así.
Coge el móvil que reposa sobre la mesa de cristal y escribe:
"Quiero hablar contigo en persona. Eres un cobarde..."
- Y pensar que llegaríamos a este punto.
Se habla a sí misma, sofocada entre sollozos. Se da pena y aprieta la cara contra un cojín, sumergida en otro mar de lágrimas.
***
Rodrigo camina decidido bajo los árboles ligeramente teñidos de un ocre alarmante. Llega el Otoño.
Lleva la gabardina azul marino que tanto había usado el año pasado. Está gastada, le falta un botón y dentro de uno de los bolsillos habita un agujero por el que se cuelan las monedas, pero le gusta. Fue un regalo de su abuela, antes de que se fuera para siempre. Siente un cariño especial.
Por un momento, le llueven un montón de recuerdos. Los batidos que le preparaba para merendar, el olor del viejo sofá donde reposaba. Lo huele como si lo tuviera delante y se le empañan los ojos, pero así, de la nada, aparece la cara de Emma y varias posibilidades de lo que pueda encontrarse.
Mira el reloj. Las once y media de la mañana.
Conociéndola, quizá duerma. No importa. Existe la suficiente confianza entre ellos como para sacarla de la cama a tirones.
El paraguas marca los pasos al tocar el suelo. Lo lleva en la mano a modo de bastón. Ha parado de llover, pero quién sabe cuando tendrá que abrirlo. El cielo no pinta nada bien.
Odia el mal tiempo y lo que lleva cargar con el paraguas. No se lleva nada bien con ese utensilio. Si no lo pierde, lo rompe y si no, le estorba. Lo compara con un grano en el culo y ríe en silencio ante tal estupidez.
Caminar solo hace pensar demasiadas tonterías. Por suerte, ya está cerca de su destino. La fachada blanca se asoma entre las copas de los árbolas y con un poco de esfuerzo, llega a la puerta de hierro.
Entre los barrotes se ve un jardín cuidado, pero hoy está empapado. Se fija en el caminito de piedras que lleva a la entrada de la casa y espera lo peor. ¿Cuántas veces habrá patinado por ese pasillo del mal? Maldita la hora en la que el padre de Emma eligió esas piedras como decorativo.
Llama al interfono. Tardan demasiado en contestar. Una voz masculina pregunta por su identidad.
- ¿Quién es?
Titubea. - Soy Rodrigo, ¿está Emma?
- Claro, pasa.
La puerta se parte en dos, escondiendo sus mitades en los muros en los que se sujetaba.
Camina nervioso, sin el paso firme que llevaba antes y piensa: Si voy con miedo, me caigo.
Por lo menos logra llegar a la puerta principal sin probar el suelo.
Está abierta y cuando entra, no hay nadie esperando.
Es una ayuda conocer la casa. Desde el salón, Nicolás le grita.
- Está en su habitación.
Siempre admiró la capacidad que tiene para hacer las cosas. Juega a la Play, tirado en un sofá, semidesnudo. No le importa quien sea el que viene a visitarlo. Como si es una chica guapísima. Le da igual. Siempre actuará de forma natural.
Por un momento siente envidia y de su físico también.
Se mira el brazo. Nunca tendrá unos músculos parecidos.
Sube rápido las escaleras y en seguida encuentra la habitación de Emma. Primera planta, a la derecha.
Golpea educadamente antes de entrar, pero no recibe contestación.
Aún así, se cuela sin hacer demasiado ruido.
Lo que se temía. Está dormida. Se sienta en el borde de la cama e intenta despertarla con suavidad. No hay manera. Ni siquiera se ha movido.
prueba a zarandearle el hombro con cuidado, pero lo único que hace son ruidos roncos con la garganta. ¿Emma ronca? Se ríe.
Entonces utiliza la táctica que nunca falla. Retira las mantas y comienza a hacerle cosquillas. Parece que ha surgido efecto. Ha logrado despertarla, pero no está de muy buen humor.
- Pero, ¿qué coño haces aquí?
Bosteza y se estira.
Le hace gracia su manera de dar los buenos días.
- Despertarte. Es hora ya, no te quejes.
- La próxima vez, recuérdame que no gaste dinero en un despertador.
- Vamos, rubita, vístete.
Tira de sus brazos moviendola como un muñeco.
- ¿Encima exigiendo?
Bosteza de nuevo. - Está bien, para. ¿Por qué tanta prisa? y ¿a dónde vamos?
- Demasiadas preguntas.
Se levanta. - Yo te espero en la cocina. ¿Tienes algo rico de comer?
- Ya conoces el armario. Busca lo que quieras.
Rodrigo hace amago de salir del cuarto, pero antes se para.
- Y ni se te ocurra volver a dormir, ¿eh?
***
Llaman a la puerta.
Cree que es su madre por la hora que marca el reloj y corre a abrir.
Cuando ve de quien se trata, se queda muda.
Marcos le enseña el móvil.
- He recibido tu mensaje y he venido cuanto antes. Como haría cualquier cobarde...
Se aparta de la entrada, sin decir nada, dejando que pase.
Él va hacia el salón y al ver la situación, se para en medio de la estancia.
- ¿Has estado llorando?
Se gira.
Acto seguido, Ana vuelve a explotar. Llora con muchas mas ganas que antes. Ve lo que ya no es suyo. Frente a ella. Sorprendido de que esas lágrimas le pertenezcan. Entonces se abrazan. Se consuelan el uno al otro con el calor que siempre han compartido. Se miran a los ojos rogándose perdón. Se dejan llevar y se aproximan. Cerca, muy cerca, cada vez más. Pero Marcos tiene las cosas claras y se deshace de sus brazos.
Ana no entiende nada. Vuelve a tener ganas de llorar.
- Hemos terminado, ya te lo he dicho.
Llaman otra vez. ¿Será su madre? Por favor, esta vez no...
Se aleja de él sin ganas, con miedo a que se vuelva a ir para siempre.
Emma y Rodri sonríen sobre el felpudo. Él más feliz que ella, o eso parece.
- Hola chicos...
Se les borra la sonrisa.
La cara de Ana es un poema. Tiene chorretones de rimel por las mejillas, los ojos como los de una rana y la nariz roja y pelada de tanto sonarse.
Apenas se atreven a preguntar.
- ¿Qué...ha pasado?
- Nada, ¿queréis algo?
- Te hemos estado llamando...
Se para y mira a Emma en busca de ayuda. - Pensábamos que te había pasado algo.
- Estoy bien.
A Marcos le apetece ver con quien está entretenida y se acerca a la puerta también.
Viene acompañado del silencio. Nadie dice nada.
De repente, enloquece. Agarra a su ex del brazo.
- ¿Me estás tomando el pelo?
Ana no puede hablar y sus dos amigos dan un paso hacia atrás ante tal reacción.
- ¿Quién es ahora la cobarde?, ¿eh? ¡Dime! Así que me mandas un mensaje diciendo que quieres hablar conmigo y me traes visita...
Los mira con indiferencia.
- ¡Eres muy valiente!
Aplaude con ironía. Parece un psicópata.
Emma se pone nerviosa.
- Bueno, es mejor que nos vayamos.
- ¡No!
Intenta contener su enfado y fuerza una sonrisa. - Tranquilos, ya me voy yo.
Ana rompe el asombro de sus amigos.
- ¿Podríais dejarme sola?, por favor.
Y cierra la puerta sin mas explicación.
Marcos ya está lejos y con el genio que tenía, sería un reto intentar hablar con él.
***
- Respira hondo.
Alex hace caso al doctor, exagerando al inhalar y exhalar . El fonendoscopio reposa fríamente sobre su espalda.
Silencio. Luego saca el maldito palo de madera con un boli a modo de linterna. Le da una arcada. Es inevitable.
Su madre; preocupada espectadora desde la otra esquina.
- Tiene todos los síntomas de una gripe común. Nada grave.
Recoge sus pertenencias guardándolas en un maletín de cuero marrón. - No obstante, recetaré un medicamento por eso que me dijo de la alergia.
La mujer afirma, (ahora más tranquila).
Se va acompañando al médico y dejando descansar a su hija.
Ella se aburre sola. Parece que se encuentra mejor y le apetece salir a la calle.
- Alex, tienes visita.
Emma y Rodri entran despacio, temerosos.
- ¡No os hacéis una idea de lo que me aburro!
Hace una pausa y analiza sus rostros. - ¿Qué os pasa? La enferma soy yo...¿ Y esas caras tan mustias?
- Ana y Marcos lo han dejado.
- ¿¡Qué!?, pero, ¿por qué? ¡si estaban genial!
- Estaban...
Emma le da un codazo a su amigo que hace que se doble.
- Rubita, te has pasado...
- Perdón. A ver, el caso es que han debido discutir y parece que ya no tiene arreglo.
- Sea lo que sea...nosotros no lo sabemos.
Se miran.
- Exacto.
Alex está anonadada.
- ¿Y ella cómo está?
- Imagina...
Emma se sienta en el borde de la cama. - Necesitará tiempo, así que habrá que dárselo. Bueno, ¿y tú cómo estás?
- Mejor. Acaba de irse el médico y me ha dicho que tengo gripe. Supongo que tendré que hacer reposo y todo eso.
- Cuídate pequeñaja.
- Rodri...
Le lanza un cojín.
- Mala puntería.
Y le saca la lengua. - Ya te contaremos cómo nos fue ésta noche.
- ¿Pensáis salir?
- ¡Por supuesto!
Lo dicen a la vez, sin pensarlo. Empiezan a darse miedo.
***
Las doce en punto de la noche. El sonido del reloj retumba entre las calles doce veces.
Hace frío y la plaza del Ayuntamiento está prácticamente vacía.
Acabamos en el bar de siempre. A esas horas hay más puretas que jóvenes, pero la idea no nos echa para atrás.
Supongo que tomaremos una copa y nos iremos a casa.
Miro a Rodri. Él estará pensando lo mismo que yo.
Éste sábado no tenemos un planazo para nuestra desgracia.
Sólo queda libre una mesita redonda y alta con dos taburetes. Ideal para nosotros.
Hoy nos atiende otra camarera, pero es igual o más guapa que la otra. Quizá para atraer, de algún modo, el interés de los consumidores varones.
Pido Moscato. A mi amigo también le gusta la idea y añade otro. Es el único vino blanco, bueno y barato que conocemos.
En seguida nos los trae en dos inmensas copas que nos hacen sentir importantes.
Dos señoras, más mayores que nuestras madres a primera vista, nos miran con interés desde sus asientos. Una de ellas se mueve al ritmo de la música. Don't stop me now de Queen, suena más alto que la canción anterior.
Algunos ya se han puesto a bailar en medio de la pista recordando viejos tiempos. Suelen ser los más atrevidos. Lo hacen de forma graciosa. Pasada de moda. Sonrío.
Miro a Rodri una vez más. El pobre parece aburrirse. Quiero invitarle a bailar, pero algo me detiene. Noto la mirada sorprendida de mi amigo, sin apartar la mía de la barra.
De espaldas a mí, reconozco la cazadora gris de Iván y su pelo rubio asomando entre las cabezas de los demás.
Me da una alegría tremenda verlo ahí, aunque no nos avisara. No se lo tengo en cuenta en estos momentos.
Me abrazo a él por detrás notando cómo se asusta. Le sonrío cuando se vuelve para mirarme y él me devuelve otra. Algo más tensa quizás. Me sorprende.
Con su brazo derecho, rodea la cintura de la desconocida que parece acompañarlo.
- ¡Emma! No esperaba que salieras hoy.
Sonríe algo más tranquilo ahora.
Comprendo la situación.
- Estoy allí con Rodri.
Me giro señalando. Rodrigo saluda desde su sitio y bebe un poco de Moscato. Me quedo callada un rato. - Bueno, ¿no me vas a presentar a tu amiga?
Esta vez, la que fuerza la sonrisa, soy yo.
- ¡Claro!, ella es Nadia. Nadia, Emma.
Le doy dos besos y suelto un "encantada" algo bajito. No me oye con la música. Mejor.
Es mona y natural. Viste normal y sin embargo, llama la atención. Serán esas pequitas de la nariz.
Analizo la situación. Puede que sea su prima...
Vale, puede que no. Me siento tonta. David me revuelve los pensamientos, los desordena de repente y bajo a tierra.
- Yo...vuelvo con Rodri. No me gustaría que me abandonara por alguna mujerona.
Reímos.
Me cuesta irme. Miro los ojos de Iván. ¿Suplica que me vaya?, ¿o que me quede?. Sonrío por última vez, ésta dedicada a Nadia.
Sí. Ella desea que me vaya.

jueves, 16 de diciembre de 2010

Capítulo 4.

Mucha gente. Tanta que crea desorden. Confunsión.
Mel se gira una vez más y camina hacia la puerta. Vuelve a su sitio. Levanta la muñeca hacia su cara comprobando otra vez cómo va pasando el tiempo y cómo va desperdiciándolo.
Nada, no aparece. ¡Estúpida! ¿dónde te metes?
Muchos disfrutan ya de su comida. Se oye de fondo un murmullo inmenso mezclado con una melodía de cubiertos al chocar entre sí.
Su estómago se queja y se pone colorada. Busca entre las caras una sonrisilla que delate que los ha oído. Por ésta vez se ha librado. ¿Cuántas veces más tendrá que esconder los rugidos?, ¿cuánto tendrá que esperar para poder comer como le exigen?
Alguien le toca un brazo. Despacio, con cariño.
- ¡Mel!
Por fin...
Nunca se ha alegrado tanto de verla. Bueno, han tenido pocos encuentros, pero éste es el más..."feliz" de todos.
- Pensé que me habías plantado...
Hace como que se enfada poniendo una mueca exagerada.
- Tienes todo el derecho a estar así. Nos hemos liado... pero fue por mi culpa.
Mel cambia de expresión.
- ¡¿Perdón!?, ¿os habéis liado ya?, ¿en clase? o... ¿dónde?. ¡Cuéntamelo todo, Emma!
- ¡Eh, eh! Para.
Ríe. - No, no nos hemos besado, si es a eso a lo que te refieres.
- Entonces no uses más esa palabra conmigo... Bueno, algo tendrás que contarme, ¿no? Vamos a comer de una vez y me lo detallas, ¿eh? Quiero pelos y señales.
***
Mientras camina, lleva consigo una lata vacía de coca-cola. Le da patadas despacio, pero la ojalata choca contra el suelo armando demasiado jaleo. La abandona en un bordillo por vagancia o porque a él también le aturde el sonido. No le deja pensar bien.
Se imagina volviendo con el mismo humor todos los días del año. Está peor que la lata. Es como si fuera el individuo que acompañaba al león y al espantapájaros en Mago de Oz.
Por un momento, se mira en el cristal de un escaparate. Se refleja, sí, pero hoy no está ahí.
No sabe cómo le va a decir a sus padres que esa carrera no es para él, que han malgastado el dinero, que a él lo que le gusta es la fotografía...
Hay una tienda de discos detrás de ese falso reflejo. Oscurece la visión con ambas manos sobre sus ojos. Se acerca al cristal y pega la nariz mojándolo con vaho.
Las estanterías están repletas de títulos conocidos y otros que no tanto. Éxitos del pasado y novedades acentuadas con carteles de colores vivos.
Cuando entra, suenan unas campanitas llamando la atención de todos los inquilinos que cayeron en la tentación de adentrarse en ese paraíso musical. Exactamente igual que él.
Se centra en un único cartel. Lo reconocería a distancia.
La carretera azulada dirección al horizonte, los árboles desnudos bordeándola a la derecha. El cielo fundido en un blanco desteñido, las letras del mismo color en la parte superior con el símbolo del plus en rojo y la silueta de Eminem que camina sobre la línea discontinua naranja. Es la portada que llevaba buscando en You Tube antes de que se inventara.
Una torre blanca sostiene unos auriculares de radio que le brindan la posibilidad de escuchar su voz. Justo al alcance de su mano, varias copias del disco se resguardan bajo un plástico brillante y fino. Le dan ganas de romperlo. Ganas de disfrutarlo por completo.
Se coloca los auriculares ajustándolos a su medida. "Cold Wind Blows" es la primera canción. Sonríe. Pasa a la siguiente. "Talkin' 2Myself". Sigue pulsando al botón hasta encontrar lo que busca.
Es la número quince. Rihanna, acompañada del piano, hace que se le erice la piel. "I love the way you lie".
Lies, lies, lies... Tararea bajito. Se deja llevar y cierra los ojos. Quizá si cantara a sus padres la mala noticia, sería una forma más amena de que le entendieran.
***
Después de comer con Mel, cojo el bus y paro cerca del Summun.
Ana y Alex ya están allí. Hablan de algún tema gracioso y se mueven exageradamente, intensificándolo con gestos.
Me cruzo con la mirada de algún chico y con muchas otras de unas cuantas cotillas.
Me acerco a mis amigas decidida cuando veo una silla libre junto a ellas. Me saludan tranquilas, cercanas, como han sido siempre. No tocan el tema de Iván ni del supuesto romance.
Reímos, bromeamos, fumamos, tomamos café, miramos a la gente que entra y sale, criticamos de paso...
Nadie diría que somos cinco en el grupo y que dos de ellos son chicos. Hoy toca tarde de mujeres.
Me lo paso bien y puedo desconectar.
Algo vibra en mi bolso. Saco el móvil. Un mensaje...
"Quiero volver a verte. David."
Sonrío. No me lo esperaba. Entonces decido contárselo a mis amigas.
- ¿Y es guapo?
- Eso es poco...
- ¿No pasó nada, de verdad?, ¿ni siquiera un beso pequeño?
Niego. - Nada de nada.
Alex se levanta con los brazos en jarra.
- ¡Pues qué soso!
Desaparece tras la puerta de los baños.
- No le hagas caso. ¡Es monísimo! Pudo haber ocurrido cualquier cosa... Estábais solos en la cueva y no se aprovechó de ti. Otro lo hubiera hecho, te lo digo yo. Es una noticia buenísima, me alegro por ti, cari.
Me abraza y yo le sonrío.
Recuerdo cuando era él quien me abrazaba mientras oíamos el ruido de las olas al romperse contra las rocas.
Me apetece verle a mi también.
Parece que alguno de los momentos que vivimos se quiere escapar de mi memoria. Lucho por volver a aquel lugar. Él me lleva de la mano, aún sigo con la camiseta a modo de venda. Vigila que no tropiece al subir por el montículo empedrado. Pierdo el equilibrio y aprieta mi mano fuerte. Contrae los músculos del brazo para sujetarme. Reímos. El suelo se estabiliza bajo mis pies y noto la arena suave y calentita colarse por los rincones de mis sandalias.
Unos cuantos pasos más y destapa mis ojos. Una cueva pequeña, llena de vegetación cabalgando por sus paredes, con un pequeño río en forma de cascada y un horizonte oscuro, se abre ante mi.
Es precioso y no, nunca había estado allí. Me sonríe satisfecho y yo me pierdo...
- ¿Rubita?...
Vuelvo al bar.
- Rubita, te estoy hablando.
Ríe.
Pestañeo y aterrizo de nuevo. Enredo la mano en mi pelo disimulando.
- No escuchaba...
Suspiro en una sonrisa. - Lo siento, Rodri.
- Déjala, está enamorada. Que te cuente de quién.
Me mira interrogante.
Y otra vez recuerdo la escena, y mis palabras fluyen solas y veo sus ojos como si estuvieran aquí.
***
- ¿Puedo ayudarte?
No oye nada.
Prueba de nuevo y toca su hombro con suavidad. Él se gira y retira los cascos.
- Disculpa, ¿quieres que te ayude con algo?
- Ah...emm, sí...estaba escuchando este disco.
- Recovery.
Sonríe.
- Sí...Aquí no pone el precio.
- ¿No?
Lo busca, pero no lo encuentra. - Tienes razón. Voy a mirarlo ahora. Un segundo.
Pero el segundo se le hace eterno. Ya no se acuerda de pestañear. Es guapa. ¿Qué dice?, es increiblemente guapa.
Tiembla cuando aparece otra vez ante él.
- Antes de que te escandalices con el precio, puedo hacerte una oferta.
Sonríe amable, sin fingir.
- Adelante.
- ¿Puedes acompañarme al mostrador?
- Claro.
La sigue. Prueba el olor que se le estampa en la cara. Es dulce, pero no empalagoso. La observa a sus espaldas. Unos tímidos rizos caen sobre sus hombros y bailan con el movimiento de sus pasos. Camina ágil. Ni muy erguida, ni todo lo contrario.
Al volverse hacia él, se fija en los detalles del rostro. Le gustan sus pestañas oscuras. Tiene pecas diminutas sobre la nariz y parte de los pómulos. Es bella.
Le extiende la mano.
- Mira. Ésta es la tarjeta de descuento que te doy a cambio de que tú te hagas socio.
Está acostumbrada a ese mundo. Utiliza sus encantos para vender y le va muy bien por ahora.
- ¿Y qué tengo que hacer para ser socio?
- Muy fácil...
Saca un papel mediano y coge el único bolígrafo que yace sobre la mesa. - Simplemente tienes que darme tus datos. El primero: Nombre.
- Te lo diré, pero yo tambíen quiero algo a cambio.
Cambia de expresión. Ahora mira sorprendida.
- ¿Y qué es?
- El tuyo.
Se tranquiliza y sonríe.
- Soy Nadia.
- Iván.
Escribe pausadamente, con números simples y redondeados. Lleva la manicura francesa perfecta, sin una longitud exagerada.
Duda en el siguiente dato.
- ¿El número de móvil me lo darás o tengo que darte yo también el mio?
- ¡Jajaja! No, no seré tan malo...
- Bueno, ya sólo necesito que firmes aquí.
Señala con un golpecito de uña sobre el recuadro. Le cede el boli e intercambian miradas por unos segundos.
- Ya está.
- Bien. Entonces el precio te saldrá...
Pasa el código de barras bajo un láser rojo. - por 19'95 €.
Saca la cartera sin pensarselo.
Ella coge el dinero y envuelve el disco en papel de regalo, con un lazo perfectamente rizado. Cuando se lo da, rozan sus manos y aunque se dicen adiós, es un hasta pronto.

viernes, 26 de noviembre de 2010

Capítulo 3.

En esa enorme casa no hay quien viva.
Mira la fachada desde el jardín. Aún hace calor. Son las últimas noches de verano y le apetece pasarlas en la tumbona, junto al agua tranquila de la piscina.
La mira con sus focos y el dibujo del barco en el suelo. Dios...cuántos recuerdos.
Las tardes agobiantes aquí, habían sido vitales como cada año. Recuerda a sus amigos gritando y riéndo, los bikinis tan coloridos y sugerentes que llevaban ellas...Sonríe.
Se echa del todo sobre la amaca. El cielo le muestra sus encantos sin nubes de por medio. Brilla tanto que se arrepiente de no haber bajado con él las gafas de sol.
Su madre grita en el salón, recorre la cocina, el ancho pasillo... allí donde decida dirigirse su marido.
Otra vez igual, y ésta, quien sabe por qué. Discuten, escupen odio y se dejan llevar por la rabia. Son tan impulsivos y testarudos que, a veces, le hacen pensar que es adoptado.
Se ilumina la habitación de sus padres manchando de luz parte del jardín.
Siempre acaban ahí y prefiere no imaginar qué hacen para reconciliarse. Le da un escalofrío.
Vuelve a centrarse en el verano y en lo corto que fue. Repasa mentalmente todos los buenos momentos, no quiere olvidarlos. Le da miedo sólo la idea.
Entonces Emma aparece en su cabeza cambiando su expresión. Siente una mezcla de angustia y preocupación.
Se para en aquel momento, justo antes de llegar a la playa, cuando cogió su mano. Las palabras retumban en su cabeza. ¿Y si tiene razón?, ¿y si ya se ha alejado de ellos con sólo haber pasado un día en ñla Universidad? Hoy estaba rarísima...
Se levanta ágil dispuesto a llamarla por teléfono.
- ¡Iván!, vete inmediatamente a dormir. No quiero verte por ahí fuera. Vamos, que es tarde.
En el balcón, su madre muestra unas piernas ya gastadas pero con el mismo brillo de hace décadas. Está guapa hoy.
Desecha la idea que tenía en mente. Claro, seguro que quieren intimidad y les molesta allí donde pueda interrumpir.
Sube las escaleras con restos de preocupación y, quedándose en ropa interior, se mete en la cama sin ver lo pronto que es todavía.
***
- No, no y no. Quiero saber por qué te fuiste así, tan de repente. ¿Te sentó mal lo que te dijimos en el baño?
Sostengo el teléfono firme, apretando demasiado, en ocasiones.
- Alex...no pasa nada. Simplemente tuve que irme, se hacía tarde. Además, me gusta que os sinceréis conmigo, que me digáis lo que pensáis, aunque en éste caso estéis equivocadas.
Suena convincente. Oigo agua corriendo al otro lado. Parece que se lava los dientes. Escupe.
- Vale tía, pero nosotras tambíen queremos que tú nos digas cómo te sientes.
Vuelvo a apretar el auricular.
- Me siento bien. En serio, todo está en orden.
No me gusta mentir, pero tengo que hacerlo. Si supieran que me preocupa tanto el tema, se sentirían mal y se enfriaría todo. Prefiero que siga así, como un juego.
- Bueno amor, para lo que quieras, estoy aquí, ¿eh?.
Sonrío. Ha colado.
Cuando cuelgo el teléfono, noto que me tiemblan las piernas. ¿Qué me está pasando? Una serie de sentimientos me responden en forma de dolor. Llevo la mano a mi estómago. Ésto no puede ser bueno.
Salgo a la terraza para que me dé el aire. Respiro exageradamente y me dan ganas de vomitar. No pensaba que fuera a afectarme tanto el cambio. Por otro lado, mis amigos piensan lo que no es y creo que quizás soy yo la culpable. Pienso que lo mejor sería distanciarme de Iván para que se acaben las sospechas de una vez, que vean que no hay nada realmente. Ag, pero me duele más aún el estómago imaginándolo. Es todo muy injusto.
- Dijo mamá que te hicieras la cena, ellos tardarán en volver.
Me asusto. Mi hermano sostiene la puerta con una toalla en la cintura a modo de falda. Muestra las maravillas que hace el gimnasio y que tanto gustan a mis amigas.
- ¿Me has oído?
Asiento. - Yo pedí una pizza. Te daría, pero me la comí enterita.
Sonríe victorioso.
Imbécil...
Tanto músculo y tan poco amor por su pariente.
- ¡Pírate!
Le tiro un cojín. - Quiero cambiarme.
Cierra la puerta utilizándola de escudo. Parece que ya no molesta.
Me pongo uno de los camisones de seda que tanto me gustan. Acaricio la puntilla blanca del pliegue.
Nunca olvidaré las navidades que pasé con Jorge, cuando me regaló el par que había encargado por internet.
Mi querido Jorge. No me arrepiento de haber pasado un año junto a él. Era tan bueno y tan comprensible... no sólo era bueno, también lo estaba. Todo un lujo de novio. Pero cuando la llama se apaga, no hay nada que hacer y lo mejor es devolver esa libertad que ambos teníamos.
Sonrío frente al espejo con la tela, casi transparente, sobre mi cuerpo. Intenta mostrar lo que escondo bajo ella, pero cubre lo suficiente para dar rienda suelta a la imaginación. Era por eso, quizá, por lo que mi ex quiso regalarmelos.
Bajo a la cocina arrastrando las zapatillas corcomidas que mi hermano odia a muerte. Dice que van dejando bolitas de espuma por toda la casa. No puedo evitar reírme de él cuando se pone tan maruja.
Abro la nevera moviendo algún imán que decora la puerta. Una jarra de cristal empañado por el frío, sostiene leche fresca, una sandía invade la mayor parte de una de las bandejas y todo lo demás son yogures dietéticos de mamá y verdura pasada. Cree que por tenerla eternamente en la nevera logrará adelgazar esos kilos que le sobran y que yo apenas veo.
Una rodaja de sandía y un vaso de leche se convierten en la cena de hoy.
Miro el reloj que hay sobre la ventana. Las once y media. Bostezo. Supongo que mañana será un día mejor, pero tampoco creo que hoy haya sido uno malo. Después de todo, me encontré con los ojos más bonitos del planeta.
Sonrío y sorbo el último trago de leche. La luz de la cocina se apaga a mi espalda. Espero poder dormir bien al menos.
***
Un pitido ensordecedor llena la pequeña habitación. Mel estira el brazo palpándo el despertador. Consigue acabar con el horrible ruido que se le metía por las entrañas. Se estira y suelta un rugido vago. Abre por fin los ojos y se queda embobada mirando al techo. Cuando le apetece, abre las cortinas. El sol le ciega y se cuela en el cuarto iluminando los muebles que aún duermen.
Otro día más pasando calor. Lo odia.
Se echa agua en la cara para despejarse y se mira en el pequeño espejo del baño. Prefiere no haberlo hecho. Sus pelos dan miedo, como todas las mañanas.
Vuelve hacia su armario buscando qué ponerse. Tras tirar sobre la cama varios pantalones con posibles camisetas a juego, opta por unos cortos y desgastados que nunca tirará y una camiseta de algodón fresca con distintos tonos azules.
Los cordones de las Victoria negras se le resisten.
- Melissa, ya está el desayuno.
Gritan desde la cocina. Se levanta con las manos enredadas en los pies. Tropieza con un pantalón suicida que cae de la cama directo al suelo.
- Mel vamos, ¡date prisa!, ¿quieres llegar tarde otra vez?
No dice nada, ella se limita a beber el vaso de café y negar con la cabeza.
Coge una galleta, se la mete en la boca y le da un beso lleno de migas a su madre.
- ¿Vendrás a comer hoy?
- No. He quedado con una amiga nueva de la facultad. Llegaré antes de las seis. Hasta luego.
La puerta es la última en hablar.
Hoy hace viento. El pelo se le mueve para todos lados. Se arrepiente de haber malgastado el tiempo peinándose.
Tiene ganas de llegar a clase.
El autobús está lleno de universitarios. Todos cargan carpetas y gruesos libros bajo sus brazos.
El conductor no da a basto con tanta gente. Las vacaciones fueron estupendas en Punta Cana, pero parece que le oxidaron los huesos.
Tres jóvenes se disponen a entrar después de haberse pegado una buena carrera. Completo.
Se quejan murmurando y no tienen más remedio que dignarse a esperar al siguiente.
Mel espía desde su asiento. Conoce a la chica del club de patinaje. Una prepotente más a la que evitar por desgracia.
Uno de los chicos le suena de vista. Quizá sea un estúpido que ha caído en sus garras, un amor pasajero de un fin de semana o un amigo con derecho a roce. Se besan delante del bus.
El otro chico, bosteza apoyando la mochila en uno de los postes de horarios.
Por fin se mueve dejándolos atrás. Introduce los cascos del móvil en los oídos y se relaja mientras el sueño se apodera de ella.
Antes de poder aprovechar una buena siesta, se encuentra parada frente al edificio de Derecho.
Se hace respetar adelantando a otra chica que pensaba salir, y que se sienta de nuevo fastidiada.
Emma ya está allí. Fuma tranquila en el holl mirando a los que vienen y van. Un chico alto se le acerca. Ella extiende la mano con un mechero, después, se despiden con una sonrisa.
Cuando ya están juntas, deciden subir las escaleras en vez de esperar al ascensor, hay ya demasiada gente vaga intentando colarse para entrar en él.
Tienen muchas cosas que contarse de camino a clase. Es lo bueno de empezar una amistad de cero, luego uno se cansa y ya no tiene apenas conversación.
Se sientan en un par de las sillas de hierro amarillo que perfilan los pasillos.
La gente camina nerviosa. Unos en una dirección, otros en otra. Se esquivan, algunos chocan sin querer o intencionadamente y otros se reconocen con un saludo.
Mel le explica lo básico de la Universidad. Es bueno tener a alguien con experiencia el primer año. Sería mejor todavía si le estuviera prestando atención.
Se queda embobada mirando a un único punto.
- ¡Eh tía!, ¿te has enterado de algo?
Emma no contesta, es como si hubieran presionado al botón "puse". Apenas se nota que respira y parece que de un momento a otro, se le saldrán los ojos de las órbitas.
Su amiga se aventura a mirar en la misma dirección. Hay un chico rubio con tez blanca frente a ella. Lee un libro mientras se apoya contra la pared. A primera vista, es atractivo y viste bien. Vuelve la vista a Emma y le da un empujoncito que hace que despierte de nuevo.
- ¿Te gusta ese chico?
Sonríe.
- ¡Oh! perdón Mel, me he distraído...
- Lo he notado. Es guapo...
- Creo que lo he visto en otra ocasión...es eso.
Se sonroja.
- Sé quién es, va a mi clase. ¿Quieres que te lo presente?
Su sonrisa se ensancha.
Levanta la mano llamando su atención. Él se acerca despacio, pero seguro de sí mismo y muestra su dentadura perfectamente diseñada.
- ¡No, no, no!, ¡Mel!.
Antes de poder decir nada más, el guaperas ya está frente a ellas.
- Hola Mel, ¿cómo te va?.
- Bien, bien...pero eso no importa ahora. Ésta es Emma.
Mira de reojo.
Le extiende la mano de inmediato.
- Encantado. Creo que te ví ayer.
- Sí...sí, era yo.
Siente que le arde la cara y la boca comienza a secarse.
- Bueno chicos, os voy a dejar. Tengo que hacer algunas cosas...
El guiño de ojo demuestra que es mentira, es una encerrona y a Emma le tiemblan las manos cada vez más.
- ¿Y tú eres?...
- ¡Ah sí! perdona.
Ríe. - Me llamo David.
David...
Un nombre común que, sin saber por qué, empieza a gustarle.
¿Qué hay en él que no lo haga? Es perfecto en todos los sentidos.
Con el tiempo la conversación se vuelve interesante. Emma está tranquila y es capaz de hablarle sin perderse en ese azul tan intenso. Sonríe sin que le tiemblen los labios y las manos ya no sudan. Se siente a gusto.
Tienen el mismo gusto musical y ambos están en Derecho por motivos parecidos.
- ¿Tu padre tambíen es abogado?
Se burlan de la situación, pero el silencio se abre paso en escena.
A él le gusta su risa. Se fija en su pelo. Es liso y brillante. Nunca se pararía en una rubia, pero ha hecho la excepción. Sus ojos tienen una forma bonita, perfilados por unas pestañas largas, un tono mas oscuro que su cabello. Y esos labios tan carnosos y mojados le hacen imaginar cosas que no debe. Mira su escote sin que se dé cuenta. No es prominente, pero tampoco busca una muñeca hinchable. Las piernas son mas bonitas. Largas y esbeltas, bañadas en un dorado de verano. Asoman tímidas entre los pliegues de una fina falda de raso.
Está callada, con la mirada clavada en el suelo. Él no le quita un ojo de encima, se muere por besarla.
- Sé que no debería decirte ésto, pero ¿te apetece venir a dar un paseo conmigo?
- Pero, y ¿las clases?
- Se nota que eres una novata.
Ríe. - ¿Qué me dices? Intentaré ser lo más ameno posible.
Le late el corazón a mil por hora. Se bloquea otra vez y apenas puede asentir.
Antes de recapacitar, ya está en el asiento copiloto de su coche.
El sol pega fuerte, no se nota que esté a punto de llegar el otoño. Hace calor, o al menos eso cree. Baja la ventanilla dejando volar su melena y cierra los ojos.
De repente siente que pierden velocidad, está frenando. Se miran. Él muestra, una vez más, su sonrisa impactante.
- Seguramente hayas estado mil veces donde pretendo llevarte, por eso, haremos esto un poco más interesante.
Abre la guantera y saca una tela amarilla. Parece una camiseta. La enrosca y la coloca sobre los ojos de Emma, atándola con un nudo.
- ¿Qué haces?
Le pilla desprevenida.
- Le estoy poniendo un poco de intriga. ¿Confías en mí?
Apenas se conocen y en unas horas no suele surgir la confianza, pero Emma se adelanta a las consecuencias y se deja llevar.
Durante el viaje suenan canciones que le hacen suspirar, temblar y sonreír. No deja de repetirse que es perfecto.
Ahí está, en el coche de un chico guapo, mirando la oscuridad y con una única escena en mente: Sus labios unidos por el mejor de los besos que haya experimentado nunca.

jueves, 4 de noviembre de 2010

Capítulo 2.

Sara López
Álvaro Luán
Francisco Lucas
Vanessa Martín
Jorge Martínez
El siguiente es el mío. Que no sea en el A, que no sea en ese aula...
Cierro los ojos y apunto con el dedo.
Emma Méndez: Aula B (211)
- ¡Sí!
Grito sin pensar en la gente que busca aún su nombre desesperada, respirando en mi nuca.
Me abro camino entre ellos algo tímida, pero con una inmensa alegría. Lo poco que conozco de la facultad es que el peor tutor de todo el edificio se encarga del grupo A y en estos momentos, lo que más feliz puede hacerme, es no pertenecer a él.
Repaso los dinteles de las puertas en busca de mi número. Por un instante, siento que estoy en la carnicería esperando cola, o peor aún; en el matadero.
Veo varios alumnos en la entrada de mi clase. Todos tienen cara de preocupación, algunos de cansancio y otros parecen nerviosos.
Exactamente lo que pensaba. Esto es el matadero.
Me cuelo como puedo entre ellos para adentrarme en aquel horno.
Echo un vistazo a las caras desconocidas para elegir asiento. Ni muy cerca de los empollones de la primera fila, ni muy atrás junto a los macarras.
Una chica se retoca el pelo frente a un diminuto espejo con piedrecitas brillantes. Lleva una chaqueta de cachemir con la inscripción en el lado derecho de cualquier marca prestigiosa. Puedo oler su perfume desde aquí. Quizá algo cargado.
Un chico musculoso, con gorra, mal puesta a propósito, bosteza mirando su reloj plateado.
El grupillo de los molones del fondo, le ríe la gracia a uno de sus pertenecientes que estira el cuello para ver si alguien percata su superioridad. Cruzamos las miradas y eso debe enorgullocerle más, viendo que surge efecto. Yo, sin embargo, me río de él en silencio.
No encuentro el sitio que quería, ni la compañía que concuerde conmigo, así que, prefiero sentarme sola en mitad del aula, cercana al pasillo. Siempre me gustó sentirme libre, en el extremo para echar a correr y salir de allí si hace falta.
Un hombre mayor, con un traje elegante, cierra la puerta a su espalda, observando el panorama que le toca éste año. No parece que ponga cara de sufrimiento. Buena señal.
Me da la sensación de que, aún así, no viene de buen humor.
- Señores...
Tarda un buen rato en continuar la frase. Me pone más nerviosa de lo que estaba.
- Soy su profesor de Derecho Romano, asignatura que tendrán en éste nuevo curso. El señor Lozano para ustedes.
Se entretiene con unos papeles que mueve varias veces sobre la mesa. Mira nuestras caras después de leer. Imagino que serán las listas y dejo de respirar cuando se para en mi. Intento adivinar lo que piensa traduciendo su expresión, pero es tan invariable que me hace comprender que todos le caemos igual de mal.
Tres golpes secos interrumpen mis cálculos y parece que los del señor Lozano también, cosa que no le agrada en absoluto por su gesto de cansancio.
Una chica risueña entra intentando hacer el menor ruido posible, en vano. Todos los ojos se clavan en ella, incluídos los míos que se mueren de curiosidad.
Lleva una carpeta gastada por el tiempo, pero cuidada con cariño. Apenas puede cerrar la puerta y el profesor tiene que ayudarle. Yo, en su lugar, ya hubiese tropezado y lanzado la carpeta por los aires. Me río para mis adentros dibujándo sólo media sonrisa al exterior.
- ¿Puede decirme su nombre, señorita?
La voz retumba en el silencio de las cuatro paredes. Intenta adivinarlo antes de que se lo diga ojeando el papel de nuevo.
- Melissa Díaz.
- Díaz.... Sí, aquí está. Espero que no se vuelva a repetir. Siéntese.
Baja la cabeza como si se tratara de una delincuente. Cuando vuelve a levantarla, toma la decisión de ocupar el asiento vacante que hay a mi lado.
Ahora puedo ver más de cerca su carpeta. Hay pegatinas por todos lados con dibujos graciosos y alguna que otra foto de una chica pelirroja, muy parecida a la dueña.
Carraspea y mira al profesor. Parece incómoda, quiere hablarme.
Tiene que ser un bochorno llegar tarde el primer día de clase. Una buena manera para coger fama antes que nadie. Sus mejillas siguen encendidas del mal trago que ha pasado. Me da lástima cuando veo que su bolígrafo le traiciona dejando de escribir y ella se vuelve loca haciendo cículos, cada vez más grandes, sobre su libreta pequeña.
- Mierda...
Musita. Acto seguido, se sorprende cuando mi mano se acerca a su brazo con la salvación. Acepta mi boli sonrojándose de nuevo y mirándome, se presenta.
- Muchas gracias, no tenía mas... Soy Mel, ¿y tú?
Sonrío. Lo había intuído, pero no digo nada.
- Me llamo Emma.
- ¿Eres nueva?
Se acerca a mi. - No le tengas miedo, Lozano parece un ogro, pero infla las notas que no veas...
Ríe risueña. Es una buenísima persona, se le ve en los ojos.
Me pica la curiosidad.
- ¿Tú no?, ¿estás repitiento o algo?
- Nada...se me atragantó esta asignatura el año pasado, pero aprobé todas las demás. Voy a segundo.
Está orgullosa de ello. Su amplia sonrisa lo demuestra.
Le hago un poco la pelota para que sonría más.
- Ojalá saque tan buenas notas como tú.
Sé que me lo iba a agradecer, pero la voz del "ogro" nos hace pegar un salto sobre los asientos.
- ¡Díaz! No sólo llega tarde, sino que también se aburre en mi clase por lo que veo.
Hace una pausa intentando contenerse hasta que se ve lo suficientemente calmado.
- Empieza usted estupendamente el curso. Que no tenga que llamarle más la atención, por su bien.
Todos nos miran desde cada punto del aula. Intento aguantar la risa, pero no puedo evitarlo cuando Mel utiliza la frase, "perro ladrador, poco mordedor".
El profesor me mira desafiante desde su mesa. Me hace callar y noto cómo mis ojos se abren de par en par. Esto se pone feo.
- No obligo a nadie a venir a mis clases. Estamos en la Universidad, señores. No pienso tolerar ni una interrupción más de éste tipo. Si quieren hacer el payaso, lo hacen en la cafetería o en sus casas. Aquí no.
Y dicho esto, recoge los papeles que ocupaban toda la mesa y los mete despacio en su maletín de piel, cuidando que no se arruguen.
Me preocupa que haga eso. No ha pasado ni media hora y... ¿ya está guardando todo? Aclara mis dudas antes de lo que pensaba.
- Mi clase de hoy ha terminado. Agradézcanselo a aquellas dos señoritas de allí.
Mel y yo nos miramos asustadas. Algunos se ríen, otros nos miran con cara de muy pocos amigos.
Genial. Mi primera impresión ha sido espantosa para mis compañeros. Me pregunto cómo me las arreglaré ahora para conseguir los apuntes del curso.
***
Media hora después, en el Summum del barrio de Sabugo, cuatro chicos ríen a carcajada limpia sin importarles que el único señor que les acompaña, les mire con desprecio desde la barra del bar, donde sorbe café con periódico en mano.
- Me ha tocado en un grupo de torreones. Me siento enanísima. No sé cuánto podré durar en esa clase. Un día se estos se sientan encima de mi y no se dan cuenta.
Alex bebe un poco de Biosolán después de hacer su comentario y recibe burlas por parte de los chicos respecto a su estatura, aunque a ella no le da ninguna importancia y les imita.
Ana aprovecha para contar su versión.
- En informática son todos unos frikis. No sé a quien elegir para que me haga los trabajos, tengo variedad.
Ríen tranquilos.
La joven camarera, que tanto les gusta a Iván y a Rodri, les regala un cuenco pequeño de patatas fritas con sabor a ajo. Las que siempre ponen y que tanta sed dan después. No son listos ni nada...
Iván se pierde en sus curvas y no puede resistir perseguirlas con la mirada hasta que la barra le impide ver sus piernas.
Alex se da cuenta y se ríe de él.
- ¡Se te están cayendo las babas en la coca cola!
Vuelven a reírse molestando de nuevo al señor del café.
- Con estas patatitas no tenemos ni para un diente.
Rodri coge la más pequeña para exagerar sus palabras y a la vez demostrar que tiene razón.
Se quedan en silencio sonriendo, pero todos saben que la tiene. Comen las patatas acabándolas rápido, como ya esperaban.
Casi no saben de qué hablar. Recorrieron el tema principal del día: El inicio de las clases y las primeras experiencias. Pasaron por los planes de esa noche, aún sin decidir y las ideas se van agotando.
Ana se da cuenta de algo.
- ¿Dónde se mete Emma?. Habíamos quedado a y media y ni rastro de ella.
- ¿Queréis que le llame al móvil? Igual ha pasado algo...
Iván busca el número en la agenda. Las chicas se miran curiosas. Tienen muchas cosas que interrogarle, aunque será más fácil con ella.
- No hace falta, está ahí.
Mira a sus amigos desde la entrada, coge una silla de una de las mesas de al lado y se sienta con ellos.
La camarera vuelve a la mesa dispuesta a atenderla. Se miran.
- Un café con leche y hielo, por favor.
El señor de la esquina no ha dejado de observarla desde que entró. Sonríe pícaro cuando se entera de que a ambos les gusta el café con hielo. Ya tienen algo en común. Desea, por un momento, no tener tantos años y poder ser el chico que está a su lado.
Es guapa y tiene unas piernas preciosas. No pide más, no se para a pensar en cómo será su personalidad. Para él, es un detalle sin importancia.
Se da cuenta de que necesita sexo. Luego cambia de perspectiva y se encapricha con el escote de la camarera. El periódico ya queda en un segundo plano.
- ¿Dónde estabas?
Sigue sofocada de la caminata que se acaba de pegar.
El café llega antes de lo esperado. Quizá la camarera huya de las miradas indiscretas del cliente mañanero.
Emma coge la tacita y la vuelca en el vaso con hielo.
- Me entretuve en la cafetería de la facultad. He conocido a una chica muy simpática y bueno, nos contamos nuestras vidas.
Se lleva el vaso a los labios mientras le llueven preguntas de todo tipo. No llega a beber.
- No, Rodri. ¿Para qué le voy a preguntar si tiene novio?
Ríe. - ¿Estás interesado en ser su candidato?
- Jo, rubita, nunca se sabe... Hay que estar preparado para cualquier ocasión. Igual es el amor de mi vida, y yo aquí...malgastando mi futuro con una cerveza.
- ¡Ey tío! gracias por lo que nos toca...
Iván le da un golpecito en el hombro.
- Lo siento. Pero bueno, Emma, ya me entiendes.
Por fin bebe un poco de café.
- Vale, creo que sí te entiendo. No sé, la verdad que Mel es estupenda. Deberíamos quedar algún día con ella, así os la presento. Podemos hacer una cena como la de ayer. Estuvo genial.
- ¡Por cierto!
Ana despierta de sus pensamientos.
- Emma, ¿puedes venir al baño un momento?
- ¿Para qué?...
- Vamos, ¡ven!
Tira de su brazo haciendo que se levante.
- ¿Vais a dejarme aquí con éstos cafres?
Los chicos hacen como que no han oído nada, ya están acostumbrados. Siempre tuvieron que aguantar a tres pesadas que, en el fondo, son tan adorables que es inevitable hacerlo.
Prefieren que se marchen a cotillear. Está claro que se van a eso. Pero mejor, así pueden comentar las vistas que tienen y decir cosas obscenas sin recibir collejas.
Por otro lado, a apenas unos metros de la mesa, un viejo baño encierra los secretos de una historia muy interesante.
Alex aprovecha para mear mientras las otras cuchichean frente a los espejos.
- No me puedes decir que no pasó nada...
Su amiga se retoca el pelo sin darle demasiada importancia.
- Dios...¡Ana! Por cuarta vez, no pasó nada. No pasó ni va a pasar, ¿vale?
Se echa agua en los rizos para moldearlos. Ya habían perdido la forma con el paso de las horas.
- Pero, ¿por qué?
Se miran serias.
- Porque no hay nada entre nosotros. Absolutamente nada. Os habéis creado una película y eso os pasa por cotillear más de la cuenta.
- Emma, yo estoy de acuerdo con Ana.
La cisterna se convierte en la protagonista y hasta que no pasa un rato, tienen que hablar en un tono de voz más alto de lo normal.
- Somos tus amigas, tía. Lo lógico es que nos cuentes lo que sientes y lo que pasó mientras nos bañábamos.
Parpadea sorprendida.
- ¡¿Qué?!
- Sí, cuando Ana, Rodri y yo nos fuimos al agua y os quedásteis solos.
- Así que lo hicisteis a propósito...
Se cruza de brazos.
- ¡Pues sí! Era para ver si os lanzábais, ¿qué pasa?
- Alex...
Su compinche le lanza una mirada para que no hable demasiado. - Lo que Alex quiere decir, es que nos gustáis como pareja y pensamos que podía ser lo que queríais en ese momento...
Se para. - Quedaros solos. Es que, vale, sí. Nos montamos una paranoia los tres, pero entiende que lo parecía...
Se quedan en silencio esperando la respuesta de la interrogada.
- Cuando nos quedamos solos en las toallas, estuvimos hablando de nuestras cosas. Ya está.
Se mira al espejo por última vez maldiciendo para sus adentros sus pelos de loca. Después se vuelve a sus amigas.
- Espero que os haya quedado claro. Repito, entre Iván y yo, no hay nada.
Sale del baño algo afectada, dejando atrás a las otras dos.
Se pregunta si todo ésto le está afectando de verdad o si en realidad, lo que le molesta es que quieran manejar su vida.
- Bueno chicos...
Bebe lo que le queda del café. - Creo que me voy a ir.
Tira las monedas sobre la mesa que soniquean entre los vasos de cristal. - Pagad lo mio con eso.
Ivan le coge del brazo.
- Espera, no hemos decidido qué hacer ésta noche.
Se queda pensativa mirando el suelo. Pobres ajenos a la situación...
- No, no creo que salga. Bueno, nos vemos.
Ni siquiera les da un beso cuando se va. Ellos se miran hablándose con los ojos. No están nada equivocados en lo que dicen.
* * *
La gente camina. Unos hacia un lado, otros hacia el otro...
Muchos miran el suelo cuando lo hacen. Por no tropezar o por vergüenza.
Un grupo de adolescentes critican a otro con el que se acaban de cruzar. Una pareja agarrada de la mano, se ríe al quedarse enganchada frente a una farola, solo por no haberse soltado antes. Un anciano solitario me mira desde un banco oxidado por el tiempo. Dos viejos amigos, sosteniéndose el uno al otro.
Miro mis pies. Dos viejas converse se mueven simultáneamente. Recorren el camino a casa como todos los días. Se lo deben saber de memoria.
Me acuerdo de la existencia de mi Ipod y cuando lo encuentro, doy al play relajándome con la primera canción lenta que suena.
Estoy cansada y se nota en mis pasos. Miro el aparato de nuevo buscando alguna de Leona Lewis, pero un hombro mueve el mío impidiendo que toque bien el botón.
Levanto la cabeza como acto reflejo y me cruzo con los ojos azules más profundos e intensos que nunca he tenido el placer de ver.
- ¡Perdón!, ¿te he hecho daño?
Su voz también es bonita.
Me doy cuenta de que llevo más tiempo callada de lo normal. Sigo perdida en sus ojos, pero vuelvo a tierra en segundos.
- Eh...no, no, descuida.
Sonrío avergonzada. - Estoy perfectamente.
No me deja acabar y se va despidiéndose con un gesto de mano.
Le miro por detrás. Sus pasos, su pantalón caído, su espalda, su pelo...
¡Mierda! El hombre del banco debe estar flipando. Le echo un vistazo. Me sigue mirando.
Opto por irme de allí y llegar a casa lo más pronto posible. Ya anochece, pero sus ojos siguen en mi mente como dos luces enormes que iluminan toda la calle.

lunes, 25 de octubre de 2010

Capítulo 1

Paso las manos por mi cara, echando el pelo hacia atrás mientras la sal recorre mi piel, finalizando su viaje en el suelo mojado. Noto el agua dulce rodar por mis labios con otro sabor, llevándose los restos de mar. Me escurro la melena como si se tratara de un trapo de cocina y vuelvo a la toalla manchando de nuevo mis pies.
La sacudo antes de secarme con ella, aunque en vano, porque acabo llena de granitos de arena otra vez.
Rodrigo y Ana juegan a las cartas sobre el cubo de las bebidas colocado boca abajo en forma de mesa.
Me doy cuenta del detalle y rompo el silencio llamando su atención.
- ¿No queda nada de beber?
Rodrigo, que está de espaldas a mí, se gira y me mira con una sonrisa en modo de disculpa.
- No...ya hemos acabado todo, creo que Alex se llevó la última cerveza.
Dirijo la vista al horizonte donde supuestamente la había dejado antes de irme a las duchas. Rodrigo se da cuenta.
- Seguramente fuera para Iván, a Alex no le gusta.
- Está bien, no pasa nada.
Miento. Tengo una sed que sería capaz de beber el Cantábrico de un trago.
Me arropo con la toalla y tirito sentada en la de Rodri.
Iván y Alex vienen bromeando, mojados y rebozándose como croquetas. Ríen, juegan divertidos y al llegar junto a nosotros, se lanzan sobre Ana que grita bajo ellos inútilmente.
No puedo evitar reírme yo también, aunque preparada para recibir la misma broma después.
Me equivoco al tener esa sensación porque enseguida se cansan y se sientan en la arena.
Iván mira la "mesa" donde bailotean algunas cartas con la brisa.
- ¡Ey! ¿No hay nada para comer? El mar me da un hambre voraz, Dios...¡me comería un caballo!
Le miro entrecerrando los ojos.
- Pues parece que no, se ha acabado todo. Tampoco hay bebida y yo me muero de sed...no sé quien se habrá llevado la última cerveza.
Sonríe pícaro culpándose a sí mismo.
- Te jodes...
Ríe a carcajadas y se protege la cara cuando me ve dispuesta a lanzarme sobre él. Le tiro despacio de las orejas, jugando y amenazándole con arrancarselas. Nos hacemos cosquillas un buen rato y acaba sobre mi. Entonces se para, mira a los demás que charlan a un volumen especialmente bajo, al volumen perfecto para cotillear a cualquier victima que se les cruce en el campo visual.
Vuelve a mirarme, me guiña un ojo con una amplia sonrisa y me besa en la mejilla. Luego se levanta y busca algo en su mochila.
- Voy a comprar, ¿queréis algo?
Se giran buscando el dinero en sus carteras preocupados de que se fuera sin sus pedidos.
- Tío, cómprame una napolitana o algo que tenga chocolate, no sé.
-Pero si se te va a derretir...
Alex empuja a Rodrigo moviéndo apenas su cuerpo. Basta ver la diferencia entre ellos. Alex, diminuta y sin apenas carne en sus bracillos, frente a un tío tan corpulento y grande como lo es Rodri.
Se ríen, pero el comentario no le hace cambiar de opinión.
Iván coge el dinero de su amigo y echa un vistazo a las chicas. Ambas niegan con la cabeza, después me mira sonriendo.
- ¿Tú quieres algo, Emma? No sé...¿Te apetece una cerveza?
Ríe.
-Iré contigo. Seguramente se te olvide lo de Rodri...
Le saco la lengua y le sonrío.
- Vale, te espero.
Me levanto y ato el pareo de Ana a mis caderas. Nunca me gustó andar por ahí en paños menores. Echo mi pelo hacia atrás y lo recojo en una cola de caballo. Aún está mojado.
- Lista.
Me acerco a él que bromea invitándome a pasar con una reverencia exagerada. Sonrío y le sigo la corriente divertida.
Mientras subimos las escaleras, noto como nos llueven miradas a las espaldas. Me giro y confirmo mis sospechas. Los tres nos miran sonriendo con cara de "aquí hay tomate", pero yo no me lo tomo como ellos y la vergüenza, con un toque de confianza, hace que les saque un corte de manga amistoso.
Se lo merecen, pienso. Me río de mí misma y de la absurda situación.
Por el camino apenas nos dirigimos la palabra. Yo le noto incómodo y eso me pone nerviosa, cosa que seguramente él también supone.
Odio que el paseo hasta la tienda sea tan eterno.
- Vaya mierda, ¿eh?
Me sorprende en otros mundos, no esperaba que fuera a hablar.
- ¿Mierda el qué?
Ni siquiera sé de qué habla y me siento aún mas estúpida.
- Que se acabe el verano. Ya mañana nos toca madrugar, empezar de nuevo, aunque ésta vez, lo haremos separados.
- Lo sé. Tenemos que ser positivos de todas formas. A todos nos cogieron en la Universidad y sacamos buenas notas. No podemos quejarnos.
Me mira poco convencido. La verdad es que ni yo estoy segura. Tengo miedo con solo pensar que estaré sola y que tendré que socializarme si quiero apuntes a lo largo del curso. Intento autoconvencerme de que eso sale solo, pero me da un escalofrío cuando nos imagino a los cinco encerrados en casa, estudiando como locos y perdiendo el contacto poco a poco.
Me paro de repente y cojo su mano.
- Iván.
Se vuelve a mi, preocupado, apretándo mi mano como si esperara algo.
- ¿Qué?...
Apenas se le oye y parece asustado. Procuro no hacerle esperar más y comienzo a hablar según pasan las palabras adecuadas por mi mente, desechando las malas.
- No quiero que perdamos el contacto. Sé lo que pasa con las carreras y todo el mundo dice lo mismo al empezarlas, pero nadie cumple lo que dice, ¿sabes? Es como si te lavaran el cerebro y dejases de querer a tus amigos, como si ya no te importaran, es horrible, es como si...
- ¡Eh!, ¡eh!
Me coge los hombros haciéndome callar.
-No va a pasar nada de eso. ¿Crees que todos los que olvidaron a sus amigos estudiando en la Universidad pensaban como tú?
Hace una pausa.- Permíteme que conteste yo. No, por supesto que no. Nos seguiremos viendo los cinco y estaremos genial porque nos echaremos aún más de menos.
Sonríe esperando mi reacción. Entonces actúo por impulso y le abrazo fuerte. Él me responde apoyando su cabeza sobre la mia.
- No te preocupes Emma, yo estaré siempre contigo.
* * *
La playa se vacía y el tiempo pasa más rápido de lo que desearían algunos.
Las madres se levantan para sacudir las toallas de sus hijos en algún punto solitario, lejos de los rezagados que todavía siguen tumbados bajo los últimos rayos de sol.
Los niños aprovechan para hacer el último agujero junto a sus padres, algunos incluso, muerden un bocadillo que cruje por la arena. Se lo devuelven a su mamá con mala cara y optan por saborear zumo de melocotón.
Un padre bastante joven, le cambia el pañal a su pequeña obra de arte, tan rubia como él.
Una pareja se besa sobre la arena mientras enlazan sus brazos y piernas. Algunas ya sacuden las chanclas y suben las escaleras sin ganas de abandonar la playa.
Alex se pone la sudadera de Nike Air rosa palo sobre la parte de arriba del bikini dejando sus finas piernas al aire.
Ana se incorpora y retira sus Rayban en forma de diadema para sujetar su pelo largo. Mira a Rodrigo que hace que duerme. En realidad escucha a las olas quejarse cuando llegan a la orilla.
Las chicas se miran y sonríen.
- Estos dos tardan mucho, ¿no crees?
Ana se sienta mejor para ver la expresión de su amiga.
- ¿Tú crees que?...
Se para. Espera que acaben la frase por ella, pero no tiene esa suerte. - ¡Quizá se hayan besado por fin!
- Que va, Anita. Conozco a Iván lo suficiente como para saber que es igual que yo con las chicas y a mi esas cosas me cuestan.
Rodrigo sorprende al dúo con su intervención de cotilla marginado y ríen cuando se dispone a sentarse con ellas para opinar también.
Ana mira el mar y parece estar hablando con él.
- Yo creo que hacen buena pareja. Los dos son tan románticos, buenas personas, dulces...
Mira a sus amigos buscando atención. - Se conocen desde hace tiempo, tienen que sentir algo. No sé por qué aún no ha pasado nada.
El silencio les invade. Las últimas palabras aún retumban entre ellos. Cada uno piensa una relacion Iván-Emma de una forma diferente. Probablemente, ninguna fuera la acertada.
- Ahí están.
Miran a la vez las escaleras que hace unos segundos lucían tristes de soledad.
Bajan aireados, frescos y con los ojos llenos de felicidad. Saben que se ha hecho tarde y que desde las toallas, se están imaginando mil historias...
Traen un montón de cervezas que tienen que abarcar con los dos brazos.
- Hemos pensando en pasar aquí la noche, ¿qué os parece?
Los demás se sorprenden observando las latas mojadas sobre las toallas. Iván insiste sacando la cena de la bolsa.
- No me digáis que ésto no tiene buena pinta.
Sonríe. - Estaban allí esperándonos. Venga, lo pasaremos bien. Podemos cocinar en aquella parrilla.
Se vuelve. - Tú tienes mechero, ¿no?
Emma lo busca en su mochila y lo encuentra tirado entre los auriculares del Ipod y la cajetilla de Lucky. Lo saca montrándoselo, esperanzada por que sus amigos acepten la invitación.
- Dejad de mirarme con esas caras de besugos, el mar está por allí.
Señala bromeando. - ¿Qué me decís? Es nuestra última noche de verano...
Emma sacude la cabeza.
- No se habla más. Está decidido. Os quedáis con nosotros sí o sí.
Rodrigo abre una de las latas y le pega un trago abundante.
- Yo no pienso cocinar...
Ríe haciendo muecas de vagancia. Iván choca su mano con Emma y corren a la parrilla para empezar cuanto antes.
Será una gran noche, o al menos, eso esperan.